Narcotráfico: Quién es El Patrón del Norte, el proveedor de la cocaína que Berni fue a decomisar a Rosario
Delfín Reynaldo Castedo y su familia poseían miles de hectáreas en la frontera caliente entre Salta y Bolivia; se presume que allí fabricaba y distribuía cocaína con el logo del cetáceo; está preso por comercializar estupefacientes y por el asesinato de una productora rural que lo denunció
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Mientras Rosario es noticia por los homicidios vinculados con ajustes de cuentas del negocio de narcotráfico y el ministro de Seguridad bonaerense Sergio Berni, terció en el tema al realizar con su policía el operativo Viento Blanco para desbaratar una banda que distribuía drogas en San Nicolás, el secuestro de panes de cocaína con el logo del delfín volvió a poner en el centro de la escena al Patrón del Norte.
El bajorrelieve del cetáceo en esos ladrillos es la marca de procedencia atribuida a la organización narcocriminal transnacional encabezada por Delfín Reynaldo Castedo. Hasta su detención, en julio de 2016, era considerado por las autoridades como “el dueño” de ambos lados de la frontera cercana a Profesor Salvador Mazza, en el límite “caliente” entre Salta y Bolivia, uno de los pasos fluidos de la cocaína hacia el sur. Hacía ocho años que estaba prófugo cuando, después de cinco meses de seguimientos e investigaciones, efectivos de la Gendarmería lo arrestaron cuando circulaba en una camioneta 4x4 por el partido bonaerense de Ituzaingó. Había encontrado un nuevo escondite en el conurbano, pero lo habían descubierto.
Desde al menos 1999 se tenían indicios de la actividad del clan Castedo en la oferta de droga a gran escala. En 2006, dos años antes de pasar a la clandestinidad, Castedo, actualmente de 52 años, había sido imputado como “líder de una asociación ilícita dedicada al tráfico de estupefacientes y por el delito de encubrimiento”, según informó oportunamente el Ministerio Público. Los investigadores judiciales le atribuían el tráfico de cocaína a Europa, escondida –entre otras modalidades– en carbón vegetal.
Para la Justicia de instrucción, el clan Castedo fue el proveedor de la operación Carbón Blanco, el mayor contrabando de cocaína de la historia, con cargamentos de droga camuflados en carbón vegetal que salían desde Quitilipi, Chaco, y llegaban a España y a Portugal a través de los puertos de Rosario y de Zárate. Los envíos se habrían concretado entre 2005 y 2012. Los artífices de ese despliegue fueron los fallecidos Carlos Salvatore y Patricio Gorosito, condenados a 21 y 19 años de prisión, respectivamente.
A principios de este año, Delfín fue absuelto en el caso Carbón Blanco. No se objetó el hecho de que haya sido el proveedor de la droga de dos embarques y la tenencia de un lote de estupefacientes para un tercer envío –que no se concretó porque le incautaron la sustancia, que estaba escondida en un motorhome en Capilla del Señor–, que le había atribuido la fiscalía: el Tribunal Oral Federal N°2 de La Plata decretó la prescripción de la acción penal en su contra porque habían pasado más de 12 años entre los hechos que se le imputaron (del año 2005) y el momento en que fue citado a indagatoria, en 2012.
Castedo también se vinculó con otro clan que fue desmantelado en diciembre pasado: el que lideraban los hermanos Loza, que habían construido un emporio criminal con el tráfico de cocaína hacia Europa y a quienes la Justicia les trabó un inédito embargo de más de 7400 millones de pesos y cuyos bienes formaron parte del primer caso de extinción de dominio con fines de decomiso.
Matar para asegurar el territorio
Para poder mover la droga sin interferencias, según las pesquisas realizadas, Castedo se habría valido de aceitados contactos con el mundo político y judicial. Su nombre quedó asociado al del fallecido diputado peronista Ernesto Aparicio, alias Gordo, y al del exjuez federal de Orán, Raúl Reynoso, quien pasó de ser “un modelo de lucha contra el narcotráfico”, como lo presentó la expresidenta Cristina Kirchner a mediados de su segundo mandato, a ser destituido y caer preso por recibir coimas de los narcos argentinos y bolivianos, entre ellos, del Patrón del Norte.
Ese mote encerraba mucho más que un apelativo al poder que había acumulado Delfín: él y su familia controlaban casi 60.000 hectáreas de espeso monte a uno y otro lado de la frontera caliente del narcotráfico. En El Pajeal y El Aybal, parajes cercanos a Salvador Mazza, un alambrado de algo más de un metro demarcaba el límite entre la Argentina y Bolivia. De un lado, él aparecía como propietario de 28.000 hectáreas; de otro, Roxana Castedo, hermana del Patrón del Norte, dominaba otras 30.000. El clan era, virtualmente, el dueño de la frontera.
El control de ese vasto territorio era vital para asegurar la fluidez de las actividades ilegales, estimaron los investigadores federales del caso. Para asegurarlo, no dudaron en amenazar a pobladores y a productores rurales de la zona. Algunos sucumbieron a la intimidación. Otros, en cambio, resistieron. Una mujer de 37 años le hizo frente a Delfín y lo denunció: la mataron.
