Elsa era adicta, la agarraron cuando iba a comprar.
Ayelén era joven y creía que podía con todo. La deportaron.
Vanesa y Susana buscaban una salida para sus hijos. Resolver el instante. Pero no lo lograron: la cárcel casi las destruye a ellas y aniquila a sus familias. A pedido suyo, no publicamos sus nombres verdaderos.
Entre 2015 y 2018, la cantidad de mujeres detenidas por delitos de drogas en el país se duplicó: pasó de 1093 a 2028. Para diciembre de 2018, -último año con datos disponibles del Ministerio de Justicia de la Nación- ese tipo de delitos eran la razón por la que estaban presas el 43% de las mujeres en la Argentina. ¿Quiénes son? ¿Cómo viven dentro y fuera de la cárcel? ¿Por qué lo hacen?
Susana
-Cerrá la puerta -le gritó su marido.
Susana recuerda el día, mes y año exactos de su detención. Fue el 18 de noviembre de 2014. Estaba lavando ropa en el patio de su casa de San Miguel, en el conurbano bonaerense. Cerró la puerta, colgó una remera de uno de sus hijos y escuchó otro grito seguido al de su marido, esta vez de un policía: "Quedate quieta".
Después escuchó a otro chico hablar: decía que la señora no tenía nada que ver, que el que vendía era el marido. Pero eso a la policía no pareció importarle, porque se la llevaron a ella.
En la habitación dormía un bebé de cuatro meses y un nene de casi tres años. Los otros cinco estaban en la escuela. Le dieron cuatro años, la pena mínima. Susana fue trasladada primero a la Unidad 8 de Los Hornos, a más de 100 kilómetros de su casa, donde cumplió parte de la condena por tenencia de estupefacientes con fines de comercialización.
Cuando llegó a la cárcel estaba embarazada, aunque todavía no lo sabía.
-En la 8 todo es población. Están sin hijos. Lo que pasa es que cuando me llevaron todavía estaba indispuesta. Yo no sabía que estaba embarazada -cuenta Susana.
Le subía la presión todo el tiempo y no entendía qué le pasaba. Dos meses después le hicieron el test: estaba de ocho semanas. Su hijo vivió con ella durante tres años en la Unidad 33, donde se alojan las presas que son madres con sus hijos. Susana, como el padre de la película La Vida es Bella, le dibujaba a su niño una realidad paralela en el relato y en las paredes de la celda para que no se diera cuenta que estaba viviendo en una cárcel.
-Yo nunca le dije: vamos a la celda, o vamos al pabellón. Le decía: "vamos a la casita de juguetes".
Susana le dibujaba un castillo o le ponía cortinas para tapar el baño dentro de la celda y que así pareciera otro ambiente.
Le consiguió un subibaja y algunos juguetes. Se hacía amiga de alguien que trabajara en el taller de carpintería y le pedía que le hiciera una repisa. Se hacía amiga de la gente que iba a la cárcel y les pedía libros. Así fue armando una biblioteca y un espacio de juego con peluches.
Siempre tuvo una celda grande de dos y pudieron vivir juntos. Ella, ahí, era una "doña". Tenía 37 años, ya era mayor para el promedio de la población carcelaria en la provincia de Buenos Aires.
Las doñas
Las doñas, explica Laurana Malacalza, especialista en mujeres y delitos de drogas, son aquellas "mujeres grandes sin ningún tipo de experiencia con la ley penal. Comúnmente detenidas en procedimientos masivos. Ellas dicen: vendía mi marido, vendía mi hijo y vendía yo, y la que está presa soy yo".
La historia que cuenta Malacalza se expresa en los datos. En 2018, había 4362 mujeres presas en la Argentina. La mitad de las mujeres presas en el país fueron detenidas por infracción a la ley de drogas. El delito que más hombres conduce a la cárcel, en cambio, es el robo.
"Es una estrategia de supervivencia la venta de drogas, es una estrategia de poder en los barrios, de autonomía económica. Hoy en muchos lugares del conurbano la economía informal está regulada por las economías ilegales, por el narcotráfico", explica Malacalza.
