Tensión en el Bajo Flores. En la villa 1-11-14 se preparan para la noche y están listos para defenderse “a palazos”
Tras el intento de “robo piraña” a un comercio dentro del barrio, y ante la insuficiente presencia policial, bajan temprano las persianas de sus locales y organizan postas de vigilancia
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Los pasillos angostos y las calles de barro y escombros de la villa 1-11-14 siguen encharcados tras la lluvia de la madrugada. Hay movimiento, como siempre. La Gendarmería reforzó la presencia tras la violencia de la noche anterior en ese enclave del Bajo Flores, cuando cinco hombres armados intentaron entrar por asalto en un almacén, pero fueron sorprendidos por vecinos, que salieron a defender al comerciante, a defender su propio territorio. A mitad de la mañana, el día soleado y despejado no alcanzaba a deshacer la tensión que todavía se palpa en el barrio padre Rodolfo Ricciardelli.
Están alertas, atentos a la llegada de la noche, a la posibilidad de que se repitan episodios como el de ayer a las 20, cuando vecinos organizados de la villa evitaron que un grupo de ladrones irrumpiera y saqueara un almacén situado en el denominado sector tres del barrio, concretamente, en la manzana 18, altura catastral 147 y 149. Alguien advirtió lo que ocurría, alguien activó la alarma vecinal y varios salieron de sus casas con palos y decididos a hacer justicia por mano propia. Casi linchan a uno de los ladrones, que debió ser sacado del lugar por efectivos de la patrulla de Gendarmería apostada en uno de los accesos. El delincuente terminó en el hospital Parmenio Piñero.
Con más resignación que orgullo, María, nacida en Bolivia hace 53 años, que trabaja de empleada doméstica, dijo a LA NACION: “Solo pedimos seguridad para los vecinos y los chicos que van al colegio, nada más”. Es una de las que están movilizadas. “Vamos a incrementar las vigías nocturnas entre vecinos; nos apostaremos en las esquinas de la villa con fogones prendidos para proveernos de seguridad, ante la ausencia de las autoridades. De ese modo iluminaremos la calle y nos protegeremos del frío”, explicó.
Cuestionan a los gobernantes, pero, también, a quienes los representan comunitariamente, elegidos entre los vecinos. “Los delegados de cada manzana viven como reyes en otro lado, no están, no podemos contar con su ayuda”, sentenció. María es una de las pocas vecinas que se anima a alzar la voz para hablar. Muchos otros no responden, no miran a los ojos o si hablan, lo hacen en voz muy baja; temen ser vistos con “gente de afuera” o que se escuche lo que reclaman. El miedo es muy fuerte.
Rosa Choque tiene 45 años y, como muchos otros vecinos en la zona adyacente a la manzana 18, donde se produjo el incidente de anoche, es oriunda de Bolivia. Se encuentra detrás de las rejas negras de su local de venta de juguetes y artículos de temporada. Sus dos hijos, de 25 y 22 años, están detrás de ella. Serios y con la mirada evasiva escuchan hablar a su madre. Rosa es la dueña del comercio, que está apostado delante de su casa.
“Anoche me enteré por otros vecinos que estaban entrando a saquear en Riestra y Bonorino, a eso de las ocho de la noche. Nuestra primera reacción fue meternos adentro y cerrar todo. Luego nos armamos de valor, recogimos nuestros palos y salimos junto a otros vecinos a hacer justicia. No había policía y tomamos la iniciativa de salir a defendernos”, sostuvo.
Según Rosa, los delincuentes serían “de los monoblocks de Bonorino” o “de los barrios Illia y Rivadavia”, las zonas más urbanizadas que rodean el núcleo de la villa. Advirtió que eran “una mezcla de mayores y menores”. Y agregó: “Roban lo que sea, zapatillas, televisores, lo que sea… y después lo revenden. No roban porque tienen hambre, roban porque no quieren trabajar”, sentenció.
En lo que respecta a la seguridad, Rosa asegura que no es nada nuevo en su barrio. “Hace rato que acá hay inseguridad. Ahora nos pusieron una alarma vecinal y cuando se activa agarramos nuestros palos –señala unas escobas y escurridores al lado de ella– y salimos a defendernos solos. Estamos preocupados porque se comenta que esta noche van a entrar a robar de nuevo”, dijo.
Sobre la situación económica, no dudó en responder: “Claro que se nota que falta plata y se siente demasiado la inflación. Ahora, por el Día del Niño no vendí casi nada”, concluyó la comerciante, mientras bajaba la mirada al suelo.
Enzo, vecino y comerciante de 53 años, vende artículos de librería, juguetes y cotillón en el Barrio Ricciardelli. Inicialmente reacio a hablar, miró hacia afuera del local que no hubiera testigos y terminó accediendo a hablar con LA NACION. Dijo que se sienten “fuerte” la inflación y la inseguridad, pero que, a pesar de ello, “hay que trabajar”. Enfatizó. “Hoy voy a cerrar más temprano por las amenazas, pero la realidad es que tengo que trabajar”.
Los vecinos coinciden en que no es la droga lo que genera los problemas, sino, curiosamente, la falta de estupefacientes disponibles, que complica la logística y la utilización de “recursos humanos” para el narcomenudeo.
Un efectivo de la Gendarmería apostado en uno de los ingresos a la villa –que pidió no ser identificado porque trabaja a diario en ese lugar–, explicó: “No roban por hambre; acá hay comedores adonde pueden ir. Lo que hay son extorsionadores. Muchos tipos que se quedaron sin el negocio de la droga se unieron y ahora ‘cobran’ por brindar protección. Les exigen a los comerciantes 10.000 a 15.000 pesos por mes a cambio de ello”. Ese es, en su interpretación, el origen y fin de los episodios como el de anoche: forzar accesos, vandalizar comercios, robar, y luego ir a “vender” seguridad para que eso no vuelva a pasar. “Acá viven muchos bolivianos y en Bolivia se defienden de esta misma manera: al que roba lo muelen a palos. No denuncian los delitos porque sienten que es en vano”.
Según el gendarme, hace pocos días un remisero, cansado de las extorsiones, se “armó de valor” e hizo la denuncia con mucha evidencia de audios de WhatsApp. “Pensamos que esto generó un efecto en los vecinos, que están más que cansados de los aprietes, y que por eso salieron a defenderse como se vio anoche”.
“La realidad es que a nosotros nos sobrepasa ocuparnos de la seguridad en este lugar. Somos unos pocos gendarmes. No alcanza”. El efectivo señala a una comerciante que se negó a hablar y dice: “Ella mudó acá al lado nuestro su puesto de venta de comida; nos pidió que la cuidáramos y como no llegamos adonde está ella, ella fue la que se acercó”.
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