En el escenario catástrofe, se podrían agotar las reservas europeas de gas en el mes de febrero
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PARIS.– Fue una buena noticia en un periodo de tensión social, en el que los europeos se inquietan cada vez más por la carestía de la vida y, sobre todo, por las facturas de energía que tendrán que pagar este invierno: la semana pasada, la Comisión de Regulación de la Energía (CRE) anunció que las reservas francesas de gas estaban llenas. Y lo mismo sucede con casi todos los países de la Unión Europea (UE). No obstante, la Agencia Internacional de la Energía (AIE), que teme una ruptura total de entregas rusas, así como una “ola de frío tardía”, lanza un llamado a “la sobriedad”.
Ese escenario catástrofe podría agotar las reservas europeas “a cerca del 5% de sus capacidades” en el mes de febrero, advierte la AIE. Por su parte, la CRE francesa también solicita “un esfuerzo colectivo masivo para reducir el consumo de energía”. “No es en el momento de los picos de frío que será necesario reducir la calefacción. Es todo el tiempo”, insiste el director general de la red gasífera francesa GRTgaz, Thierry Trouvé.
El cese de aprovisionamiento del gas ruso en respuesta a las sanciones contra Moscú por la invasión de Ucrania hizo estallar los precios en los mercados mundiales, llevando a los europeos a obtenerlo en otras fuentes: importando masivamente gas de Noruega y gas natural líquido (GNL), sobre todo de Estados Unidos. Gracias a esa estrategia de diversificación, “los stocks de gas llegaban al 90% a fines de septiembre”, indicó la AIE, basada en París, expresando, sin embargo, su preocupación.
Disminución del consumo
El consumo global de gas en Europa ya disminuyó más de 10% entre enero y agosto, con relación al mismo periodo en 2021. Una disminución récord provocada por un retroceso de 15% del sector industrial debido al estallido de los precios. Al mismo tiempo, la demanda de GNL se triplicó (+65% en Europa) convirtiendo esa fuente de energía en objeto de “competencia mundial”.
En ese contexto, y después de muchas cavilaciones, los europeos están a punto de fijar un techo al precio del gas consumido en Europa. La decisión debería ser adoptada mañana en una reunión de jefes de Estado y de Gobierno de los 27. Según fuentes de Bruselas, se trataría más bien de una “banda oscilatoria” y no de un precio fijo.
Otro punto que provoca fricciones son los llamados “escudos energéticos” que algunos países han adoptado para proteger sus industrias y la capacidad adquisitiva de sus ciudadanos. El problema es que, en la zona euro, cada uno pone las sumas que puede, sin ninguna coordinación. Según un cálculo del instituto Bruegel, las diferencias de montos entre esos planes de sostén gubernamentales son gigantescas.
Con sus 200.000 millones de euros (en dos años) para luchar contra el estallido de los precios, Alemania es el primero de la clase. El país está dispuesto a gastar cerca del 8% de su PIB para ayudar a empresas y ciudadanos, si se incluye lo prometido antes del anuncio del último “megaplan” esta semana.
Otros países no cuentan con esos medios. Algunos, como Grecia o Italia, piensan tomar medidas que representan cerca del 3,5% de sus PIB, a pesar de que ambos formen parte de los más endeudados de la zona euro. Otros, como Finlandia, no han programado casi nada para luchar contra la inflación. Y muchos otros gastan entre 2% y 3% del PIB, como España y Austria.
Ayuda de Berlín
Teóricamente, toda la zona euro se beneficiará con el descomunal plan de ayuda de Berlín, ya que nadie tiene interés en que la industria alemana, corazón del tejido productivo de la eurozona, se derrumbe. Pero, en la práctica, la decisión plantea el problema de la equidad y la competencia en una zona monetaria común y abierta.
Y mientras la Comisión Europea y los países del bloque tratan de adoptar medidas comunes para hacer frente al estallido de los precios y el aprovisionamiento, los mensajes a los ciudadanos para que bajen los termostatos se multiplican. El objetivo fijado desde hace meses es reducir 15% la demanda de gas, entre agosto y marzo de 2023, en relación al promedio de consumo de los últimos cinco años.
Conscientes de la situación y acostumbrados a las crisis, los europeos entienden claramente la necesidad de someterse a la sobriedad energética. En Francia, hace varias semanas que los negocios apagan sus carteles luminosos cuando cierran y reducen sistemáticamente la intensidad luminosa del interior. La publicidad luminosa está prohibida entre la 1 y las 6 de la mañana, salvo en terminales de transporte y aeropuertos. Varias municipalidades han adoptado medidas locales para reducir el alumbrado público, mientras que —durante las últimas olas de calor— el gobierno decidió multar con 750 euros a aquellos comercios climatizados que conservaban sus puertas abiertas.
Las autoridades han lanzado campañas de sensibilización para que los particulares utilicen sus aparatos electrodomésticos en las horas de menos demanda de energía, desconecten sus aparatos eléctricos durante la noche y reduzcan uno o dos grados la calefacción de departamentos y casas individuales. Esas medidas se acompañan con importantes planes de financiación para incitar a los particulares a hacer trabajos de aislamiento energético en los hogares y dejar, poco a poco, los vehículos térmicos. Esta semana, el gobierno anunció un programa que permitirá a los ciudadanos más frágiles alquilar vehículos eléctricos nuevos por solo 100 euros por mes.
En Alemania, los proyectores que iluminan los monumentos públicos han sido desconectados, mientras que, en algunas comunas, los edificios administrativos no estarán calefaccionados entre el 1° de octubre y el 31 de marzo. La ciudad de Hannover fue más lejos, cortando el agua caliente de las piscinas municipales y las salas de deportes. Para economizar carburante, Alemania aplica un precio reducido en los transportes de 9 euros para todo el mundo.
Paralizada por la crisis política, Italia todavía no adoptó demasiadas medidas, a pesar de que el primer ministro saliente, Mario Draghi, trabajaba activamente en un plan de urgencia. Esas medidas deberían ser homologadas por la futura premier, la ultraderechista Giorgia Meloni.
Muy dependiente del gas ruso, Grecia ha decidido reducir 10% su consumo energético anual, lanzando “la operación termostato”, que consiste en instalar pantallas de protección en los edificios públicos para limitar el uso del aire acondicionado. El gobierno también anunció un programa de 640 millones de euros para renovar ventanas y sistemas de ventilación en los edificios.
En Irlanda, el gobierno exhorta a la gente a bajar sus termostatos a 20°C en las piezas principales y entre 15° y 18° en las habitaciones. Lo mismo que en Francia, la mayoría de los países invitan a sus ciudadanos a desconectar computadoras y otros aparatos electrónicos cuando se van a dormir.
España, que no depende del gas ruso, decidió adoptar las mismas medidas que el resto de sus socios europeos. Sin demasiados problemas de abastecimiento, Madrid propuso esta semana aumentar en 18% sus envíos de gas hacia Francia, por el gasoducto que une ambos países a través del país vasco. Esto permitirá incrementar el volumen actual de 2.000 millones de metros cúbicos anuales a 3.500 millones a partir del 1 de noviembre. A su vez, Francia, que gracias a su energía nuclear depende muy poco del gas ruso, exportó esta semana gas a Alemania, por primera vez desde que comenzó la crisis.
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