Y sigue: "Sin duda las mujeres más pobres tienen su lugar de vida muy reducido al territorio que habitan. No salen mucho. Son mujeres muy afincadas, que conocen el barrio, que no tienen más que un plan y como instancia de mayor autonomía económica aparecen frente a esto: la venta de drogas. Ahí aparecen muchas instancias de violencia de género que sufren ellas también. Yo he registrado varios episodios de pibas asesinadas por deudas, delante de sus hijos, que no aparecen en la prensa. Eso genera en los barrios otros códigos de cómo se habitan esos lugares".
En la cárcel, Susana empezó a ir a talleres sobre violencia de género. Y como ahí era una "doña", sentía que podía hablar. Ella lo había sufrido, y quería evitar que otras siguieran pasando por lo mismo. Por eso al salir decidió visitar otros penales.
-También pasaba esto: él era tu marido, vos le ayudabas, le tenías que hacer todo, y capaz que vos le vendías y él estaba ahí tomando, drogándose. Y a la hora de: ¿qué vamos a comer? Y nada, el chabón te había quitado toda la plata y él se iba a dormir. Vos te cansabas de vender todo el día droga y al final no tenías plata, tu vecina te prestaba para comprar la leche de tu bebé -dice Susana, y su experiencia se vuelve la de muchas mujeres en barrios del conurbano. Ahora sabe que ella no era la única.
Realidad paralela
Mientras le dibujaba una realidad paralela a su hijo menor, con engrudo, fotos, y repisas con libritos, a los otros hijos de Susana los estaban por dar en adopción. Afuera, la vida familiar era un caos.
Su marido era adicto a las drogas y al alcohol. Un día, mientras tomaba fármacos con alcohol, dejó el vaso arriba de la mesa y uno de sus hijos lo agarró y tomó. El nene se fue a dormir y al otro día empezó a convulsionar. Lo llevaron al médico, le hicieron lavaje de estómago y se lo quitaron: ya no viviría más con su padre. Cuatro de los chicos terminaron en hogares de abrigo en Dolores -a más de 250 kilómetros de su casa- y otros dos con familiares. Cuando Susana salió con pulsera electrónica para terminar de cumplir su condena en la casa, los recuperó.
Susana, como la mayoría de las presas, es primaria. Esto es: nunca antes había pisado una cárcel. El tiempo de condena fue el mínimo, pero aún así bastó para destruir su familia. "Existe una desproporción entre las penas que las mujeres presas sufren y el daño producido por los delitos que se les atribuyen", explica el informe Mujeres en prisión, escrito por la Procuración Penitenciaria de la Nación, la Defensoría General de la Nación y el Centro de Estudios Legales y Sociales. El estudio analiza la situación de las presas en cárceles federales en el año 2008, pero la realidad no parece haber cambiado.
Aunque 4 de cada 10 mujeres presas por vender droga en la Argentina viven en la provincia de Buenos Aires, el aumento de estos números no es exclusivo ni siquiera de la Argentina. Según el informe Prisión preventiva en América Latina, de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), en muchos países de la región un porcentaje significativo de las mujeres están encerradas por delitos de drogas no violentos.
"Las agresivas políticas de drogas están llenando las prisiones de América Latina con mujeres, muchas de las cuales se ven obligadas a dedicarse al negocio de drogas porque no tienen otras alternativas para apoyar a sus familias", dice Teresa García Castro, Asociada de Programa de WOLA. Es como si la especialista estuviera hablando de Susana. O de Vanesa.
Vanesa
-Sara, ¿por qué lo hacés?
-Porque yo me siento sola, porque vos no estás, es difícil.
Vanesa, desde la cárcel, siente que no puede retar a su hija. Sara tiene 14 años, dejó la escuela y se escapa de la casa. A otra de sus hijas, mayor que Sara, tampoco cree que le pueda pedir más: sufre de un retraso madurativo y tiene una beba de un año.
Su hijo más chico, de ocho años, cuando va a visitarla al penal le pregunta: "Ma, ¿cuándo vas a ir a casa?". Ella le responde que falta poco, pero la verdad es que no lo sabe. Ya van más de tres años que está presa, hizo ocho cursos, está en segundo año del secundario, estudia inglés: todas ellas actividades que la ayudarían a que le dieran una prisión domiciliaria. Pero pasa el tiempo y nada. No tiene idea por qué.
