Un barrio de Quilmes, jaqueado por la ausencia del Estado y la presencia narco
El homicidio del estudiante Carlos Sánchez Paredes expuso una grave falla estructural: la ambulancia no llegó en auxilio porque no se consiguió protección policial
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Los dos detenidos por el homicidio del estudiante universitario de 22 años habían comenzado a drogarse el viernes a la noche en el kiosco de paco que funciona en las adyacencias de la esquina de Misiones e Ituzaingó, en el barrio Itatí, de Bernal, partido de Quilmes. Después de consumir durante toda la madrugada, el sábado 8 de junio, a las 6.20, Rorro y T. se quedaron sin dinero para poder comprar más droga. Entonces, decidieron caminar una cuadra y media para robarles los celulares a los vecinos que, a esa hora, salían a trabajar o, como en el caso de Carlos Sánchez Paredes, se dirigían a estudiar.
Debido a que uno de los acusados es menor y a que interviene un juzgado del fuero de Responsabilidad Penal Juvenil, la Justicia no autorizó a que se difundan las identidades e imágenes de los imputados.
A media cuadra de la intersección de Misiones y Falucho, los acusados Rorro y T., de 24 y 16 años, respectivamente, le cortaron el paso a Sánchez Paredes que había salido de su casa para ir a tomar el colectivo a la avenida Montevideo para llegar a la estación Don Bosco y abordar el tren rumbo a La Plata, donde tenía que rendir un parcial en la universidad.
En ese momento uno de los asaltantes le pegó con un hierro en la cabeza al joven estudiante y se apoderó del celular. Sánchez Paredes quedó en la vereda. Agonizaba cuando los delincuentes huyeron por Misiones hacia Ituzaingó para comprar más droga. Rorro es vecino de la víctima. Vive enfrente y en diagonal del kiosco de paco. T., el menor de los sospechosos, no es del barrio. Vive en Ezeiza. Ambos se drogaban y salían a robar juntos. El botín que obtenían de los asaltos les permitía seguir consumiendo.
En el barrio Itatí no hay presencia del Estado. No entra la policía y las ambulancias no ingresan si son escoltadas por patrulleros. Los remises tampoco se adentran en el asentamiento dominado por pasillos laberínticos, situado a un costado del Acceso Sudeste.
“Los remiseros no entran en el barrio porque los asaltan. Los delincuentes piden viajes por aplicaciones y cuando llegan los roban. Por eso, tenemos que caminar varias cuadras hasta alguna de las avenidas para abordar algún auto o tomar un colectivo”, describió Jorge, un vecino que vive dos cuadras hacia el interior del asentamiento.
Allí vivía Carlos Enrique Sánchez Paredes. El sábado 8 de junio fue asesinado por dos delincuentes que le pegaron con una barra de hierro en la cabeza para robarle el celular.
La marca dejada por la sangre del estudiante universitario todavía era visible, en los últimos días, en la vereda de la planta de bombeo, al lado de la cancha de fútbol del barrio, en Misiones y Falucho.
A pesar del homicidio de Sánchez Paredes, la presencia policial resulta escasa. En una recorrida realizada por este cronista no se observó ningún móvil en situación de patrulla en el barrio. Apenas, en la esquina de Los Andes y Dardo Rocha, había una camioneta estacionada de la Unidad Táctica de Operaciones Inmediatas (UTOI).
A un costado del vehículo, sobre la mitad de la calzada había dos conos con luces intermitentes. Según los vecinos, el móvil policial no está todos los días en ese lugar. La presencia es estática, debido a que si los asaltantes quieren salir del barrio o entrar para refugiarse en alguno de los laberínticos pasillos, pueden tomar por algunas de las otras calles, como por ejemplo Misiones, Chaco, Ituzaingó o Falucho, donde nadie los va a detener o controlar.
Esa falta de policías en la zona y de móviles para darle seguridad a los vecinos tuvo efectos colaterales en los minutos posteriores al homicidio del joven estudiante universitario.
