“Sanadores egipcios”. La Justicia Federal cordobesa los imputó por trata, explotación y reducción a la servidumbre
El hombre que encabezaba la fundación, su esposa y su hijo están acusados de integran una asociación ilícita; al líder se le atribuye, además, el ejercicio legal de la psicología y abuso, estafas y hasta abusos sexuales; cuatro personas que estuvieron imputadas ahora son consideradas víctimas
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CÓRDOBA. Avanza la causa de contra la secta de los “sanadores egipcios”. El fiscal federal Carlos Casas Nóblega imputó al líder del grupo, Álvaro Juan Aparicio Díaz; a su pareja, Carolina Laura Cannes, y a su hijo, Máximo Ángel Aparicio Cannes, por “trata de personas con fines de explotación laboral y económica, y reducción a la servidumbre o condición análoga agravada por la cantidad de víctimas, por ser ministro de culto y por la consumación de la explotación”.
En marzo de 2021 hubo un megaoperativo de la Justicia provincial en Traslasierra –en el noroeste provincial– para desarticular la “Fundación Académica Sêshen”, conocida como de los “sanadores egipcios”. Por más de un año la causa estuvo en manos de funcionarios de esa jurisdicción, que imputaron y detuvieron a varias personas que ahora el fuero federal considera “víctimas”: Carolina Altamirano, Maximiliano Iciksonas, Iliana Dariomerlo y Verónica Floridia.
El fiscal federal Casas Nóblega, además, acusa a Díaz y a Cannes de “asociación ilícita en carácter de jefes u organizadores y en calidad de coautores en concurso real” y “ejercicio ilegal de la profesión de psicología continuada y estafas reiteradas ambos en concurso ideal”. Al hijo de ambos lo señaló como “partícipe necesario” de la asociación ilícita.
Al “maestro” –como Díaz se hacía llamar– también lo imputó por “abuso sexual con acceso carnal reiterado, agravado por ser efectuado por ministro de Culto” en tres hechos, en concurso real.
Díaz se presentaba como el “licenciado Ahú Sari Merek”. Daba cursos, hacía terapia y organizaba viajes a Egipto. En el 2020, antes del decreto nacional que estableció la cuarentena por la pandemia del Covid-19, invitó a un grupo a ir a Pozos Azules, un campo situado en Villa Cura Brochero donde afirmaba que se podrían “proteger” del “fin de la sociedad” tal como se la conocía.
Quienes fueron al lugar –que fue donde se desarrolló el operativo de la Justicia provincial– aseguran que los trataban como “esclavos”, que vivían en condiciones indignas, con techos rotos, sin agua, sin luz, ni calefacción.
Durante el allanamiento en Pozos Azules se secuestraron armas de fuego. Díaz decía a sus “discípulos” que había que aprender a usarlas para “defenderse”.
Muchos de los seguidores terminaron endeudados para poder pagar las terapias y los cursos, a los que después Díaz sumaba los viajes. Empezaban con las clases, pero después los “empujaron” a las sesiones psicológicas. En ese ámbito, mujeres –ahora consideradas víctimas por la Justicia– denuncian los “abusos” de Díaz.
En junio de este año, la causa pasó a la Justicia Federal; ya entonces la fiscal provincial había pedido la elevación a juicio del caso con una docena de imputados, todos detenidos. El juez federal Miguel Vaca Narvaja hizo lugar al pedido de varios de ellos para tomar el caso como trata de personas. El conflicto de competencia se resolvió a su favor.
Cómo operaban
Casi un mes después, Vaca Narvaja dispuso la libertad bajo fianza de seis de los imputados, que son los que el fiscal Casas Nóblega denomina “víctimas” en su resolución.
En el texto describe que Díaz comenzaba su “labor de captación” a través de “supuestas sesiones de terapias psicológicas, dado que este abordaba a las potenciales víctimas” difundiendo su falsa labor como “licenciado en Psicología” egresado de la Atlantic International University, de Honolulu, Hawaii, EEUU.
“En estos espacios de intimidad generados por él, accedía y se nutría de información sensible respecto de la vida personal de las víctimas, utilizando luego esta información para generar las estrategias que le permitieron posteriormente anular su autonomía y capacidad de autodeterminación, con el fin de someterlas a sus designios”.
También describe que “se habría encargado de infundir en las víctimas situaciones de gravedad mediante el convencimiento de que él podía ver a través de sus mentes y sus cuerpos, convenciéndolas asimismo que solo ‘él’ podía ayudarlos a atravesar dichas problemáticas para poder sanar”.
Cuenta que “tergiversaba” la información obtenida en las sesiones de “terapia”, a partir de conocer distintas aristas de la vida de las víctimas, para “aislar a las mismas de su entorno familiar cercano, instaurando en todos la idea de que sus vínculos no eran convenientes para el éxito de la terapia “Sêshen”, consiguiendo que ellos se entreguen a él con completa devoción”.
Como parte de las tareas de despersonalización que realizaba había un pseudo “bautismo” de cada integrante del “círculo de oro” en el que les “habría construido nuevas identidades al asignarles seudónimos en lenguaje egipcio, tal y como él tenía”.
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