Sicarios S.A. Un asesino fantasma mataba en Rosario y dormía protegido en la villa 1-11-14
El arresto de un sospechoso del asesinato de una mujer confirma los temores de los investigadores sobre la nueva relación entre los clanes rosarinos y las bandas más peligrosas que operan en la región metropolitana
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ROSARIO.-La ruta era siempre la misma: de la villa 1-11-14 del Bajo Flores, en la ciudad de Buenos Aires, al barrio La Tablada, en la zona sur de Rosario. El sicario paraguayo Rubén Darío Morel se movía en esos dos mundos, separados por 300 kilómetros, pero unidos por las balas y la cocaína. Su misión en Rosario era matar y “desaparecer”, transformarse para los investigadores de Santa Fe en un fantasma, con la seguridad de que por las falencias y la escasa coordinación de los organismos de inteligencia criminal en la Argentina podría seguir con su trabajo de asesino a sueldo largos años.
La detención de Morel el lunes pasado, que carga con antecedentes criminales en Argentina y en Paraguay, en la zona caliente de Pedro Juan Caballero, en la frontera con Brasil, donde domina el Primer Comando Capital (PCC), confirma la hipótesis que manejan los investigadores rosarinos: las bandas narco de esta ciudad comenzaron a contratar mano de obra en territorios dominados por el narcotráfico en la ciudad de Buenos Aires, como la villa 1-11-14.
Morel fue detenido cuando caminaba cerca de un búnker famoso en Rosario, conocido como el “Pasillo” en Chacabuco al 4100. Ese punto de venta funciona desde hace casi una década, fue allanado decenas de veces, pero vuelve a quedar operativo apenas se van los policías. Está a 500 metros de la sede de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) y a 12 cuadras de la sede del Destacamento Móvil 2 de Gendarmería Nacional. Nadie parece verlo, solo los vecinos que padecen de esa violencia cotidiana, de balas que perforan un barrio donde hace tres décadas sus habitantes vivían del puerto y la industria frigorífica.
A ese búnker lo maneja desde la cárcel Alan Funes, uno de los narcos más jóvenes –tiene 23 años- y sanguinarios de Rosario, que está preso desde mediados del año pasado en el penal federal de Ezeiza, donde los investigadores creen que tejió los contactos con lugartenientes de la villa 1-11-14 para contratar sicarios que son desconocidos en los barrios de Rosario, por lo que hace más complejo identificar los responsables materiales de los crímenes.
“Empezamos a notar que los jefes narcos de Rosario que fueron trasladados a las cárceles federales comenzaron a tejer contactos con organizaciones de la ciudad de Buenos Aires y del conurbano bonaerense”, apuntó una alta fuente policial.
“Esto hace más complejas las investigaciones porque aparecen personas que no son de Rosario y nadie las conoce”, agregó la fuente consultada.
Morel está acusado de ejecutar de un disparo en la cabeza a María Elena González, de 63 años, el domingo pasado en Necochea al 4200, en el corazón del barrio La Tablada. Esa noche golpeó la puerta de la casa y cuando la mujer salió le disparó en la cabeza. González, conocida en el barrio por vender droga, murió en el acto. A Morel lo detuvieron tres horas después. Le incautaron una vaina servida y otra intacta calibre 9 mm, y un celular viejo marca Samsung, con tapita, que solo tenía dos números agendados. En ese teléfono antiguo había imágenes de personas disparando contra una casa que serán analizadas para detectar ese objetivo.
La Mari, como se la conocía en el barrio, había sido blanco de por lo menos dos ataques a balazos. Fue testigo en una causa en la que otros dos sicarios del clan Funes fueron imputados, Agustín Arselli, de 22 años y Joel Olguín, de 24. La fiscal Valeria Haurigot ordenó en septiembre pasado una serie de allanamientos para dar con estos dos jóvenes. Uno de los lugares allanados fue el búnker de Chacabuco al 4100 y allí estaba el paraguayo Morel, que fue demorado, pero después quedó en libertad porque no aparecía en ninguna investigación ni causa judicial.
A partir de ese momento, quedó en el radar de los investigadores. En una conversación que Morel mantuvo con su abuela –donde por momentos hablaba en guaraní- le dijo que hacía poco tiempo salió de la cárcel en Buenos Aires, donde tiene antecedentes por “robos menores”.
La primera vez que cayó preso fueron épocas de prepandemia. El 19 de enero de 2020, la Policía de la Ciudad lo atrapó por robar un teléfono celular. Un año y seis meses después, el 4 de agosto de 2021, fue detenido por robar una mochila. En esa oportunidad, según la investigación, estaba con dos cómplices.
Dieciocho días después volvió a delinquir. Según fuentes policiales, personal de la Policía de a Ciudad lo detuvo después de robarle a una víctima el teléfono celular y dinero en efectivo.
El 11 de septiembre de 2021 fue remitido desde una dependencia de la Policía de la Ciudad a la Unidad 28 del Servicio Penitenciario Federal (SPF), situada en el Palacio de Tribunales. Después de quedar en libertad, en septiembre fue identificado en Rosario.
Morel fue detenido unas horas después de que se produjera el crimen de González el lunes pasado, porque los vecinos que vieron el crimen divisaron una característica de uno de los hombres que se movía en una moto de 110 cc: “tiene labio leporino y una cicatriz en la nariz”, advirtieron los testigos a la policía.
El homicidio lo llevó adelante con el conductor de la moto, que hasta ahora no fue detenido.
El jueves pasado, el fiscal Ademar Bianchini, que investiga la ejecución de González, acusó a Morel de homicidio y portación ilegal de arma de guerra. El juez Rodolfo Zvala dictó prisión preventiva por 60 días contra Morel.
El crimen de esa mujer podría ser una venganza por otro asesinato que ocurrió cuatro horas antes a tres cuadras de allí. En Gutiérrez y Médici, Iván Humberto Falletti, de 34 años, fue interceptado por dos hombres que se movían en un auto, que lo acribillaron de ocho disparos.
Fuentes de la investigación señalaron que es posible que los dos asesinatos estén vinculados. El trasfondo de estos crímenes tendría que ver con el negocio de la venta de drogas en la zona, que tiene a la banda de Los Funes como protagonistas. Los investigadores advirtieron que el sábado pasado balearon un búnker que funciona en la zona, en calle Chacabuco, donde un auto blanco que estaba en la puerta terminó agujereado por las balas. Una de las hipótesis es que este ataque haya sido el catalizador de las venganzas que se produjeron este lunes a la noche y provocaron dos muertes.
El detonante de este nuevo capítulo judicial y batalla narco protagonizada por la banda de los Funes fue el crimen de Mariel Lezcano. La chica de 21 años fue ejecutada el 13 de octubre pasado a dos cuadras del llamado “Pasillo”, el búnker de Los Funes. La joven venía siendo amenazada por sicarios del clan. Según la causa que investigó el fiscal Gastón Ávila, Alan Funes, detenido actualmente en Ezeiza, pagó $ 30.000 a tres jóvenes para que atacaran la casa de Lezcano, a la que terminaron matando.
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