Crimen. Fabián Tablado, el frío asesino que se duchó después de 113 puñaladas
Fabián Gerardo Tablado no sufre una enfermedad mental, ni alteraciones neurológicas. Sabía perfectamente qué estaba haciendo cuando con tres cuchillos y una herramienta de carpintería le asestó 113 puñaladas a Carolina Aló, una adolescente de 17 años, la noche el 27 de mayo de 1996.
En febrero pasado cumplió la pena por ese homicidio y por las amenazas recibidas por dos mujeres en prisión. Hoy fue nuevamente arrestado por no cumplir con la orden judicial de no acercarse al padre de su víctima. Su historia representa uno de los casos policiales más impactantes en la Argentina.
Con Carolina Aló eran novios y compañeros en la Escuela de Educación Media N°7, de Tigre. Con diferentes excusas, ambos lograron escaparse de las clases y fueron hasta la casa en la que Tablado, que tenía 20 años, vivía junto a su padre, su madre, dos hermanas y tres hermanos. Antes de cruzar la puerta del colegio, el femicida le dijo a uno de sus amigos que iba a matar a la chica.
Tenía un plan, y lo ejecutó -según información judicial a la que accedió LA NACIÓN- en el lapso de una hora: persiguió a la joven por distintos ambientes de la casa; la golpeó con salvajismo y luego la apuñaló hasta quebrar las hojas de tres cuchillos diferentes. Cuando uno se rompía, él buscaba otro.
Finalmente, tomó un formón para tallar madera -su padre, era carpintero- y asestó las últimas estocadas, con las que terminó de arrebatarle la vida a Carolina. La joven intentó defenderse, pero sucumbió ante la violencia y la profundidad de los cortes que había recibido en el tórax y en el cuello.
Cuando la chica yacía muerta en el piso, Tablado se sacó los pantalones y la camisa, y dejó ambas prendas tiradas. No muy lejos del cadáver, que luego encontró la policía. Después caminó hasta el baño y se duchó. Se puso ropa limpia y se dirigió a la casa de Luis María Vallejos, aquel compañero de la escuela al que le había anticipado su pulsión homicida, con Carolina como objetivo del arrebato violento y letal.
"La maté, ¿qué hacemos?", preguntó el femicida a su único confidente. Vallejos le sugirió a Tablado que escondiera el cuerpo debajo del puente de la calle Tedín, que él enviaría un taxi para facilitarle la fuga... Pero lo que finalmente hizo Vallejos fue alertar de lo sucedido a la policía. El homicida tuvo que entregarse allí mismo, sin oponer resistencia.
Tablado fue condenado a fines de 1998 a 24 años de cárcel por homicidio simple. En 2013 sumó otros dos años y medio de prisión por amenazas a su exmujer, a la que había conocido ya estando preso y con quien tuvo dos mellizas. En aquellos años el femicidio no era un concepto judiciable; aún no se consideraba un crimen que merecía solo una pena, la máxima: prisión perpetua. En diciembre pasado se confirmó que, en virtud del nuevo cálculo de la pena -la aplicación del 2x1 por el tiempo que pasó preso sin sentencia, vigente en aquellos días, y una reducción de seis meses por estudios cursados intramuros- el asesino de Carolina Aló cumpliría la pena el 28 de febrero de 2020 y sería un hombre libre.
Ese día dejó el penal de Campana. "Estoy muy arrepentido. Les quiero pedir perdón a Edgardo [padre de Carolina] y a todas las mujeres. Sé que no me van a perdonar, pero me siento más aliviado pidiéndoles perdón. La familia de Carolina no me va a perdonar, pero busco el perdón de ellos. No hay un día en que no piense en pedirles perdón a los padres de Carolina. No solo arruiné mi vida, sino que arruiné la vida de Carolina y de su familia", dijo Tablado ese mediodía, apenas dio su primer paso fuera del penal de Campana.
Con un buzo gris con capucha, el hombre de 44 años agregó en ese contacto con los periodistas que aguardaban su salida del penal: "Soy consciente de que si esto hubiera pasado ahora tendría perpetua. Yo fui juzgado con las leyes en el año que caí preso, en 1996. Siempre me pregunto por qué la maté, todos los días. Soy muy consciente del mal que hice. Nunca voy a pagar en mi interior ni en mi consciencia".
Antes de dejar la prisión, un informe de peritos psiquiatras había señalado que Tablado presentaba sus "facultades mentales normales" aunque no estaba en condiciones de ejercer la responsabilidad parental sobre sus hijas mellizas, de 11 años.