El día que la detuvieron, Vanesa estaba en cama. Acababa de salir de una cirugía: le habían eliminado la mitad del estómago. Hacía tiempo que venía con problemas derivados de los 120 kilos que cargaba: presión alta, apnea. Hacía dieta, pero no lograba más que bajar y subir de peso sin descanso. Se operó en un sanatorio privado, usando la obra social que le quedaba a su marido del trabajo en la refinería.
El día del allanamiento fue el 18 de agosto de 2016, pero no era la primera vez que la detenían. Vanesa tiene dos causas anteriores: una en 2011 y otra en 2012. En 2011, cuando estaba embarazada de su hijo más chico, vio plata fácil y pensó: "Bueno, no pasa nada". Pero pasó.
"Yo vivía con los cinco chicos en una piecita. Lo que trabajaba mi marido era para la comida de los chicos y ni siquiera. Creo que cobraba 5.000 pesos. Ahora le digo yo: Tanto me preocupé para ciertas cosas que acá cocino con una cebolla", dice, como si ahora entendiera todo, encerrada en una pieza de sillas rotas dentro de la cárcel.
En la primera causa firmó un juicio abreviado de cuatro años. Reconoció el delito. En la segunda no. Y fue sobreseída. Diez días antes de que se cerrara completamente la segunda causa, la detuvieron de nuevo.
En su barrio de Quilmes todavía circula mucho la pasta base. Y eso es lo que ella le guardaba a la otra mujer, a la transa. Vanesa veía a los chicos tirados en la calle, pidiendo comida, destruidos por el paco. Sentía culpa. Los alimentaba.
"La comida que traía mi marido del trabajo yo se la sacaba y se las daba a ellos. Me decían: ‘Doña, ¿no tiene algo para comer?’. Tenían hambre", dice ahora, presa por guardar esa misma pasta base.
Vanesa vive sola en su celda del pabellón 2 de trabajadoras y conducta en la Unidad 33 de Los Hornos, la misma unidad donde vivió Susana. Mientras de fondo deja reproduciendo El Increíble Hulk una y otra vez, habla con una de sus compañeras.
-¿Qué vas a hacer cuando salgas? -le pregunta Vanesa y le pasa el mate.
-Yo voy a volver a la misma.
-Entonces vos no querés a tus hijos. La que sufre por sus hijos no lo vuelve a hacer.
-Pero yo necesito plata.
-Bueno, andá a trabajar o andá a pedir.
Siempre discuten por eso. Su compañera tiene 17 hijos, y no sólo está presa ella, sino también su marido. Al principio, algunos de los nenes quedaron a cargo de los mayores, pero, meses después, muchos de ellos serían llevados a hogares de abrigo.
Vanesa se da cuenta que ella también cayó varias veces. Pero en la primera causa nunca llegó a estar presa. Eso, dice, hizo que no tomara dimensión: "Nunca supe lo que era dejar a mis hijos solos". Ahora pide algún beneficio, que la dejen salir los fines de semana o cumplir, una vez más, prisión domiciliaria. "No sólo me arruinaron la vida a mí sino a mi familia. Porque el error que cometí, yo lo pagué".
Distintos delitos, una misma ley
De acuerdo con datos del Registro Nacional de Reincidencia, la mayor cantidad de mujeres condenadas por drogas estaban acusadas de vender estupefacientes. En la jerga se las conoce como "transas".
Vanesa no era transa. Ella guardaba la droga. "En realidad siempre cae el ‘gato’ de la transa. Como dicen ahí. La de arriba nunca cae", explica. El ‘gato’ de la transa es quien le hace favores, o le hace sólo una parte del trabajo.
Según datos del Registro Nacional de Reincidencia, entre 2013 y 2017 fueron condenadas 2775 mujeres por vender droga (69%), y 1236 por otras causas como tenencia, contrabando y consumo. Sin embargo, la diferenciación de estos delitos no nos dice nada de cuánto poder tenía cada una en la cadena de narcotráfico. Pero según especialistas en temas carcelarios y judiciales, hay un dato que puede orientar: el tiempo de condena.
Raquel Asensio es la titular de la comisión de género de la Defensoría General de la Nación. En su análisis sobre las mujeres que tienen defensa pública, es decir que no se pueden pagar un abogado, Asensio destaca que las mujeres condenadas por infracción a la ley de drogas siempre reciben las penas mínimas para esos delitos.
