“Su condena me dio la libertad”. Su tío la violó de niña, contó su dolor en dos libros y logró la sentencia: la historia de Belén López Peiró
Habló con LA NACION desde España, luego del fallo en un juicio abreviado que le permitió comenzar a sanar las heridas de los abusos que sufrió entre los 13 y los 17 años
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“Mi objetivo no es la venganza”, dice Belén López Peiró a LA NACION en un reportaje exclusivo desde Barcelona, donde como periodista y escritora realiza una maestría en creación literaria, mientras todavía resuena en su computadora la sentencia que ahora le permite ser y sentirse libre: En la ciudad de San Nicolás de los Arroyos, a 26 de diciembre de 2022, en razón de lo prescripto por el artículo 399, segundo apartado del CPP –Código de Procedimiento Penal–, se resuelve: condenar a Claudio Marcelino Sarlo como autor penalmente responsable de los delitos de abuso sexual gravemente ultrajante agravado por resultar el autor encargado de la guarda y por haber sido cometido contra una menor de 18 años aprovechando la situación de convivencia preexistente con la misma en forma reiterada… a la pena de 10 años de prisión, con la prohibición de mantener contacto con la víctima.
Cuando la escuchó, aferrada con fuerza a la mano de Adriano, su pareja, su mente y su cuerpo se estremecieron. Es que vivió 17 años de angustia y dolor que laceraron su integridad hasta que su abusador reconoció su culpa.
Tenía apenas 13 cuando su tío Claudio, policía, comisario de la policía bonaerense, comenzó a abusar sexualmente de ella, y así continuó hasta los 17. Todos los veranos, Belén llegaba al pueblo de Santa Lucía, cercano a San Pedro, para pasar las vacaciones en casa de su tía, mientras su madre seguía trabajando en la Capital como periodista.
En 2014 pudo hablar y presentar la primera denuncia, y debió esperar casi nueve años para que su abusador fuera condenado, aunque continúe libre hasta que la sentencia esté firme. En el camino algunos le creyeron, la mayoría no, incluso en su propia familia. Las pasó todas: la señalaron, la miraron con mala cara, le echaron culpas… Ella, valiente y corajuda, las enfrentó todas. Vivió altibajos, pero nunca se dejó caer, jamás.
Encontró en la literatura su manera de contar y descargar su cabeza donde no cabía más tanta tristeza, rabia e información. Y escribió dos libros tan crudos como imperdibles. Primero, Por qué volvías cada verano” (Madreselva), una obra polifónica en la que deja salir a la luz todo lo que le sucedió, donde las tardes de siesta y las noches se convertían en pesadilla cuando él se acercaba sigiloso para dormir a su lado.
Luego llegó Donde no hago pie (Lumen), un resumen impactante donde cuenta en detalle todo con lo que se debe enfrentar una mujer cuando decide denunciar a su abusador.
Ahora, su respiración profunda y continua se percibe del otro lado del teléfono cuando comienza a dialogar con LA NACION.
–Hablame del momento del fallo, ¿fue el más….
–¡Sí!, el más esperado. Pasó algo ¿sabés? Si bien los días previos sentía ansiedad y ganas de escucharlo, por dentro me pasaban cosas, me preparaba para lo peor, para que quedara libre, para que fuera declarado inocente o para que solo fuera juzgado por algunos hechos que denuncié y no por otros. Y que de esa manera obtuviera un beneficio. Cuando escuché “culpable” fue totalmente inesperado, me sorprendió; después de tantos años de manoseo, de falta de respuestas, de ultraje, por primera vez el resultado fue diferente gracias al juicio abreviado, que lo veníamos pidiendo hace años, y que por fin de la otra parte aceptaron, y el juez también, puso fecha de juicio y llegamos al final que yo esperaba tanto.
–¿Sentiste la revictimización a cada paso desde que decidiste denunciar, en 2014?