Edgardo Aló, padre de la víctima, agotó todas las instancias judiciales en su intento de evitar que Tablado saliese de la prisión. No logró ese objetivo, pero si consiguió que se estableciese una medida de restricción perimetral para que no se le acercase el asesino de su hija. Esa decisión judicial fue, finalmente, la que provocó hoy el arresto de Tablado, quien en octubre pasadofue observado a cien metros del lugar de trabajo de Aló.
Sus días en el pabellón evangelista
Fabián Gerardo Tablado nació y creció en una casa ubicada sobre la calle Albarellos al 300, en pleno centro de Tigre. Los documentos judiciales indican que sus conductas antisociales comenzaron cuando todavía era un niño y se agudizaron con el paso del tiempo. Nadie hizo nada para detenerlo, a pesar de que, antes del femicidio, fue expulsado de dos escuelas. Con Aló había mantenido una relación de tres años, en las que la adolescente fue golpeada.
Varios años después de asesinar a Carolina, ya refugiado en un pabellón evangelista de la cárcel para evitar que otros presos lo extorsionaran o lo asesinaran, Tablado recordaría como los únicos momentos gratos de su infancia un puñado de horas compartidas en la vereda con amigos del barrio. Pero nada más allá de eso. Él mismo confirmó en esa época que, cuando era niño, pasaba meses sin hablar con su padre y que su madre lo golpeaba.
Reiteradamente intentó convencer de su arrepentimiento y de su sincera reflexión a todos los especialistas con los que dialogó durante su vida carcelaria; dijo haber encontrado allí, en "la tumba", el perdón de Dios.
Fue en estos pabellones evangelistas donde, según él mismo explicó, comenzó a vivenciar alucinaciones místicas. Nadie le creyó. Tampoco lo calificaron, a pesar de sus supuestas alucinaciones, como un enfermo mental. Más allá de que hablaba despacio -e intentaba transmitir tranquilidad- siempre resultó evidente que, cuando no lograba imponerse, reaccionaba de forma deliberadamente inadaptada.
De hecho, diferentes estudios realizados luego del crimen para comprender su motivación criminal dejarían en claro que en él pervive una intrusiva inmadurez emocional: para él, las personas son meros instrumentos. Como en un espejismo, se aferra a ellos para encontrar en el amor un sostén y un significado para su vida; por eso, cualquier desequilibrio emocional lo convierte en una persona hostil.
Durante su estadía de casi 24 años en la cárcel, Tablado estuvo en las unidades de Sierra Chica, Florencio Varela, Campana, Baradero y Florencio Varela. Durante su peregrinaje por esas prisiones entabló vínculos con dos mujeres.
En 2011, G.P., una de esas chicas, denunció que Tablado había intentado lastimarla dentro de la prisión con un vidrio. Dijo que él había reaccionado así porque ella llevaba puestos pantalones que, a criterio del femicida preso, eran "demasiado ajustados".
De este vínculo surgió un intercambio de cartas en el que el asesino decía que la cárcel -a la que definió como "la facultad del crimen"- lo estaba transformando "en un asesino perfecto"; allí también decía que "iba a poner a todos de rodillas" cuando volviera a Tigre, a su barrio de origen.
Luego, en 2013, otra mujer -identificada solo como R.V- denunció por amenazas al femicida, que por aquellos días perdió el beneficio de las salidas transitorias. Esta acusación fue hecha por una docente con la que el femicida contrajo matrimonio en prisión, y con la que tuvieron dos hijas.
Por estas amenazas, un juez de San Isidro lo declaró reincidente y sumó dos años y seis meses a su condena. Según consignó LA NACION en noviembre de 2013, desde el entorno de R.V, dijeron que Tablado se contactaba desde la cárcel con ella para asegurarle a la mujer que si decidía cortar la relación, él iba matarla durante una salida transitoria: "Yo voy a ver a mis hijas, y si vos llamás a una asistente social, te voy a sacar el corazón y me lo voy a comer antes de que puedas pedir ayuda".
Tablado estaba con sus hijas en el momento de romper la orden judicial de no acercarse al padre de Carolina Aló. El juzgado de familia 2 de Tigre había decidido que Tablado no debía merodear ni siquiera a 500 metros de la casa y el lugar de trabajo de Edgardo Aló, aunque este no estuviese en esas zonas. Tablado porta, además, una tobillera electrónica para detectar sus movimientos en otra causa, ya que también tiene una restricción perimetral con relación a la madre de sus hijas.
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