"En las dos investigaciones que hicimos con muestra estadística, veíamos que ellas estaban entre los tres y los cuatro años, que son los montos mínimos de los delitos de contrabando y comercialización (de estupefacientes). Eso te muestra la escasa responsabilidad que tenían dentro de la organización criminal", explica Asensio.
Elsa
Elsa tiene 30 años de consumo ininterrumpido, pero, al igual que Susana y Vanesa, recuerda la fecha exacta de su detención. Fue el 12 de mayo del 2016. Habla poco y repite siempre lo mismo sobre ese día: "Yo estaba en la villa, entró la Brigada, me puso contra la pared y me tiró un bolso". El bolso, dice, tenía droga y plata. La condenaron a cuatro años de prisión. Estuvo dos años y dos meses en tratamiento por consumo de drogas dentro del penal, en un Centro de Prevención de las Adicciones.
El consumo es otro de los puntos clave para entender la gran cantidad de personas detenidas por delitos de drogas. Según el último informe de la Procuraduría de Narcocriminalidad, el 40% de las causas por drogas que se iniciaron en Argentina en 2019 fueron por tenencia para consumo personal. El otro 40% por tenencia de estupefacientes para comercialización. Lo que no podemos saber con estos datos es cuántos son hombres y cuántas son mujeres.
El marido de Elsa se ahorcó en 1987. Desde ese momento, ella se empezó a drogar, y nunca dejó de consumir hasta caer presa. Ahora no lo hace, dice, porque no tiene. Pero no puede asegurarse a sí misma que al salir no vuelva a querer tomar cocaína. "La droga es rica. Se van los problemas. Después cuando se te va el enchufe están los problemas igual", dice. Sus hijos no la visitan y ella quiere creer que es porque están lejos y tienen sus familias. Tiene seis hijos y 25 nietos.
Según la investigación Mujeres en prisión, el 43% de las presas nunca recibió visita, y la gran mayoría tiene pocas visitas habituales. Estos porcentajes aumentan cuando las detenidas son extranjeras.
A Ayelén, durante el tiempo que estuvo en prisión, no la visitó nadie.
Ayelén
Ayelén es de La Paz, Bolivia. Llegó a Argentina cuando tenía 14 años. El 15 de marzo de 2016 fue detenida por comercialización de estupefacientes. Tenía 18 años. Apenas llegó de su país se fue a vivir a la casa de su tío en Morón, en el conurbano bonaerense. Después se juntó en Merlo con un chico. Trabajó en un taller de costura cuando se separó. Su último trabajo fue vender cocaína en Liniers.
"La plata no me alcanzaba. Conocí a un pibe en un boliche, yo le dije si me podía hacer la segunda para vender droga", cuenta en un cuarto de la Unidad 8 de Los Hornos, esperando ser deportada. Ese chico fue quien le enseñó cómo hacer el trueque de droga y plata con el cliente sin ser vista por las cámaras.
Después de aprender cómo hacerlo, se puso a vender con otro chico. Lo hizo durante un mes. Los dos tenían el mismo jefe. Con la plata que le daba la droga, consiguió independizarse: "Me alquilé una pieza, compré cama, televisor, mesa para zapatos, mueblecito. Hasta que caí presa".
El 15 de marzo al mediodía se fue a comer. A eso de las seis de la tarde se encontró con su compañero en Ciudadela, tenía que llevarle la droga y que él le diera plata. Esa era la orden del jefe. No sabían, pero la policía le estaba haciendo un seguimiento a su compañero. Los detuvieron a los dos. A ella, dice, no le paraba de sonar el teléfono: la llamaban los clientes para reclamarle sus pedidos.
Sin embargo, pronto el teléfono dejó de sonar. Durante su tiempo en la cárcel, a Ayelén su mamá no le habló, su papá ni siquiera le contestó ninguno de los llamados. "Cuando era chiquita era terrible, me escapaba del colegio, me peleaba. Mi tía me dijo de irnos para la Argentina. Yo le dije que no. Mi papá le dijo: 'Llevatela'", recordaba Ayelén.
La condenaron a cuatro años de prisión. Pero a la mitad de la pena, como dice la Ley de Migraciones en su artículo 64, la deportaron. Nunca más podrá volver al país.
Elsa era adicta. Cumplió su condena.
Ayelén era joven. La deportaron.
Vanesa y Susana salieron de la cárcel. Ahora intentan reconstruir sus familias hechas añicos, sin violencia y fuera de la droga.
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