“Por más que ahora pongan policías, a mi viejo nadie me lo va a devolver”
Nicolás, el hijo mayor de Roberto Sabo, abrió nuevamente el local en Ramos Mejía; se sintió identificado con el dolor de la familia de Lucas González y le transmitió su solidaridad al tío del asesinado futbolista juvenil
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Pasó poco menos de dos semanas desde que el asesinato del kiosquero Roberto Sabo conmocionase a Ramos Mejía, en La Matanza. Su hijo Nicolás levantó, el pasado jueves, nuevamente la persiana del negocio ubicado en avenida de Mayo al 800. Con fuerza, busca seguir adelante, pero el homicidio de su padre golpeó, en forma lógica, el alma familiar. “Por más que ahora pongan policías, a mi viejo nadie me lo va a devolver”, señaló.
Su mirada transmitió, durante la conversación con LA NACION, el dolor de la pérdida. Se enteró, claro, que hoy otra familia pasa por lo mismo. Se identificó con la pena que vio expuesta en la pantalla del televisor, la visualizó como espejo de su sentimiento. Y no dudó en tomar contacto. “Le mandé un mensaje al tío de Lucas González -el joven futbolista de 17 años que murió por un disparo policial-, me nació así, lo sentí apropiado. Escuché que ellos decían lo mismo que nosotros, ‘no queremos ni venganza ni politizar’. Estamos en la misma situación”, expresó el joven de 25 años.
Nicolás está detrás del mostrador, acompañado por su abuelo Pedro y Patricia, la esposa de su padre. Los clientes no solo buscan llevarse una gaseosa, golosinas o cigarrillos, sino que en muchos casos se acercan para acompañar a la familia Sabo.
“Es raro, hay una mezcla de sentimientos, porque fue duro volver al kiosco. Pero al mismo tiempo es increíble que tanta gente venga y te de su cariño: llegaron personas de bastante lejos y me dijeron, ‘no me queda cerca, pero quería pasar a saludar nada más’. Creo que hubo mucha gente que se sintió representada por lo que pasó”, comentó Nicolás.
Su padre fue asesinado allí el 7 de este mes durante un asalto. Nicolás contó que el miedo fue la primera sensación que tuvo al abrir el kiosco. “Fue duro entrar, me podría haber pasado a mí y el miedo recurrente está. Leía en las redes que habían robado a chicos de un colegio que está acá a siete cuadras. Incluso en estos días robaron a una chica en esta esquina. Eso pasa todo el tiempo, más allá de que ahora ponen dos o tres policías. Pero lo que nos pasó a nosotros, ya pasó, y nada de lo que hagan me va a devolver a mi viejo”, dijo.
Ese sentimiento de pérdida está presente en la conversación con Nicolás. La familia Sabo volvió al kiosco, a ese lugar que en las últimas semanas fue escenario de un colectivo reclamo de justicia. Para ellos quedan allí recuerdos bueno y, por supuesto, dolorosos. Hoy dos generaciones comparten la atención del negocio familiar. Decidieron que no será por mucho tiempo. Nicolás comentó que hablaron sobre el futuro del kiosco y que " la idea es venderlo”.
No se impusieron un plazo, pero si decidieron dejar atrás el lugar donde fue asesinado Roberto. “No es que funcione mal, pero a nuestra familia le costó una vida”, señaló.
“Es por la tranquilidad de mi familia, de mis abuelos principalmente: esto les pasó con un hijo y les puede pasar con un nieto también. Antes de que sucediera todo esto, ya se nos cruzaba la idea de hacerlo (por la venta del local). A lo mejor se da la chance de estudiar y vivir afuera, tranquilo, porque acá te acostumbrás a vivir mal”, reconoció Nicolás, con sinceridad y algo de resignación.
“El kiosco está bien -agregó- porque nos dio mucho, pero también es, en cierto modo, algo esclavizante. Lo hablé con mi hermano y él me recordaba que nuestros primos se fueron del país porque tenían miedo que los matasen. Son cosas que parecen exageradas, pero lamentablemente te tocan.”
Por ahora, Nicolás se entusiasma con iniciar un curso sobre el que había conversado mucho con su padre. “Mi viejo me había pagado un curso de doce meses de programación informática, el quería que fuese por ese lado”, indicó.
En la fachada del local quedó un mensaje: “Amigos, vecinos, Ramos Mejía, no se olviden de Roberto”. La gente ingresa en el comercio, saludan y dan fuerza a la familia del kiosquero cuyo homicidio provocó una fuerte reacción social en esa localidad de La Matanza.
El supuesto homicida fue detenido pocos minutos después del crimen. Estaba acompañado por una menor de 15 años. Ella es inimputable, pero el juez dictó una medida de seguridad para evitar su liberación.
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