El crimen dejó al descubierto un dato desolador: la ambulancia nunca llegó a atenderlo porque no había ningún patrullero para acompañar a los paramédicos, que solo van a esa peligrosa zona cuando están acompañados por uniformados, para evitar ataques y robos.
Casi al mismo tiempo que la detención de los dos sospechosos del homicidio se conoció la planilla en la que se detalla la cronología de la intervención de la ambulancia.
El 8 de junio pasado, a las 6.24 se consignó el llamado de alerta sobre el hallazgo de un herido por un golpe en la cabeza, en Falucho entre Misiones y Formosa. Además, se solicitaba la asistencia de un móvil policial para custodiar a los médicos.
Según quedó registrado en la planilla del área de Salud de Quilmes, se indicó que a las 7.18 todavía no había llegado el patrullero. “Seguimos a la espera del móvil policial para enviar móvil del SAME”, expresó el despachador.
Ocho minutos después, el operador de la central de ambulancias indicó: “Por una comunicación interna nos refirieron que fue trasladado por sus propios medios”. El despachador no lo sabía, pero, en realidad, la víctima fue llevada por Jorge, un vecino, que subió al estudiante universitario a su Renault Clío y lo trasladó al hospital de Wilde, situado a quince cuadras de la escena del homicidio.
El cuerpo de Sánchez Paredes había sido encontrado por su madre, que ante la falta de respuesta a los mensajes que le mandaba su hijo para saber si había llegado a la universidad decidió salir a buscarlo. La mujer caminó una cuadra y media para desandar el recorrido que hacía habitualmente el estudiante para dirigirse a la parada situada en la esquina de Montevideo y Falucho cuando halló a su hijo en la vereda, a un costado de la zanja y al lado de un paredón de una cancha de fútbol.
Conmocionada, la madre de Sánchez Paredes pidió ayuda. Jorge, un vecino que trabaja como árbitro de fútbol, y otros habitantes de la cuadra se acercaron a socorrer al joven estudiante herido. Jorge encontró a Sánchez Paredes con sangre que le salía por la boca. Ante la urgencia, y como la ambulancia no llegaba, decidió llevarlo en su auto hasta el hospital de Wilde.
La decisión del despachador de la ambulancia de requerir la custodia de un móvil policial se funda en que la zona del barrio Itatí es una de las más peligrosas de Quilmes y son constantes los ataques que médicos y vecinos sufren allí.
Además, en el asentamiento, delimitado por el Acceso Sudeste, la avenida San Martín, Dardo Rocha y Montevideo, funcionan una serie de puestos de venta de droga que constituyen focos de delitos, principalmente robos de celulares cometidos por adictos que buscan los teléfonos para cambiarlos por estupefacientes.
Los narcos y los asaltantes corrieron a la policía del barrio Itatí. Dentro del barrio, en la zona de la La Cava, una sucesión de casillas instaladas en una pendiente que se precipitan 300 metros hasta el fondo del pozo. Allí viven más de 15.000 habitantes en casas sin medianeras, entre pasillos de no más de un metro de ancho.
En ese pozo que se formó a principios de los 70 para alimentar los terraplenes del Acceso Sudeste los narcos encontraron terreno fértil para cortar y vender droga.
Por la complejidad del terreno, sumamente inclinado, y la estrechez de los pasillos que separan las frágiles casas, la policía no entra. El único vestigio de la presencia de la fuerza de seguridad provincial está en el fondo del pozo. Allí, hace seis años se instaló un destacamento móvil que funcionaba en un contenedor, que se convirtió en el blanco de los constantes ataques a balazos de los vendedores de droga.
Los vecinos del barrio Itatí reclaman mayor seguridad en esa zona de Quilmes. Realizaron una protesta en los últimos días para visibilizar la ausencia del Estado. A la familia de la Sánchez Paredes se le asignó una consigna policial. Los kioscos de droga siguen funcionando y alrededor se mueven como siempre los consumidores que roban a vecinos para sostener su adicción.
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