Los Monos, Esteban Alvarado y el narcopiloto peruano Julio Rodríguez Granthon destacan hoy por sobre decenas de clanes menores y controlan las operaciones desde la cárcel
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El 26 de junio de 2013, Claudio Cantero, alias El Pájaro, fue acribillado en la puerta del boliche Infinity Night, de Villa Gobernador Gálvez. Ese crimen es, en cierta medida, el que explica casi todo lo que sucedió en la siguiente década. No el narcotráfico, que ya fermentaba en Rosario, que con sus puertos y su lugar en la Hidrovía ocupa una posición clave para el tráfico internacional de drogas, sino la violencia que aumentó exponencialmente y segó las vidas de más de 3800 personas, la mayoría, por venganzas y ajustes relacionados con las guerras entre bandas por el territorio para el delito.
El homicidio del Pájaro Cantero expuso el nombre de la Banda de los Monos, un clan familiar que había nacido quince años antes en La Granada, una villa que creció en la víspera del Mundial 78, cuando el gobierno militar arrió en camiones a los pobres que debían invisibilizar para la gran fiesta ecuménica y los depositó en la zona sur de Rosario.
El asesinato del líder indiscutido de los Monos –venerado tanto por la barra brava de Rosario Central como por la de Newell’s– desató la guerra y expuso no solo el drama del narcotráfico y su régimen de terror, sino, también, destacó en la geografía rosarina la actividad de otras organizaciones narcocriminales, algunas de las cuales subsisten y, eventualmente, ahora podrían haber acordado una tregua para unir fuerzas contra un enemigo común que no es otro jugador de la mafia, sino el propio gobierno provincial.
Están los Monos, pero también quien era su archienemigo, Esteban Lindor Alvarado. Está el piloto peruano Julio Rodríguez Granthon, que inicialmente fue proveedor de cocaína para la banda de los Cantero y luego desarrolló su propio modelo de negocios sostenido a través de la violencia y la venta directa.
Hay al menos otra media decena de organizaciones de diversa magnitud, pero claramente identificables en la geografía rosarina, a veces enfrentadas entre sí y, en ocasiones, desplegadas con acuerdos lábiles con los grupos más importantes, lo que, por cierto, no los hace menos sanguinarios ni menos temerarios.
Nombres como los Funes, René “el brujo” Ungaro, los Gorosito y los Picudos, los Romero y los Sandoval, dibujan la trama del hampa de Rosario, la tercera ciudad más poblada del país, pero largamente la más atravesada por el fragor de las armas, con una tasa de homicidios que roza los 24 cada 100.000 habitantes, cuatro veces más que el promedio nacional.
Nombres y zonas
La banda de Los Monos es la más grande de las que opera en Rosario y tiene tres vertientes. La facción principal es la que lidera desde la cárcel uno de los hermanos del Pájaro: Ariel “Guille” Cantero. Aunque acumula condenas por más de 100 años de prisión (y contando...), sigue siendo quien gerencia las operaciones de la organización en el territorio. No obstante, en los últimos meses el aumento de los controles dentro del penal federal de Marcos Paz, donde está preso, complica sus planes y lo obliga a tejer alianzas eventuales con otros grupos menores.
Según un informe de la Fundación de Investigaciones en Inteligencia Financiera (Finint), su “núcleo de confianza” lo integran su pareja Vanesa Barrios, Leandro Vilches (preso en el penal de Rawson, Chubut) y Carlos Damián “Toro” Escobar, actualmente alojado en la cárcel federal de Marcos Paz.
Extiende su influencia en Godoy y Triángulo Moderno (sudoeste de Rosario), Empalme Granero y Ludueña (noroeste), Tiro Suizo, Las Delicias y Hume (sur), Casiano Casas, 7 de septiembre y Larrea (oeste), Villa Gobernador Gálvez y el corredor norte de Rosario (Granadero Baigorria, Capitán Bermúdez, Fray Luis Beltrán, San Lorenzo, Puerto San Martín y Barrio La Cerámica).
El fundador del clan, Máximo Ariel Cantero, alias El Viejo, había retomado la actividad tras salir de la cárcel en el año 2020. Tomó bajo su control amplios sectores del sur rosarino –La Tablada, Bella Vista, Vía Honda, entre otros barrios– secundado por sus hijo Dylan y Joana, por su expareja, Celestina Contreras, y por su actual compañera, Rosa Bibiana Monteros, que está presa como él.
Hay una tercera generación de “monos”, sangre joven y ultraviolenta. No solo se dedican a la venta de drogas –negocio central de la banda– sino a las extorsiones y al sicariato. La cara visible de esta célula es el hijo del mítico Pájaro, Uriel Luciano, alias “Lucho” Cantero; opera bajo la influencia de su madre, Lorena Verdún (presa en Ezeiza) y su jefe de soldaditos es Dylan Tomás Baldón.
