Nacidos para matar: historia de cinco de los más sanguinarios asesinos
Carlos Robledo Puch, el preso más antiguo del país y uno de los más célebres, representa a una casta de hombres que, con distintas motivaciones, hicieron del homicidio una vocación
¿Nunca viste las películas Armado hasta los dientes o Rambo? Hay que matarlos a todos", repetía Guillermo Antonio Álvarez, alias "el Concheto" o "el Karateca", mientras miraba por la ventana del remise que lo llevaba por la avenida del Libertador y le apuntaba a la gente con el gesto de llevar montado un fusil. Cuando la policía lo detuvo en su casa de Las Heras 1052, Acassuso, encontró recortes de diarios con noticias sobre Carlos Eduardo Robledo Puch, el asesino serial más sanguinario de la historia argentina. En el chalet en el que vivía con sus padres, Álvarez guardaba una carpeta con las publicaciones de los restaurantes que había asaltado y los homicidios que había cometido. Se jactaba de haber "reventado un lugar en el que estaban Susana Giménez y Huberto Roviralta". Cayó en agosto de 1996 y fue condenado por cuatro asesinatos.
"Cualquier persona puede cometer un homicidio. Puede ser un caso de legítima defensa o de emoción violenta. Pero con el segundo asesinato ya se tiene la vocación de matar", explicó el doctor Raúl Torre, profesor universitario de Criminología y Criminalística y Perfiles Criminales y autor de libros como Homicidios seriales e Investigación criminal de homicidios seriales - Jack el destripador, entre otros.
Al igual que su admirado Robledo Puch, Álvarez cometió los asesinatos durante robos. Ninguno de los dos tenía "necesidad" de salir a robar. "El Ángel de la Muerte", como fue apodado Robledo Puch, pertenecía a una familia de clase media acomodada de Villa Adelina y su padre era ingeniero. "El Concheto" fue a los mejores colegios de San Isidro y su padre era dueño de dos cines y de una galería comercial.
Entre Álvarez, Robledo Puch,Luis Fernando Iribarren -"el Masacrador de San Andrés de Giles"-, César Humberto Ghirardi D'Angelo y Fructuoso Álvarez González -autor de la masacre de Flores-, cometieron 28 asesinatos
Entre Álvarez, Robledo Puch,Luis Fernando Iribarren -"el Masacrador de San Andrés de Giles"-, César Humberto Ghirardi D'Angelo y Fructuoso Álvarez González -autor de la masacre de Flores-, cometieron 28 asesinatos. Además del odontólogo Ricardo Barreda, ellos son los homicidas más sanguinarios de los últimos 45 años en el país.
"En 2005 variaron los criterios para clasificar a los distintos grupos de asesinos. En el congreso que se realizó en Houston sobre serial killers se fijaron algunas pautas para diferenciar a los asesinos seriales, a los múltiples y a los asesinos en masa. En el grupo de asesinos seriales figuran los que matan impulsados por una tendencia sexual; los que tienen un móvil ideológico, como los terroristas; los que matan eligiendo una determinada característica de las víctimas; los que asesinan para obtener una ganancia económica; los que matan por placer; los que matan como una demostración de poder y sometimientos sobre las víctimas, y los psicópatas", explicó Torre.
Según esta singular taxonomía, Robledo Puch y Álvarez actuaron impulsados por la ganancia económica que obtenían por los robos y también por placer. Así quedó demostrado en la declaración de un testigo en el juicio oral contra "el Concheto" en el que fue condenado a prisión perpetua por el homicidio del empresario Bernardo Loitegui (h.), hijo de un ex ministro de Obras Públicas del gobierno de Alejandro Lanusse.
"Yo robo porque me gusta, no por necesidad. Los robos me atraen, me seducen. Es como tener la novia más linda", le dijo Álvarez a uno de los remiseros que lo llevaban a buscar a sus cómplices a una villa de Beccar. Durante dos de esos robos, Álvarez y sus compañeros en la banda de Los Chicos Bien asesinaron a Loitegui (h.), al subinspector de la Policía Federal Fernando Aguirre y a María Andrea Carballido. Tanto el policía como la estudiante fueron asesinados cuando la banda comandada por Álvarez irrumpió en el pub Company, de Migueletes 1338, en Belgrano.
"¿Viste el robo en Belgrano a la confitería Company? Fui yo. Lo robé. No puedo creer que me bajaron a un compañero. El «poli» le dio a traición, pero yo tengo la tranquilidad de que haber vengado la muerte de mi compañero. Entré y le tiré. Le vacié el cargador. Le pegué siete tiros en la espalda y tres en la cabeza", admitió y confesó sin pudor Álvarez, según el relato del remisero.
Amparado en su buen aspecto, Álvarez entraba en los restaurantes, se hacía pasar por cliente y hacía inteligencia. Después volvía con sus cómplices, que irrumpían en los locales y concretaban los robos, mientras él se quedaba afuera para que nadie lo reconociera. En el asalto a Company, ocurrido el 28 de julio de 1996, el suboficial Aguirre estaba de civil, se resistió al robo y mató a Oscar Alberto Reinoso, "el Osito", uno de los ladrones. Al oír los disparos, Álvarez entró y mató al policía. La cuarta víctima del "Concheto" fue un compañero de la vieja cárcel de Caseros, al que mató en venganza por una paliza que le había dado.
En el verano de 1972, Lisardo Faure era un joven abogado de 27 años. Se había recibido en la Universidad de La Plata y estaba a cargo de la Secretaría N° 5 del Juzgado en lo Penal N° 3 de San Isidro. Entre los expedientes que instruía figuraban las causas 10.530 y 12.072, por los homicidios de Raúl Del Bene y Juan Rosas, respectivamente.
