Seis meses del crimen del ingeniero. Para los vecinos, el miedo y la inseguridad siguen escondidos en los bosques de Palermo
La situación “no mejoró, empeoró”, es la frase más repetida entre comerciantes y residentes de la zona donde Mariano Barbieri fue asesinado por el robo de un celular
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El Parque Tres de Febrero es el pulmón de la Ciudad. Un solaz para los residentes, que hacen de ese espacio una postal y un lugar para caminar, distenderse y hacer deportes, y un imán para turistas y visitantes ocasionales que también quieren disfrutar del maravilloso paseo. Pero hace seis meses, el corazón de los bosques de Palermo fue escenario de un crimen brutal: el del ingeniero Mariano Barbieri, asesinado una noche, mientras meditaba a la luz de la luna, por un ladrón solitario que lo acuchilló en el pecho para arrebatarle el celular. La conmoción encendió las alarmas y exacerbó los miedos; también motorizó las promesas de intervenciones y de cambios para devolver tranquilidad y seguridad al lugar.
Sin embargo, medio año después, los vecinos del enclave sostienen, casi con unanimidad, que las cosas, lejos de haber mejorado, empeoraron. LA NACION realizó, en el último mes y medio, múltiples recorridas durante el día y la noche, y obtuvo decenas de testimonios de comerciantes, residentes y autoridades. Las “ranchadas”, que existían, pero quedaron al descubierto después del homicidio, siguen estando entre los árboles del parque, algo alejados de las zonas más transitadas, pero omnipresentes. La presencia semipermanente de esas reuniones de personas sospechosas aleja y preocupa a los vecinos, que temen usar el espacio verde más importante de la zona norte de la Capital. Muchos relataron haber sido víctimas de violentos hechos de inseguridad.
Desde el gobierno porteño, consultados por LA NACION, respondieron que se trabaja para mejorar la situación: “La Ciudad presentó hace dos semanas la Unidad de Intervenciones Rápidas, policias de negro, con armas largas y en moto, para que el patrullaje sea ágil, dinámico y permanente, esto se hace en función del Mapa del Delito y principalmente una de las zonas es el corredor norte y Palermo. Son 200 efectivos delineados en seis polígonos en puntos estratégicos, que son recorridos permanentemente por cinco efectivos con pistola Taser”.
“A principio de febrero se sumaron unidas de servicio de unidades de psiquiatría del SAME, estan preparadas para dar atención inmediata ante situaciones de emergencias, como parte de una visión integral de la salud mental”, sumaron desde la administración de Jorge Macri y explicaron que seis de cada diez personas en situación de calle están con problemas de salud mental y ese es un abordaje que tiene que suceder porque al ingeniero Barbieri el que lo mata es una persona con un problema de salud mental.
En ese marco, destacaron: “Es una unidad que no está preparada para otras emergencias sino para una emergencia cuando hay un problema de salud, un brote psicótico, un problema de adicciones donde además el paciente se pone violento. Entonces vos vas a ver una unidad de traslado completamente acolchada que adentro no tiene equipamiento para otras emergencias, que no tiene elementos cortopunzantes con los cuales se puede agredir a sí mismo o al paciente y más importante que esto diría yo en breve vamos a estar presentando el protocolo de procedimientos para problemáticas de adicciones y de salud mental”.
LA NACION también consultó a fuentes policiales que trabajaron en la investigación del crimen de Barbieri. Advirtieron la persistencia de tres factores que, en su opinión, inciden directamente para que esta zona de los bosques de Palermo siga resultando propicia para la reiteración de estos trágicos sucesos.
“La asistencia diaria de personas marginales que provienen del Barrio 31 de Retiro en busca de elementos varios para la reventa se asocia con la posibilidad de hurto o robos de ocasión, siempre relacionados con la necesidad de obtener estupefacientes para el consumo personal, en un círculo que se vuelve vicioso” comentó uno de los oficiales consultados por este medio.