Los rivales
En la vereda opuesta a la de los Monos desarrolló su actividad Esteban Lindor Alvarado, que conoce desde adolescente los entresijos del crimen. Él mismo se dedicó al robo de autos en el norte bonaerense y su madre contrabandeaba cigarrillos que traía a Santa Fe en avionetas; así afianzó la logística que, llegado el momento, desplegaría para traficar marihuana y cocaína desde Paraguay.
Alvarado es el archienemigo de los Cantero. Rivaliza con ellos en el barrio Godoy, en las localidades del norte de Rosario y en La Tablada, en el sur. Condenado a prisión perpetua, mantiene un liderazgo absolutamente verticalista, sin delegar, aunque reconoce un círculo cercano de colaboradores en el que se destacan su jefe de sicarios, Mauricio Laferrara.
Quienes lo han investigado sostienen que “muestra un poder estratégico más sofisticado que sus rivales, a través de una red de contactos y vínculos directos con funcionarios de la Justicia y de la política, relaciones que entabló a través de terceros, como su abogado Claudio Tavella, condenado a tres años de prisión como integrante de la asociación ilícita” que conduce Alvarado.
Entre los policías que aparecieron vinculados con él figuran Javier Makhat, Cristian Ariel Di Franco, David Marcelo Rey, Martín Javier Rey, Luis Quevertoque, Jorgelina Chaves y Flavia Gori”. Sus dominios se extienden, además de aquellos barrios donde compite con Los Monos, al Mercado de Concentración Fisherton e Ibarlucea, entre otros.
Otro actor principal en la trama narco rosarina es el piloto de avión Julio Rodríguez Granthon. Nacido en Callao, Perú, lo suyo era el tráfico aéreo de cocaína, lo que lo situó como un importante proveedor. Pero en el último lustro amplió sus capacidades y tomó para sí porciones de territorio para la venta de drogas, especialmente en el centro y norte rosarino (Ludueña, Empalme Granero, Nuevo Alberdi y Zona Cero), sostenido por una importante red de sicarios. Siguió con el control de sus operaciones incluso mientras estuvo alojado en las cárceles de Piñero (Santa Fe), Ezeiza y Marcos Paz.
Las detenciones de Lindor y de los capos del clan Cantero hizo más visibles las actividades de otros grupos de menor extensión territorial, aunque de alta peligrosidad. Los Romero dominan una parte de Nuevo Alberdi, cerca de la ruta 34. Gustavo Toro Martinotti (preso en el penal de Piñero, al igual que “Lichi” Romero), domina el barrio 7 de Septiembre con la anuencia de los Monos, con quienes rubricó un acuerdo para evitar perder el territorio.
En esos barrios también opera Tania Rostro. Como señala Finint, “nunca tuvo un trabajo, cobra una asignación universal del Estado por una hija y armó un clan criminal con su familia que sembró con sangre y muerte su propio barrio en Nuevo Alberdi, donde todos la miran con temor”. Según precisaron fuentes judiciales, Tania tenía estrechos contactos con la policía y eso le permitía contar con “información privilegiada” que facilitaba sus operaciones ilegales en Nuevo Alberdi, 7 de Septiembre y Casiano Casas.
No es la única mujer fuerte del narcotráfico: también está Olga “Tata” Medina, que lleva 20 años en el negocio que, ahora, continúan sus hijos en Parque Casas, la Cerámica y Zona Cero. Pedro Mario “Pepe” Villalba, su hermana Marcela (alias “La Colorada”) y María Noelia Bazque, hermanastra de la Tata, son algunos de sus integrantes.
En la zona norte de Rosario operan los Sandoval, banda que lideraba Emanuel Sandoval, alias Ema Pimpi, autor del atentado contra el exgobernador Antonio Bonfatti, en 2013, y asesinado en 2019. Familiares y amigos siguen su infame dinastía.
Hay más nombres propios. Los Cavernícolas y La Banda de la Crema (liderada por Mauricio Antelo), operan en Villa Banana y Bella Vista; cuentan con un vasto poder de fuego que utilizan para controlar el territorio en el que se dedican al narcomenudeo.
Los Picudos están en el sur de Rosario y en Villa Gobernador Gálvez, y se caracterizan por contar con mano de obra adolescente. Los hermanos Gorosito tienen entre 14 y 22 años. Sus cómplices, casi todos menores inimputables, son superviolentos y participan de los trabajos de sicariato; aunque se les atribuyen múltiples asesinatos, su edad los coloca fuera del alcance de la ley.
Y en La Tablada, el Parque del Mercado y el barrio Municipal continúan activas otras dos bandas históricas: la de René Ungaro –condenado por el asesinato de Roberto “Pimpi” Caminos, jefe de la barra de Ñuls ejecutado en 2010– y el clan de Los Funes, liderado por Alan y Lautaro, ambos presos. Ungaro y Los Funes fueron inicialmente socios; los hermanos, de hecho, se encargaron de terminar el trabajo que había empezado el Brujo y asesinaron otros tres miembros de la familia Caminos. Pero, claro, también tuvieron bajas significativas: Jonatan y Ulises Funes, alias “Bam Bam”, fueron asesinados en disputas entre bandas.
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