–De manera continua, hasta que en 2019 tomé la decisión de que no quería ni iba a volver a declarar, a pasar por una audiencia, porque en una me pasó un episodio temendo: me lo crucé en un pasillo y fue terrible. Después de la revictimización sufrida durante tantos años, intentamos buscar salidas para no tener que sentarme en el banquillo en un juicio oral. Apareció la opción del juicio abreviado y luego de mucho trabajo de mi abogada, Luciana Sánchez, pude encontrar una salida. Busqué y encontré reparación en otro lugar a través de mis dos libros, priorizando la literatura en mi vida. Eso hizo que, si bien tuve que esperar, mi vida y mi tranquilidad no dependieron de la palabra de un juez.
–¿Cómo pensabas tu vida luego de la sentencia?
–Cuando el juez lo declaró culpable dije “quizás esto les sirva a las personas que no creyeron en mí, y también a las que denuncian, para que tengan fe”. Durante todos estos años era yo la que estaba en libertad condicional. Las audiencias le imprimían el ritmo a mi vida, me iba de vacaciones durante la feria judicial, vivía pendiente, todo era así. Cuando me surge la posibilidad de hacer esta beca, este máster, y además mi pareja tenía que hacer su ciudadanía italiana, pensamos en esta posibilidad de cambiar de aire y tomar distancia, para poder escribir otras cosas. Porque en la Argentina me llamaban para dar charlas sobre violencia sexual o me llegaban comentarios de mi causa, del pueblo donde sucedió. Sentí que necesitaba respirar, alejarme. Pensé “¿qué pasa si me voy?”, y lo hice porque si no, postergaba mi vida. Pude reforzar el dejar de estar en el lugar de víctima y no esperar una salida solo a partir del veredicto.
–¿Qué buscaste y qué encontraste cuando decidiste recurrir al juicio abreviado?
–Primero fue complicado porque debíamos estar de acuerdo las tres partes, el querellante, el querellado y el juez que lo tenía que aprobar. Lo hicimos porque yo no sabía cómo iba a poder estar para un juicio oral, no lo quería. Mi objetivo no era la venganza, después de tanto, ni siquiera pretendía que le dieran 30 años de cárcel. Lo que quería era ser libre otra vez. Su condena me permitió volver a ser y sentirme libre. Parte del acuerdo para llegar al juicio abreviado fue que yo no iba negar ninguno de los hechos, que no me iba a retractar. Quería que se declarara culpable, no me importaba si le bajaban los años de condena. Lo único que deseaba era que el juez dijera que yo siempre dije la verdad. Era la reparación que ansiaba y que cuando era una niña no pude denunciar.
–¿Aquellas apariciones de pesadillas e imágenes que contás en tus libros se van aplacando?
–Es un día a día, escribir los libros fue fundamental para no seguir con todo eso en la cabeza. Lo que me pasó pude ubicarlo en algún otro lugar. Cuando fue lo del veredicto, aunque me costó, ahondé hasta el cansancio para agotar el tema y no hablar más del tema, salvo alguna que otra declaración. Con los años, las sensaciones se van aliviando; nada va a desaparecer, eso lo tengo claro. De a poco me conozco más, sé qué me hace bien. Mi pareja es fundamental para recuperar el deseo, la confianza… Eso sí, ni hablar de dejar la terapia: siempre la voy a necesitar.
–¿Qué provocó el veredicto en tu familia?
–Mi mayor triunfo fue hacer un borrón y cuenta nueva con mi familia más íntima, que son mi mamá, mi papá y mi hermano. Y empezar a tener una relación con ellos desde la honestidad. No me gusta la palabra perdón. Creo que vale decir “esto es lo que somos, cometimos errores, faltaron palabras y herramientas a todos por igual… Y ahora vamos desde cero. Alguien puede decirme “por qué no hablaste antes”. Cada uno hizo lo que pudo desde su lugar; lo charlo mucho con mamá. Todo cambió. En el primer momento sentí mucho enojo, demasiada soledad, abandono, todo lo que puedas imaginar. Con el tiempo entendí que había personas a las que incluso la madre no les creía. Mi mamá se quedó sin familia, aprendí a entenderla como mujer. En definitiva, el lugar donde ella me dejaba era donde creía que yo iba a estar más cuidada. Siento que destapé algo que estaba latente.
–También, con tu coraje, pusiste en alerta a toda una ciudad donde el abusador reside, una ciudad que ahora sabe, a través de un fallo de la Justicia, que por sus calles todavía camina un abusador de menores hasta que la condena no esté firme.
