Negocio narco. Un femicida y un sicario se asociaron en la cárcel para vender droga a través de un ejército de mujeres
Cristian “Gusano” Vera y Juan Ignacio Figueroa están detenidos en el penal de Coronda; desde el pabellón 9 armaron una red de comercialización de cocaína; ambos eran asesinos a sueldo de Héctor “Patrón” Gallardo, jefe de un poderoso clan
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ROSARIO. En el pabellón Nº9 de la cárcel de Coronda, en Santa Fe, Cristian Antonio “Gusano” Vera y Juan Ignacio Figueroa se reencontraron. El primero está preso por el femicidio de su pareja y cuando estaba prófugo usó, como nombre falso, el de Figueroa, que antes de ser detenido era sicario de Héctor Argentino “Patrón” Gallardo, un capo narco que dominaba la frontera entre Córdoba y Santa Fe, con epicentro en el corredor de la ruta 19.
En la prisión montaron un negocio narco, y lo manejaban desde el pabellón. La empresa criminal era amplia, porque cubría parte del abastecimiento de droga en el penal y la distribución de cocaína en el norte de Santa Fe, con una base operativa en la capital provincial, donde se destacaba otra característica de esta sociedad: todos los engranajes del negocio estaban ocupados por mujeres, que recibían órdenes del femicida.
“Gusano” Vera y Figueroa son, actualmente, concuñados. Pero entre ellos hay una larga historia. En 2014, Vera figuraba como prófugo del femicidio de su pareja, Griselda Correa. La policía no podía encontrarlo porque, en realidad, estaba preso por otros delitos con un nombre falso. Usaba la identidad de Juan Ignacio Figueroa, que en ese tiempo estaba en libertad.
En 2016, Gusano fue condenado a prisión perpetua por el asesinato de su esposa, a quien le disparó en la cabeza con una pistola 9 mm. Había tenido denuncias de que antes la golpeaba y –según la madre de la víctima– la obligaba a trabajar en un prostíbulo en Córdoba. En el juicio, Figueroa declaró que había extraviado su DNI y Vera lo había usado para cambiar su identidad. Era mentira. Ambos se conocían de Frontera, donde compartían oficio: eran sicarios.
En la cárcel de Coronda, Vera fue protagonista de algunos escándalos, como el que ocurrió en el verano de 2017, cuando “Gusano” y el jefe de la barrabrava de Colón, Juan Abel Leiva, se sacaron fotos en una pileta de lona que habían instalado en el pabellón.
Figueroa era sicario de Héctor Argentino Gallardo, el Patrón, un jefe narco que fue condenado a 14 años de prisión en 2017 por distribuir, desde su base en Frontera, droga al resto del país y a Chile. Según la investigación que realizó la Procuraduría de Narcocriminalidad (Procunar), el Patrón tenía una red de “soldados” que lo protegían e impedían que posibles competidores se asienten en esa zona con una ubicación clave entre Córdoba y Santa Fe.
Juan Ignacio Figueroa fue detenido en el marco de la investigación contra el clan Gallardo. Hace diez años, la Gendarmería lo interceptó en Posadas, Misiones, cuando estaba a punto de ejecutar a Raúl Reynoso, que era parte de la banda del Patrón y tenía ínfulas de independizarse. Los líderes de la organización criminal sospechaban, además, que era un soplón de la Justicia.
“Llevalo a los terrenos de atrás y cocinalo”, ordenó le Gallardo por teléfono, desde lejos. Fue el tórrido 18 de diciembre de 2013, y él estaba en Orán, Salta, a 1200 kilómetros de Posadas, donde el grupo tenía una de sus bases operativas.
Juan Ignacio es pariente de Franco Figueroa, que también vivía en Frontera, y actualmente está preso, luego de que se detectara que además de árbitro de fútbol de la liga cordobesa, era asesino a sueldo de Gallardo.
Franco Figueroa asesinó 23 de enero de 2015 a Germán Losada y Martín Chamorro. Les disparó con una pistola 9 mm y un revólver Smith & Wesson calibre 32 al mismo tiempo, dentro de un auto. Las víctimas, integrantes de la llamada “banda de los santafesinos”, iban en los asientos delanteros y Figueroa, en la butaca trasera del Peugeot 307. Los ejecutó por orden de su jefe, que sospechaba que estos dos dealers querían hacer pie en Frontera y quedarse con el negocio narco.
Ocho años después, Juan Ignacio Figueroa montó su propia empresa de venta de drogas en la cárcel de Coronda, donde se encontró con el Gusano Vera, que se hizo pasar por él cuando estaba en la cárcel, aunque técnicamente prófugo por el femicidio de su esposa.
