El 27 de enero de 2020, una pareja lo descubrió cuando descartaba una bolsa sobre el alambrado de un descampado de esa localidad de Pilar; lo persiguieron y, al saberse atrapado, se clavó un cuchillo en el corazón; su muerte frenó su raid criminal, pero dejó atrás al menos otras tres víctimas conocidas cuyos cuerpos nunca aparecieron
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E. y su esposo volvían del trabajo y como todos los días bajaron del tren a las 18.40 en la estación de Villa Astolfi, en Pilar. Vieron pasar el colectivo que los llevaba a casa, pero decidieron no esperar y siguieron caminando, bajo el calor de enero, el último antes de que se desate la pandemia. Cruzaron las vías del Ferrocarril San Martín y mientras continuaban por calle Las Piedras vieron a un hombre con una actitud que les pareció sospechosa. Aparentaba más de 50 años, canoso, vestido con una remera gris a rayas y un pantalón de jean. Cargaba en sus manos una bolsa de arpillera blanca y en su espalda, una mochila negra grande. “Cuidado, este tipo tiene cara de secuestrador”, le advirtió a E. su marido, mientras la hacía bajar de la vereda a la calle en el momento en que se lo cruzaron de frente.
Siguieron cinco metros más y se dieron vuelta. Vieron cómo el hombre tiraba una bolsa negra por arriba de un alambrado hacia un descampado. La bolsa se enganchó en unas púas. Su esposo le dijo: “Mirá, descartó algo”. E. se puso nerviosa por la situación: “Debe ser un perro muerto. Vamos...”. Él le contestó: “Quedate acá que voy a echar un meo y de paso me fijo”. E. vio a su esposo acercarse a la bolsa y después salir corriendo hacia donde se había ido el hombre mientras gritaba: “¡Párenlo, que tiró una pierna humana!”.
A la persecución se sumó otro transeúnte y un policía de civil. Corrieron al sospechoso por las cercanías de la estación. Al llegar a la esquina de Santa Fe y Castelli, el hombre tiró la mochila negra en la puerta de una remisería para huir más rápido. Dentro había un torso de una mujer sin piel: la había desollado. Lo perdieron de vista hasta que notaron que estaba tirado en el suelo entre unos pastizales de la estación. Tenía un cuchillo clavado en el tórax, a la altura del corazón. El policía se lo sacó mientras llamaban a la ambulancia. El hombre comenzó a respirar con mucha dificultad y murió a los pocos minutos.
“El descuartizador de Villa Astolfi” fue identificado como Lorenzo Esteban Duarte, que cosechaba un frondoso prontuario desde 1983 y cumplió varias condenas por privación ilegal de la libertad, lesiones calificadas, hurto, robo de auto y estafa, entre otros delitos. En 1997 lo apresaron por abusar sexualmente de una nena de 11 años. Se la llevó de su casa, en la localidad de Maquinista Savio, con la promesa de comprarle una bicicleta. En esta causa recibió el beneficio del 2x1. En 2005 fue condenado a 11 años de prisión por asesinar a su concubina embarazada.
Identificado el victimario, quedaba saber quién era su víctima. El principal inconveniente fue que detrás del historial de Duarte había muchas desapariciones de personas vinculadas con él, sumado a denuncias de sus exparejas por explotación sexual e investigaciones sobre trata de personas.
Una larga lista
La primera desaparición fue la de Viviana Altamirano, el 28 de abril del 2004. La joven, de 22 años, era vecina de Duarte en el barrio Las Tunas, de General Pacheco. Testigos la vieron hablando con él antes de desaparecer. Cuando desde la familia Altamirano lo señalaron como sospechoso, Duarte desapareció durante dos meses. Una de sus hermanas dijo que estaba escondido en Entre Ríos. Veinte días después, Sergio, uno de los tíos de Viviana, recibió un llamado telefónico en el que primero habló un hombre y después una chica diciendo ser Viviana. La voz femenina dijo que había conseguido un departamento en la Capital y que se había ido de su casa porque tenía problemas con su mamá. La llamada se cortó. Nunca lograron confirmar si esa voz era la de su sobrina.
Durante la primera etapa de la búsqueda de la joven, la policía identificó cinco domicilios vinculados a Duarte. Allanaron solo uno, en Del Viso. El vecino de la casa de al lado se presentó voluntariamente en la comisaría para declarar que dos meses antes -es decir, cuatro días después de la desaparición de Viviana Altamirano-, encontró en su techo una bolsa de residuos que contenía ropa de mujer. Sospechaba que Duarte la había robado y la había puesto en su techo para descartarla. El vecino le regaló las prendas a una chica muy humilde del barrio. Cuando la fueron a buscar, confirmaron que era la ropa que vestía Viviana el día que desapareció. La vecina la lavó para usarla, pero aclaró que no tenía manchas de sangre. El corpiño estaba roto, como si lo hubieran arrancado y las medias fueron cortadas con una tijera a lo largo en forma de “L”. Duarte dijo que esa indumentaria la había “plantado” la policía para inculparlo.
