Narcomenudeo: cómo operan las bandas que se reparten el territorio y el negocio en el área metropolitana
Informes gubernamentales y especialistas dan cuenta de la mayor complejidad de las organizaciones dedicada a la venta minorista de estupefacientes; tienen más de un proveedor, diversifican la asignación de roles y tareas, venden las dosis de forma dinámica o estática y reinvierten las ganancias en más droga y la compra de bienes o negocios de “fachada”
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Las organizaciones dedicadas al narcomenudeo en el área metropolitana de Buenos Aires y en algunas de las ciudades más importantes del país, con Rosario a la cabeza, son un paraestado que crece allí donde el Estado se ha replegado. No solo controlan territorio y mercado para sus negocios ilícitos, incluso mediante la corrupción de las estructuras gubernamentales que deben perseguirlas, especialmente, las policías. Organizan su estructura con distintos niveles de responsabilidad y acción y planifican su funcionamiento para tener cubiertas todas etapas de la actividad: la obtención de la droga, su fraccionamiento y venta, y la canalización de las utilidades obtenidas con la comercialización de sustancias tóxicas en nuevas compras de estupefacientes y el lavado de los activos en bienes o actividades de fachada.
La descripción detallada de esa estructura surge del análisis de un trabajo de campo realizado por la Dirección Nacional de Investigaciones del Narcotráfico del Ministerio de Seguridad de la Nación en el año 2019 y la actualización de datos aportada por especialistas.
Se observa la consolidación de las operaciones del narcomenudeo en el conurbano y el aumento de la violencia asociada a sus operaciones, especialmente, en la región central del país, señala la socióloga Laura Etcharren, especialista en la materia. El paradigma de eso es Rosario, donde las bandas que controlan el territorio y el negocio ampliaron su menú de actividades ilegales: utilizan su aceitada logística y su poder de fuego y brutalidad para realizar extorsiones y brindar “seguridad”, e incluso para llevar adelante amenazas y contratos de sicariato para terceros.
Las cúpulas de las bandas acumulan poder y son capaces, con el dinero espurio que obtienen de la venta de drogas, de comprar impunidad. La policía, el primer eslabón, queda sujeta a la cooptación o, incluso, a la connivencia, como ocurre con el clan comandado por Max Alí Alegre, alias Alicho, presunto dueño del lote de cocaína adulterada que causó las 24 muertes y dejó a decenas de intoxicados, que según una investigación revelada ayer por LA NACION estaría integrado por al menos seis efectivos.
En la reconfiguración del mapa del narcotráfico a nivel regional en el último lustro, y especialmente en la Argentina desde hace tres años, las bandas operan en redes. Según la geografía del territorio que dominan y en el que asientan sus negocios, pueden vender desde posiciones fijas (búnkeres como los de Puerta 8 o la villa El Gaucho, de Tres de Febrero, donde se vendieron las dosis de cocaína cortada con carfentanilo que causaron 24 muertes) o con dealers en movimiento.
Distintos eslabones
“El término narcomenudeo es más amplio de lo que el común de la gente conoce, ya que el narcomenudeo evolucionó. No solo implica un dealer o una boca de expendio de droga, sino que abarca en los barrios vulnerables un entramado de eslabones, unidos unos a otros en distintos niveles y con diferentes funciones”, afirma José Fernando Pereyra, exdirector nacional de Investigaciones del Narcotráfico durante la gestión de Patricia Bullrich.
Cada grupo lleva adelante la venta minorista de drogas en un territorio delimitado; precisamente cuando otro grupo intenta “pisar” el mercado de otro se producen los sangrientos ajustes de cuentas que hacen crecer exponencialmente las tasas de homicidios, como ocurre en Rosario, en varios enclaves del conurbano o en las villas 31 o 1-11-14, en la ciudad de Buenos Aires.
“Dependiendo del lugar donde actúan y de los alcances de cada grupo, tienen menor o mayor infraestructura y articulación. A mayor estructura, mayor será el entramado de subgrupos o eslabones que integran la organización”, precisó Pereyra en un estudio de situación. Esa complejidad, la división de roles y la atomización de espacios y de funciones hacen que las investigaciones para desbaratar por completo las operaciones sean arduas.