Agregó: “La aparición de ‘vendedores’ de plantas, medias, repasadores y todo tipo de baratijas que llegan desde el conurbano en tren y bajan en la parada 3 de Febrero del ramal José León Suárez o en la estación Palermo del ferrocarril San Martín suma ingredientes que pueden configurar nuevas circunstancias de robo o violencia. Si bien nunca es bueno generalizar, se trata de un segmento de la sociedad que, en ocasiones, convive entre el trabajo honrado e informal y el delito”.
“Por último, en el interior del parque permanecen decenas de personas durante la mayor parte del día y la noche, eligiendo lugares oscuros y de difícil acceso o visibilidad, afectados en su mayoría por adicciones y afecciones psiquiátricas, y que, dependiendo de las circunstancias, se proveen de drogas de manera delictiva”, amplió.
El asesinato del ingeniero se produjo casi a la medianoche del 30 de agosto pasado. Mariano Barbieri, de 42 años, vivía en Beccar, estaba en pareja y era padre de un bebé de meses, Luca, pero circunstancialmente pasaba unos días en la casa de un amigo frente a la Plaza Sicilia. A las 23, cruzó al parque a meditar. Estaba solo cuando fue atacado con un cuchillo de cocina. Como pudo, cruzó la avenida del Libertador y encontró una heladería abierta, en la esquina de Lafinur, donde entró para pedir ayuda. “No me quiero morir”, alcanzó a decir. Una ambulancia del SAME lo llevó de urgencia al hospital Fernández, pero nada pudieron hacer para salvarlo. Días después, el presunto asesino, Isaías José Suárez, fue atrapado en la villa 31. Está preso e irá a juicio este año.
En aquel momento, el tradicional parque de Palermo estuvo lleno de patrulleros y policías a pie, en bicicleta, en cuatriciclo y en moto. Las autoridades comunales desplegaron personal y pusieron en marcha tareas para instalar luminarias internas en la plaza Sicilia. Los móviles de los canales de televisión se instalaron sobre la avenida del Libertador para realizar notas y obtener testimonios de los atribulados vecinos que, a la luz de la tragedia, afirmaban que la zona se había convertido en un punto peligroso, especialmente de noche. El miedo se acrecentó cuando, días después, casi en el mismo lugar, apareció muerto un hombre flotando en el lago Victoria Ocampo: José Báez, que tenía antecedentes por abuso sexual, robos y amenazas, y padecía trastornos psiquiátricos, aunque nada de eso impidió que estuviera libre.
Voces del miedo y el escepticismo
“A seis meses del asesinato de Mariano, la situación de Palermo Chico es diferente, pero para peor. Las ‘ranchadas’ continúan en los mismos lugares, aumentó considerablemente el número de personas en situación de calle, se ven muchos ‘fisuras’ las 24 horas. Se perdió la vida nocturna. Ahora hay solo ratas y bolsas de basuras desparramadas por donde mires”, dijo Mercedes J., comerciante.
A lo largo de varias recorridas de LA NACION durante estos dos meses, los vecinos, muy preocupados, coincidieron en el abandono del barrio por parte de las autoridades.
“Antes nos levantábamos alrededor de las cinco de la mañana con mi pareja para ir a trotar por el Rosedal, ver el amanecer y elongar en los aparatos que están dentro del espacio cercano al lago, pero hoy no se puede, te aparecen tipos con sacos, con poca higiene a pedirte plata, ropa o lo que puedas darles; tratamos de ir más tarde, cuando hay mucha gente” cuenta Roxana Pereyra, 43 años, profesora de inglés.
Alfredo I., comerciante de 47 años, sostiene: “La muerte de Barbieri fue un antes y un después en el Rosedal; de noche ya no podés venir solo, tenemos que ser varios para correr, es muy oscuro; el patrullero pasa, pero no es permanente. Hay gente que se te viene encima cuando aflojas el ritmo. No me siento seguro”.
Camila Arguello, psicóloga de 39 años, expresa: “Palermo es una mugre, estamos en las manos de nadie, no fumigan, no limpian, compré mi primer departamento con la ayuda de mis padres hace cuatro años; era otro Palermo. Ahora no podés sentarte a tomar un café en ningún lado sin que te vengan a pedir o a vender cinco personas cada diez minutos. La policía los saca, pero al rato están de vuelta. En un bar de la calle Scalabrini Ortiz, unos chiquitos que pedían comida le robaron a mi mamá le robaron la cartera que tenía enganchada a la silla”.