Un año después, Duarte asesinó a golpes en la cabeza a su concubina frente a la hija que tenían en común, de 3 años. Paula Orellana estaba embarazada y pasó cuatro días en coma hasta que murió en el hospital. La víctima acusaba a Duarte de haber hecho desaparecer a su hija mayor, de 15 años, fruto de una relación anterior. Por esta causa Duarte pasó 11 años en la cárcel por homicidio agravado. Todavía no había sido creada por ley la figura penal del femicidio, que contempla la única pena de prisión perpetua.
Duarte les diría luego a sus familiares que se había recibido de abogado en la cárcel y se había casado con la psicóloga del penal. Compartió las fotos de la ceremonia y la libreta de casamiento en sus redes sociales.
En los últimos meses de prisión, Duarte conoció por Facebook a María Mercedes Gauto, una mujer de 46 años nacida en Paraguay. Cuando salió del penal se fueron a vivir juntos. El 20 de agosto de 2019, las hijas de “Mecha” recibieron un mensaje desde el celular de su madre que decía que se iba a ir de vacaciones con Duarte y en los próximos días iba a enviarles un mensaje desde su nuevo número de celular. Nunca más supieron de ella.
La denuncia por su desaparición no tomó curso cierto porque consideraban que era una mujer mayor de edad que se había ido por sus propios medios, aunque nunca se pudo confirmar si ese mensaje lo había enviado Mercedes. Un amigo de Duarte le preguntó sobre ella y él respondió: “Le agarró un cáncer terminal y en un mes la mató”. La familia de Gauto nunca supo de tal enfermedad ni vieron un certificado de defunción que certifique el deceso.
En el penal de Sierra Chica, Duarte conoció a Manuel Guillermo Díaz, el cuarto desaparecido. Cuando ambos salieron en libertad continuaron en contacto. El 19 de noviembre del 2019 fue la última vez que sus amigos y familiares supieron algo del hombre que en ese momento tenía 63 años. Ese día salió de su casa con 40 mil pesos en efectivo y un cheque a cobrar por otros 13.000. Iba a encontrarse con Duarte para comprar un terreno. Días después hallaron un video de Duarte cobrando el cheque de Díaz y utilizando su auto por el barrio. La fiscalía pidió la detención, pero finalmente el Juzgado de Garantías N°4 de San Isidro la denegó “por falta de pruebas”.
Al día siguiente de la desaparición de Díaz, el 20 de noviembre, Duarte se casó con Rosa Antonia Acosta Brizuela, de 55 años, también de nacionalidad paraguaya. La familia de Rosa lo conoció horas antes de la ceremonia en el Registro Civil de San Isidro. Duarte empleó con ella su típico modus operandi para conocer mujeres: las contactaba por Facebook, les decía que era estudiante de abogacía, que poseía mucho dinero por la reventa de propiedades lujosas en la zona de Tigre y los primeros días de la relación era muy cariñoso con sus víctimas. Días después del casamiento, la policía fue a buscarlo a su casa. Duarte desapareció. En ese momento los familiares de Rosa se enteraron de que había estado preso por asesinar a su concubina y supieron, también, de las desapariciones de Gauto y de Díaz. Rosa dijo que confiaba en su esposo y que “lo iba a seguir a donde sea”.
La noche anterior a que la asesinaran, Rosa fue a la casa de su hija y le dijo que se iba a ir a vivir a una pensión por un tiempo. No explicó dónde ni por qué. Las cámaras de seguridad del complejo donde vivía Duarte, en la localidad de José C. Paz, registraron que al día siguiente, el 27 de enero del 2020, a las 9.43, Duarte y Acosta Brizuela entraron de la mano al domicilio. Unas horas después, a las 15.14, Duarte salió solo cargando una bolsa grande color blanca y su mochila negra en los hombros.
Unos 45 minutos después, Duarte volvió a ingresar en la casa para luego salir por última vez, una hora después, con una bolsa nueva y la mochila. Las cámaras de la estación del Ferrocarril San Martín lo capturaron tomando el tren hacia la estación Astolfi cargando partes del cuerpo de Brizuela.
Horas después del femicidio de Acosta Brizuela y del suicidio de Duarte, allanaron la casa donde habían estado juntos. Encontraron manchas de sangre por toda la vivienda y en el piso de la habitación, bolsas de residuos negras que contenían partes del cuerpo de la víctima. La autopsia reveló que Rosa fue degollada. Duarte primero le cortó el cuello y después la descuartizó.
Él, en tanto, murió por un shock cardiógeno por una lesión directa del cuchillo en su corazón. El “descuartizador de Villa Astolfi” se llevó varios secretos a la tumba. Todavía queda el interrogante de dónde están las personas que hizo desaparecer y saber si dejó más víctimas en el camino de su vida maldita.
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