Mujeres-soldado
La estructura criminal que montaron dentro del pabellón Nº9 del penal de Coronda era bastante sofisticada y tenía una particularidad: los brazos operativos de la “empresa” eran todas mujeres, lideradas por las parejas del femicida y el sicario. En la cárcel, Vera, que había asesinado a esposa, se puso de novio con la hermana de la mujer de su socio.
En una investigación realizada por el fiscal federal Roberto Salum, se detectó que en la pequeña ciudad de Malabrigo, de 20.000 habitantes, ubicada en el norte de Santa Fe, un grupo de mujeres distribuía cocaína que provenía de la capital provincial, donde vivían Jesica Camila Oviedo, pareja de Vera, y Alexis Patricia Oviedo, pareja de Figueroa. El juez federal Aldo Alurralde procesó a los acusados esta semana.
El fiscal Salum decidió, como se dice en la jerga judicial, “tirar de la cuerda” para ver qué había detrás de la venta al menudeo en kioscos de droga en Malabrigo, donde habían sido identificadas dos mujeres que estaban al mando de las operaciones. El hilo llegó hasta la cárcel.
Tras intervenir los teléfonos y escuchar los diálogos, la policía advirtió que ambas se proveían de estupefacientes en un barrio de la ciudad de Santa Fe. Fue así que la investigación se extendió hasta la capital provincial y tuvo como protagonistas a otras dos mujeres: “Vicky” y “Yamila”, quienes luego fueron identificadas como las hermanas Oviedo, que vivían en el barrio El Abasto.
Ambas mujeres respondían a las directivas que recibían de sus parejas, Figueroa y Vera, ambos detenidos en el penal de Coronda. El 5 de julio pasado, el juez Alurralde autorizó una serie de allanamientos en las casas de las mujeres, oriundas de Malabrigo, como también de los presuntos kioscos de drogas de la ciudad de Santa Fe que quedaron bajo la lupa judicial.
En total, se secuestraron 323 gramos de cocaína; 3799,7 gramos de marihuana; la suma de $970.760; dos autos, una camioneta, una motocicleta, 28 celulares, un arma de fuego y una máquina contadora de billetes.
A los investigadores les llamó la atención el control que tenían Vera y Figueroa sobre las mujeres, que eran las proveedoras de las bocas de expendio en Santa Fe capital y el norte provincial. Se sospecha que podría haber una complicidad de agentes penitenciarios o de algún engranaje de la policía.
En julio pasado, según consta en el expediente, Figueroa llamó a su pareja desde la cárcel. Aunque suene extraño, el sicario sabía que la policía estaba rondando la zona. ¿Cómo tenía esa información dentro del pabellón N°9 de Coronda? “Fijate que andan los milicos...”, le dijo a su pareja; “para que no tengas nada...”, le aclaró. Le advertía, así, que tenía que sacar la droga de su casa. “Están parados en todas las cuadras”, avisó Figueroa, mientras la mujer le decía: “No los veo...”.
Figueroa y Vera se conocían de Frontera, en el límite con San Francisco, Córdoba. Ambos eran sicarios del hombre fuerte de la zona, Héctor Gallardo, condenado a 14 años de prisión en 2017. “Patrón” está preso actualmente en el penal cordobés de Bouwer.
El Patrón, según se desprende del expediente, traía los cargamentos de marihuana desde Paraguay a través de su contacto en ese país: Eva Portillo de Quiñonez. Las escuchas telefónicas de la causa aportan indicios de que movían grandes cantidades y de que parte de esos cargamentos se exportaban a través de los pasos fronterizos de Cristo Redentor, en Mendoza, y Cardenal Samoré, en Neuquén, hacia Chile.
El testimonio de un testigo protegido, que figura en el expediente, revela que “entre septiembre y octubre de 2012 habrían bajado [desde Paraguay] 4500 kilos de marihuana”. Portillo fue detenida en agosto de ese año en la ruta 7, cerca de Luján, provincia de Buenos Aires, con 73 kilos de marihuana.
La cocaína que movía la banda provenía de Bolivia y de Perú, y, según la declaración de un testigo protegido, se procesaba en un laboratorio de Villa Josefina, un pueblo vecino a Frontera. Allí trabajaban los colombianos Luis Marulanda García, que vivía en una casa de Gallardo, y Luisa Castaño, que residía en el hotel El Gringo, propiedad del Patrón.
El testigo describió que a una estancia conocida como Villa Josefina, en Frontera, colombianos y bolivianos llegaban especialmente para cocinar el clorhidrato de cocaína, con una producción de cien kilos por mes, y que Gallardo “era íntimo amigo del jefe de la policía de la provincia de Santa Fe y, además, del intendente y de la policía de Frontera”. Hacía referencia a la comisaría 6ª de la localidad, cuyos efectivos, en su mayoría, irían presos un año más tarde tras el escándalo del “crucificado”: el caso del joven torturado en esa seccional y luego dejado en la lindera San Francisco, maniatado en una cruz.
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