–¿Sabés? Una de las cosas que más me interesa, y mucho, es que la gente del pueblo donde me crié de niña sepa que siempre dije la verdad.
–¿Con la condena empieza de alguna manera la reparación?
–Me gusta mucho más la palabra reparar que sanar. Para mí todo esto fue como un círculo. El primer libro lo escribí contra viento y marea, contra todo, hasta contra mí. Lo hice para calmar lo que me estaba pasando, para hacer justicia cuando nadie más la hacía. Esa obra me abrió una cantidad de puertas infinitas, me llevó a mi abogada actual, a otras colegas importantísimas; con él recorrí el mundo, porque se tradujo a varios idiomas (portugués, francés, italiano), cruzó fronteras. Y lo pude presentar en escuelas, universidades públicas, las facultades de Derecho, de Psicología, Sociología, Comunicación.
–Hacías referencia a colegas y a mucha gente que se sumó, además del trabajo de tu abogada. ¿Creés que trabajar acompañada de todo ese equipo fue fundamental?
–Clave. Fue muy reparador que Luciana, mi abogada, propusiera que esta causa no cayera solo ni sobre mis hombros ni sobre los de ella, nada más. Proyectó y diseñó un trabajo colectivo con excelentes resultados. Fue muy sanador que personas que conocí presentando el libro, colegas, comunicadoras, periodistas, me ayudaran desde las sombras, en un estudio de Constitución. A veces tenía que viajar a las audiencias en San Nicolás, no tenía plata, y una de ellas nos llevaba en su auto. Todo con mucho coraje.
–No pude no detenerme, mientras te leía, en que mencionás en tus libros que tu década de los 20 años pasó atravesada por el dolor.
–Exacto. Es la década en la que la mayoría de las chicas que yo conocía de mi colegio o de la universidad estaban viviendo los mayores años de disfrute. Y yo, por ejemplo, salía de estudiar y me tenía que tomar un colectivo para ir a San Nicolás por mi causa. ¿Cómo incluís eso en una vida?
–¿Advertís que no cualquiera alcanza lo que lograste, no porque no se lo propongan, si no por los obstáculos que les aparecen en todos los caminos mientras reclaman justicia?
–Yo sabía que tenía una meta: cerrar todo esto que me pasó. Pero, también, que no lo quería a cualquier costo. Estaba convencida de que el juicio oral me iba a hacer mucho daño. Pero quería un cierre, porque no deseaba que eso fuera lo único en mi vida. No valía la pena hacerme mierda en el camino.
–¿Tenés esa sensación de que pese a que al principio estuviste muy en soledad, sacaste fuerzas y supiste encontrar un rumbo? De hecho la actriz Thelma Fardin se basó en tus libros para decidirse a presentar su denuncia contra Juan Darthés.
–Sí, sí, así, tal cual, lo de Thelma fue una caricia al alma para mí. Y es verdad, saqué fuerzas de donde no tenía cuando era una niña, y luego una adolescente… Quiero decir que Gregorio, la pareja de mi madre, que es psiquiatra, también fue como un padre, y en su momento supo ver más allá, tal vez por su profesión. Fue el único que pudo ver lo que otros no pudieron ver.
–¿Cómo fue volver a Santa Lucía con Adriano, tu pareja?
–Volví con él cuando tomé la decisión de venirme a España. Uno de los consejos de mi terapeuta fue que volviera también con mi mamá a Santa Lucía. Ella sigue teniendo su casa y fuimos a pasar un fin de semana, instalamos una Pelopincho, disfrutamos… Por primera vez en todos estos años no tuve miedo de salir a caminar sus calles, de encontrarme con alguien. En definitiva, Santa Lucía para mí no es solamente el abuso. Yo crecí, tenía mis amigas, mi casa, mi familia. Para mí fue fundamental, no quería que me robaran eso, un montón de lugares que fueron parte de mi infancia. Me hizo bien recuperar eso. Siento que puedo volver cuando quiera, me llevó su tiempo, como todo esto que me tocó vivir. Pero bueno, acá estoy, de pie.
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