Liliana del Valle Ledesma no le iba a dar sus tierras a los narcos. Tenía 1250 hectáreas en El Pajeal, y denunció que no podía llegar a sus dominios ni a su ganado porque las huestes de Castedo habían cortado los caminos de acceso desde Salvador Mazza –un camino de tierra que corre paralelo a la frontera con Bolivia–, como una forma de presión, para asfixiarla y que se resignara a vender el campo. Afirmó que detrás de la maniobra estaba el Gordo Aparicio, poderoso diputado provincial del norte salteño. Y que ese camino vecinal de tierra era usado por Castedo para mover la droga que traía, en cantidades industriales, desde Santa Cruz de la Sierra.
El 21 de septiembre de 2006, dos sicarios la emboscaron. Le asestaron siete cuchilladas: las dos mortales, en el corazón y en el estómago; las otras cinco le destrozaron la boca, horrendo signo de que la habían asesinado por haber alzado la voz contra los poderosos narcos que querían correrla de la zona.
Castedo ya estaba en la clandestinidad cuando la Justicia lo imputó como autor intelectual de la ejecución de Liliana Ledesma. Casi quince años después del crimen, en mayo de este año, debió haber empezado el juicio contra Delfín y su hermano, Raúl Amadeo, alias “Hula”. Pero, por ahora, quedó en suspenso. Los hermanos están alojados en el penal de Ezeiza y solo aceptan ser enjuiciados de manera presencial. Y el Servicio Penitenciario Federal (SPF) no quiere afrontar el riesgo de trasladar a los narcos miles de kilómetros al norte para ponerlos a disposición del Tribunal Oral Federal de Orán.
Por el crimen de la productora rural de 37 años ya fueron condenados a prisión perpetua, en 2010, María Gabriela Aparicio –hermana del Gordo– y Aníbal Ceferino Tárraga, Lino Ademar Moreno y Casimiro Torres, sicarios del clan Castedo, y se les impuso la pena de 10 años de prisión a Patricia Guerra y de cuatro años a Juan Moreno.
Actividad continuada
A pesar de que está preso –ahora, en el Complejo Penitenciario Federal de Ezeiza, adonde llegó en 2019 luego de que se detectara un plan de fuga en la cárcel federal de Güemes, en Salta– Delfín Castedo sigue manejando a “control remoto” las actividades espurias del clan, según los investigadores judiciales. Eso, a pesar de que buena parte de la cúpula de la organización fue detenida: ya cayeron los tres hermanos varones de Delfín –Hula (señalado como quien obtenía la droga para distribuir en Santa Cruz de la Sierra), Rafael y Roberto– y su cuñado, Mario Morfulis, marido de Roxana Castedo, la que figura como propietaria de la mitad de los dominios del Patrón del Norte en la frontera con Bolivia.
En mayo del año pasado fue detenido en Salvador Mazza uno de los laderos de Castedo. Ricardo Ervas. Sobre él pesaba una orden de captura desde 2016, lo que no le impidió sostener los negocios ilegales de la organización. De hecho, en la investigación del juez federal de Orán Gustavo Montoya se lo señala como una pieza clave en el movimiento de varias toneladas de cocaína por parte del clan Castedo.
Aunque no hay noticias recientes de la participación de esta organización en grandes contrabandos internacionales de droga, los paquetes con el logo del Delfín no dejan de aparecer en diversos procedimientos, cada vez más al sur dentro del país. Los operativos en los que se detecta la droga con la marca de calidad atribuida a Castedo denotan un cambio en la modalidad de tráfico: cantidades más chicas y el uso de “mulas” que utilizan sus vehículos particulares para transportar los estupefacientes con la fachada de viajes “convincentes”.
Eso ocurrió, por caso, el 1° de abril pasado, con el operativo Fondo Blanco. Una pareja joven con su hija de 4 años sentada en la butaca especial para niños en el asiento trasero de una Ford EcoSport, en una tarde soleada y a velocidad crucero, en tránsito desde la Panamericana hacia la General Paz. Todo parecía normal: una familia que volvía a la Ciudad tras unas breves vacaciones. Pero a la camioneta la seguían por tierra y desde el aire, con drones. Había un dato: ese vehículo venía de La Quiaca con un cargamento de droga destinado a las villas de la zona sur porteña, donde una reciente pelea entre bandas antagonistas hizo crecer la tasa de homicidios en la Capital.
En la autopista de circunvalación porteña, las motos policiales se pusieron a cada lado de la EcoSport; los agentes le hicieron señas inequívocas de que no aceleran y, con movimientos precisos, arriaron la camioneta hasta una estación de servicio frente a Tecnópolis, a la altura del barrio de Saavedra. La requisa arrojó resultado positivo: había seis kilos y medio de cocaína, paquetes con el logo del cetáceo. “No hay dudas, el delfín es la marca del narco que, aún detenido, sigue inundando México y Sudamérica con su cocaína: Castedo”, dijeron ese día desde la Policía de la Ciudad.
El estigma de Delfín sigue apareciendo. Ahora, en una investigación por la comercialización de estupefacientes en la ciudad bonaerense de San Nicolás, que en las últimas horas llevó a Berni a comandar un operativo en la caldeada Rosario para ir detrás de la droga con la marca del Delfín.
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