Narcos: los vecinos temen represalias en el barrio Padre Mugica
Los habitantes de ese complejo de edificios afirmaron que hace tiempo que viven encerrados en sus casas, pero no por miedo al contagio del Covid-19, sino por los repetidos tiroteos
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“A veces sirve no tener teléfono, porque al menos no me pueden llamar para amenazarme”, relató una mujer de 30 años que no parece preocupada por un celular roto, sino todo lo contrario. En el barrio Padre Mugica todo puede ser diferente a la esperado. Esa vecina formó parte de grupo que cortó durante varias horas el tránsito en la avenida General Paz para exigir mayor seguridad. A pocos días de ese suceso que puso a este lugar bajo la mirada pública, la mujer contó que aquí se cansaron de vivir en medio de la violencia por ser una zona copada por bandas narco que disputan el territorio.
Sin embargo, la exposición les trajo consecuencias a los habitantes de la zona. Si bien hay mayor presencia policial en las calles, los vecinos aseguraron que recibieron llamadas telefónicas amenazantes y temen por las represalias de las que pueden ser víctimas si se levanta el operativo de seguridad.
“Cuando bajo de mi casa para hacer las compras, nunca sé si voy a volver a subir”, dice María, de 46 años, mientras espera su turno en una verdulería ubicada en la avenida Castañares, la arteria que marca uno de los límites barriales. Relató a LA NACION que hace tres años decidió, junto a su marido y sus cuatro hijos, mudarse al barrio, pero nunca imaginó vivir “semejante pesadilla”.
Agregó que se pasa todo el día encerrada en su casa con los dos hijos más pequeños porque tiene “terror” a que salgan a la calle. “Acá hay tiroteos casi todos los días”, indicó. Agradece que su marido y sus dos hijos adolescentes trabajen durante la jornada completa porque de esa manera pasan poco tiempo dentro del barrio. “Ahora con la policía acá estamos más tranquilos, nos cambió la vida, pero si se van, no sé qué va a ser de nosotros”, comentó.
“Yo veo las noticias de lo que pasa en México o Colombia con el narcotráfico y te puedo asegurar que lo que vivimos en este barrio es mucho peor”, se lamentó una de las vecinas, de 49 años, que prefirió como muchas otras resguardar su nombre. Y aseguró: “Acá hay que convivir por un lado con los narcos, por el otro con los ladrones y en el medio quedamos los trabajadores”.
Esa vecina del barrio Padre Mugica compró un departamento en la zona hace nueve años, si bien detalló que siempre fue un lugar inseguro, para ella todo empeoró hace alrededor de tres años cuando “los peruanos se adueñaron del barrio”. La Policía de la Ciudad apunta a la banda del hombre conocido con el apodo de Dumbo, que tiene un importante historial delictivo. Era uno de los laderos de Marco Estrada Gonzales, alias Marcos, que se hizo fuerte en la villa 1-11-14.
Hay coincidencia entre los vecinos en que desde que aquel grupo “tomó” la zona, hubo una escalada de violencia y que ahora se viven tiroteos casi a diario. “Tenemos que estar siempre alertas y preparados para resguardar a los más chiquitos de los disparos”, explicó la mujer.
Peligro en los pasillos
Algo similar le pasó a los sobrinos de otro joven, de 20 años, que camina por “la platea seis” (como allí se llama a los edificios mejor ubicados) en dirección a un almacén. Dijo que en el momento en que ocurrió uno de los tiroteos los hijos, de 13 y 3 años, de uno de sus hermanos habían bajado solos a hacer las compras y “por suerte la dueña de la verdulería los protegió”.
El joven, que no quiere dar su nombre porque sabe que quienes “hablan” luego reciben un intimidatorio llamado telefónico, también pasa todo el día encerrado en su casa. Y no por miedo a los contagios del Covid-19. “A mí la cuarentena no me cambió en nada”, resaltó ese vecino que se acostumbró a no salir a la calle, a menos que necesite ir a hacer las compras o ir al colegio.
“Por mi seguridad, mi mamá me empezó a prohibir tener amigos en el barrio”, explicó. Junto a sus padres y sus cuatro hermanos viven desde hace siete años en uno de los “edificios nuevos”. El barrio se compone por 13 módulos, cada una con tres edificios, donde viven aproximadamente 720 familias, según las estadísticas del gobierno porteño. Era parte de la obra que dejó inconclusa del programa Sueños Compartidos, que ejecutaba la Fundación Madres de Plaza de Mayo. Ninguna de las viviendas cuenta con escritura, sino que tienen un comodato y tenencia precaria.
Algunos vecinos, principalmente los que se manifestaron o hablaron con los medios temen lo que puede llegar a ocurrir si la policía se retira de la zona. “Van a volar tiros para todos lados”; “no sé si alguien va a salir vivo de acá”; “somos todos boleta”, son los comentarios que se escuchan al respecto.
Detrás de las rejas que protegen la ventana de su quiosco, Fabiana Machuca muestra la herida en su rostro, tiene un corte debajo del ojo derecho porque el miércoles a la noche fue atacada por otra habitante del barrio, a quien ella había señalado esa misma mañana como una de las integrantes de las organizaciones que comercializan estupefacientes en el lugar. “Nosotros contamos que era una de las infiltradas en la manifestación y por eso me atacó. Para mí y mi familia es un día muy triste porque no podemos estar tranquilos, tenemos que seguir viviendo con seguridad en la puerta de mi casa”, contó la mujer.
Su familia desde hace cinco años que tiene custodia policial porque varias veces denunció a los narcos. “Por eso la gente no quiere hablar tiene miedo a que le quieran tomar la casa, vienen te ponen las armas arriba de la mesa y te obligan a que se las entregues”, explicó Machuca. Su casa está ubicada frente a la peluquería que fue baleada en la madrugada del lunes pasado. En el local se contabilizan ocho impactos en la ventana y otros diez en los alrededores de la puerta, mientras que la vivienda lindera hay al menos dos disparos.
La vecina a la que se le rompió el teléfono aseveró que el terror es aún mayor entre los más pequeños del barrio, que sufren con los disparos, ya que dejaron de ir a las plazas a jugar. Incluso, comentó que sus hijos se niegan a asistir a la escuela por miedo a ser baleados mientras esperan el colectivo. “Una vez los fui a buscar al parque de acá cerca y mientras volvíamos había una persona tirada; le habían disparado. No se pueden imaginar cómo quedan mis hijos cada vez que escuchan un estruendo”, dijo esa vecina de un barrio aterrorizado por la violencia narco, donde sus habitantes cuentan que las bandas reclutan “soldaditos” desde los nueve años
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