Otra comerciante, Claudia F.C., de 62 años, dice: “Tengo dos hijas y a las dos les robaron violentamente. A Margarita, que tiene 31 años, le sacaron la mochila cerca del Museo de Arte Decorativo, le pegaron y le volaron dos dientes porque no le podían sacar el anillo de casada. Y a Alejandra, de 29 años, la bajaron de la bici frente al Club de Amigos; venía desde el Planetario, la siguieron, la tiraron al piso y le quebraron las costillas. Realmente la pasaron muy mal, los robos fueron al mediodía. ¿Denuncia? No, ninguna quiso hacerlo, porque los delincuentes entran por una puerta y salen por otra”.
José R., de 58 años, y Juan T., de 33 años, encargados de edificio frente a la Plaza Sicilia, coinciden: “La gente que circula de noche por acá en su mayoría es un desastre. Son cartoneros, gente en situación de calle y demasiado “fisuras”; la mayoría son hombres jóvenes. La policía pasa, pero estos tipos en un segundo roban a las mujeres y chicos que vienen de alguna fiesta a la madrugada, que es cuando aprovechan y se llevan los teléfonos”.
Celina G, abogada que coordina el grupo “Vecinos en Red” dijo a LA NACION: “Trabajo con un grupo de funcionarios del gobierno de la ciudad y con policías, formamos una red con 350 vecinos. Palermo está sucio e inseguro, hay mucho por hacer”.
Ismael L., estudiante de 23 años, cuenta: “Entreno todos los días. Un día iba por la zona del Aeroparque y volvía por el puente de Sarmiento y de la nada se me aparecieron cuatro tipos con cuchillos. Me robaron la bicicleta, el teléfono, los documentos... Me golpearon con saña. En marzo me operan nuevamente del codo. Me jodieron la vida y mi deporte, espero que con el nuevo gobierno cambie un poco la situación de inseguridad”.
Juana C., 34 años, empleada de un restaurante de la calle Cabello, relata: “Los primeros días de diciembre salí de mi trabajo a la una de la mañana; todo estaba perfecto hasta que llegué a Salguero y Libertador, ahí me agarró contra la parada del colectivo un ‘ciruja’ con olor a alcohol y me empezó a manosear; yo tenía puesta una pollera corta y me quería bajar la ropa interior, hasta que pararon unos chicos en una moto, se dieron cuenta de la situación y lograron sacarme de ahí. Desde ese día mi papá me viene a buscar”.
“Tenía una vida alegre, llena de programas, un novio y me encantaba viajar. En octubre me corrieron unos “motochorros” por la calle Lafinur, me robaron la valija, la cartera y como no les quería dar el teléfono me empujaron contra los postes de una obra, un fierro se me vino encima y casi me corta la pierna, ya voy por la quinta operación, mi madre se mudó conmigo. La inseguridad está, ¿qué va a cambiar? No lo sé. Creo que nada”, expresa Mariana L., estudiante de Marketing, de 26 años.
Josefina G., de 28 años, pediatra, sostiene: “Estoy indignada, no puedo salir más de noche, mi mayor terapia era ir a correr al Rosedal los 365 días del año, ya no lo puedo hacer, la inseguridad me ganó, me cambió la vida, me quiero ir a la m..... del país, no se puede creer que los políticos nos hayan embrutecido y abandonado de esta manera, no milito para nadie y jamás lo haría”.
“Pensaba comprar el departamento donde vivo, tengo buena vista al parque y mucha luz. El mes pasado entraba a la cochera con el vidrio del coche bajo, se me apareció un ‘flaquito’ con cara de buen tipo y me pidió plata para una cerveza... en el momento en que me agaché para darle unos pesos vinieron tres tipos y me robaron todo. Ahora me estoy mudando a un barrio cerrado en San Isidro” contó, Marcos F., 36 años, abogado.
La sensación de miedo y desesperanza, de indefensión ante la inseguridad latente en el corazón de Palermo chico, no sabe de edades. “En seis meses nada ha cambiado, no mejoró, empeoró”, concluye Ingrid, de 83 años.
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