"Me llamó el comisario de San Fernando y me dijo que habían detenido al autor del homicidio de un sereno en Carupá. Entonces le pedí que trasladaran al sospechoso al juzgado, que estaba a cargo del juez Víctor Sasson", recordó Faure.
Actualmente, Robledo Puch está preso en el penal de Sierra Chica. Fue condenado a reclusión perpetua en 1980 -ese día les gritó a los jueces: "¡Un día voy a salir y los voy a matar a todos!"-,
Esa tarde de enero de 1972 hacía calor en la oficina del juzgado situado en el segundo piso de la calle Martín y Omar, frente a las vías del tren Mitre, en el centro de San Isidro. Minutos después de las 14 llegaron los policías bonaerenses con el acusado. Faure comenzó a escuchar a ese joven flaco, desgarbado y de ojos celestes que, apabullado por la situación, miraba para abajo. A partir de ese momento, y durante cinco horas, Carlos Eduardo Robledo Puch contó cómo había matado a por lo menos cuatro de sus once víctimas.
"Estaba sereno y tranquilo. Relató con precisión de detalles cómo había matado al sereno. El juez Sasson preguntaba y yo escribía. Durante la declaración, los funcionarios judiciales le preguntaron circunstancias de los homicidios que no habían trascendido en la prensa y respondió con certeza. Entonces le dije que cómo era posible que se acordara de tantos detalles, y él me contestó: «Matar es una cosa fuerte y de eso uno nunca se olvida». Por tal motivo no tengo ninguna duda de la responsabilidad de Robledo Puch en los hechos que le adjudicaron. Es imposible que alguien relate con tanta precisión los asesinatos si es que no estuvo ahí", recordó Faure 43 años después.
Luego de la indagatoria, esa misma tarde se hizo la reconstrucción de uno de los homicidios. "Queríamos aprovechar la vocación de confesar de Robledo Puch", agregó Faure. Cuando LA NACION le preguntó si las conclusiones de los estudios psicológicos que le habían hecho a Robledo Puch establecieron si este asesino serial nació o se hizo homicida, Faure respondió con un concepto parecido al de Torre: "Esa cuestión nunca fue contestada, pero le puedo decir que Robledo Puch tenía una vocación delictiva y homicida".
Según Torre, el asesino serial comete varios homicidios en hechos y acciones diferentes, mientras que el asesino en masa asesina a varias personas en un mismo hecho y una misma acción
Actualmente, Robledo Puch está preso en el penal de Sierra Chica. Fue condenado a reclusión perpetua en 1980 -ese día les gritó a los jueces: "¡Un día voy a salir y los voy a matar a todos!"-, con la accesoria por tiempo indeterminado y le rechazaron varios pedidos de libertad condicional.
Según Torre, el asesino serial comete varios homicidios en hechos y acciones diferentes, mientras que el asesino en masa asesina a varias personas en un mismo hecho y una misma acción.
Es lo que hizo Álvarez González el 17 de febrero de 1994, cuando provocó el incendio de una casa de Flores y mató a José Bagnato, de 42 años; a su esposa, Olga Plaza, de 40; a los hijos de la pareja, Fernando, de 14, y Alejandro, de 9, y a Nicolás Borda, de 11, un amigo de los chicos que se había quedado a dormir.
"Álvarez González tenía una relación casi familiar con mis padres. Eran socios en una fábrica de zapatillas. En octubre de 1993 citó a mi abuela para que le firmara un pagaré por 180.000 dólares por una supuesta deuda que habría surgido a partir de la fábrica. Mi abuela se negó a firmar los documentos y a partir de ese momento, él se convirtió en un monstruo", relató Matías Bagnato, quien sobrevivió a la masacre.
Hoy, Matías vive con miedo. Denunció que Álvarez González lo amenaza constantemente y acusó al juez de Ejecución Penal Axel López de liberar por error al hombre que mató a su familia. Álvarez González fue recapturado y está preso en un penal de mínima seguridad en Chaco. Este hombre que asesinó a cinco personas en venganza por no poder cobrar una presunta deuda nunca mostró arrepentimiento.
Cualquier persona puede cometer un homicidio. Puede ser un caso de legítima defensa o de emoción violenta. Pero con el segundo asesinato ya se tiene la vocación de matar",
En julio de 1986, Luis Fernando Iribarren asesinó a su padre, Luis Fernando; su madre, Martha Lagebbein, y a sus hermanos, Marcelo y María Cecilia. Su acción criminal, según la policía, encubría la intención de quedarse con el campo en el que vivían, en el paraje Tuyutí, de San Andrés de Giles. La masacre tomó estado público en 1995, cuando el comisario de Giles descubrió el cuerpo de Alcira Iribarren enterrado en el fondo de la casa en la que vivía. Aunque Luis Fernando hijo sostuvo que había matado a su tía para evitar que siguiera sufriendo por el cáncer que padecía, la policía determinó que el móvil del crimen había sido apoderarse de la vivienda.
En dos hechos distintos y separados por nueve años, Iribarren mató a cinco personas por supuestas motivaciones económicas. En 2002 fue condenado a reclusión perpetua.
El caso de César Humberto Ghirardi D'Angelo es similar al del "Concheto" Álvarez y al de Robledo Puch: mataba durante robos, por una motivación económica. En 2010, el Tribunal Oral Criminal N° 7, de San Isidro, lo condenó por tres asesinatos en ocasión de asaltos.
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