La estructura de las organizaciones criminales dedicadas al narcomenudeo se ocupa de tres grandes campos: la obtención de la droga, la venta minorista y la logística financiera. Cada una de ellas, a su vez, tiene subdivisiones. La superestructura de la banda, por razones obvias, es la que define y controla el territorio: posee las tierras o las propiedades, y dentro de un mismo enclave también procede, por la fuerza de sus armas y sus “soldados”, a tomar nuevos espacios tanto para expandir las bocas de su negocio principal como para ampliarlo, como, por ejemplo, alquilar casillas dentro de los asentamientos.
No es un secreto que la cocaína y la pasta base que se comercializan en el país provienen mayormente de Bolivia y de Perú, y la marihuana, de Paraguay. Su tránsito hacia el sur, tanto para el fraccionamiento y distribución en centros urbanos como para su tráfico al exterior, se realiza principalmente desde la frontera en Salta o Jujuy por rutas o desde el litoral, a través de la Hidrovía.
Investigaciones recientes del Ministerio de Seguridad de la Nación dieron cuenta de que el kilo de cocaína “puesto” en Buenos Aires se paga a unos 6000 dólares el kilo y la misma cantidad de pasta base, a un promedio de 3400 “cash”. Las bandas, precisó Pereyra en su informe, suelen tener al menos dos proveedores mayoristas, de forma de que la provisión sea ininterrumpida.
Las organizaciones cuentan con lugares de acopio fuera del radio de su territorio de operaciones minoristas. Cada banda elige su método: en el caso de la cocaína, o la droga llega ya “estirada” a los búnkeres para su fraccionamiento final en dosis, o bien se entregan en los “kioscos” barriales dos bolsas: una que contiene la cocaína y otra que contiene el “embrollo”, la sustancia de corte, que normalmente es un polvo blanco que puede contener novalgina, aspirina, harina y hasta jabón en polvo. La calidad del producto fraccionado y la extensión del “corte” definirá el precio de la dosis.
Paso a paso
El dueño de la droga sabe al detalle cuántas dosis rinde la sustancia que entrega en los búnkeres; algunos “esquineros” se animan, en sus turnos –son tres, para operar las 24 horas– a agregar alguna sustancia al “embrollo” para aumentar el estiramiento y, por efecto, la cantidad de dosis. Ese extra es su ganancia.
Los métodos de comercialización principales son dos: dinámicos y estáticos. Entre los primeros se cuenta la actividad de los dealers que venden “en movimiento” en determinadas esquinas (el “pasamanos” en veredas de distintos barrios), lejos del lugar de provisión de la sustancia, y el “delivery”, para el cual se utilizan motos o, incluso, remises y taxis. Entre los otros están los “kioscos” –casas dentro de los asentamientos– o las “esquinas”, donde se forman largas filas de compradores, como las que describieron los vecinos de Puerta 8 cuando estalló la crisis de la intoxicación por la cocaína adulterada.
Para llegar a los lugares de provisión, los compradores deben atravesar uno o varios anillos de seguridad. En los perímetros operan “los satélites”, “campanas” o “vigías”, en general, adolescentes o chicos que son los que dan el primer aviso ante presencias extrañas o movimientos que denoten un eventual operativo policial-judicial en contra.
Ya en los puntos de venta, en los puntos de acopio o en los búnkeres donde se fracciona y comercializa (una banda puede realizar todas esas operaciones en un mismo territorio o tenerlas diversificadas geográficamente), quienes proveen la custodia son los “soldados”, que cuentan con armas cortas o largas, según la envergadura de la organización narcomenudista.
Al final de cada turno, los “recaudadores” reúnen el dinero de cada punto de venta y de cada dealer y lo trasladan, bajo fuerte custodia, a los sitios de resguardo, generalmente, alejados de los centros de comercialización. Semanalmente, se efectúan los pagos para los “esquineros” y se separa la “coima” que reciben los policías que “blindan” la actividad clandestina.
El enorme producto de la venta de drogas se recanaliza. Por un lado, se utiliza para comprar nuevas remesas de estupefacientes, para mantener el giro continuo de la rueda. Por otro, se lo invierte. Pereyra analizó, por ejemplo, que los narcos de la 1-11-14, del Bajo Flores, se valían de testaferros para comprar autos y propiedades, invertir en cocheras, lavaderos de autos y agencias de remises, o, incluso, en iglesias o centros religiosos.
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