Misterio. Investigan 332 amenazas que recibió Fernando Pérez Algaba, el hombre que fue baleado y descuartizado
Aseguran que habría participado en una estafa piramidal sostenida con inversiones en una flota de camiones; las declaraciones de testigos evidenciaron el nerviosismo de la víctima
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Fernando Pérez Algaba estaba por ser denunciado ante la Justicia por su presunta responsabilidad en una estafa piramidal con el sistema Ponzi. Este hecho y la cantidad de inversores perjudicados por la maniobra pergeñada por la víctima del homicidio se sumaron al listado de personas que tenían algún conflicto con el operador financiero asesinado. Se detectaron 332 mensajes con amenazas en su contra.
Según los abogados que representan a la familia de la víctima, en el expediente coexisten 32 hipótesis sobre posibles autores del homicidio, que tenían razones para matar a Pérez Algaba. Aunque las dos líneas de investigación que prevalacen sobre el resto apuntan a un barra de Boca que lo amenazó por una deuda de US$300.000 y la que tiene como sospechosos a dos exsocios de la víctima que fueron los últimos que lo vieron con vida.
El hombre, cuyo cuerpo descuartizado fue hallado el 23 de julio pasado en Ingeniero Budge, figuraba en una organización delictiva que captaba inversores para la compra en pool de camiones en Estados Unidos. La banda funcionaba detrás de una empresa pantalla que prometía gestionar el dinero aportado por los inversores y pagaba dividendos de acuerdo con la facturación de los fletes que se hacían con cada camión.
Se trata de un negocio legal y en expansión en Estados Unidos que llamó la atención de inversores en distintos países americanos, que aportaron dinero en empresas que gestionaban las operaciones de esos vehículos.
Existen empresas serias que se dedican a esta actividad. Pero la explosión de esta modalidad de inversión abrió la puerta para la aparición de estafadores. En algunos casos, esas empresas ofrecían la posibilidad de que cada inversor-dueño de camión, aunque fuera propietario de una parte del vehículo, pudiera seguir a través de una aplicación el recorrido del camión con un detalle de la carga que transportaba, los gastos de mantenimiento y el nombre de chofer que lo conducía. Todo falso.
Durante los tres primeros meses, los inversores cobraban las ganancias que devengaba cada camión en forma proporcional al dinero invertido. Pero en el cuarto mes comenzaban los problemas de cobranza. Los dueños de la empresa pantalla nunca compararon los camiones porque usaban el dinero que recibían para pagar los dividendos y general confianza con el objetivo de captar más inversores. La mentira les duraba cuatro meses.
Debido que el dinero recaudado no se destinaba a la compra de los transportes, los inversores dejaban de percibir dividendos. Cuando los damnificados comenzaban a acumularse, los estafadores desactivaban la empresa pantalla y pasaban a la clandestinidad.
Según el abogado que representa a una víctima de esa maniobra, Pérez Algaba estaba relacionado con dos de los responsables de la empresa que captaba inversores en la Argentina para comprar camiones en Estados Unidos. Aparentemente, Pérez Algaba habría utilizado el perfil que armó en una red social con un millón de seguidores para generar confianza y sumar inversores. A nadie le llamó la atención que ninguno de los seguidores interactuaba con el titular del perfil.
El hombre que fue asesinado y descuartizado llegó a perder US$140.000 en el negocio de las criptomonedas. Además, perdió mucho dinero en apuestas en casinos virtuales. Antes de que lo mataran de dos balazos, hacía frecuentes visitas al Casino Flotante de Puerto Madero. Vivía amenazado por sus acreedores. Ante la cantidad de amenazas que recibía de parte de aquellos que le habían prestado dinero o invirtieron en sus emprendimientos, Pérez Algaba le había pedido un arma a una amiga.
“La relación con las personas a las que les debía dinero era cambiante. Había veces que se trataban bien y otras en las que se gritaban y se insultaban. Haciendo memoria, entre febrero y marzo pasados, cuando Fernando regresó del exterior, fue a visitarme y como soy legítima usuaria de arma de fuego y en casa tengo una pistola Bersa nueve milímetros, me la pidió prestada. Me dijo que tenía miedo y que quería tener un arma”, expresó la amiga de la víctima, al declarar como testigo.
En el entorno de Lechuga, como conocían a Pérez Algaba, afirmaron a la nacion que muchos de los que habían invertido dinero en sus proyectos prefieren olvidar que alguna vez conocieron a la víctima, especialmente por la peligrosidad y los antecedentes de aquellos con los que hacía negocios: dos barrabravas de Boca y un jefe narco detenido en el penal de Ezeiza, acusado de traficar, acopiar, fraccionar y comercializar droga en una fábrica de zapatos en La Tablada, partido de La Matanza.
Pérez Algaba tenía 332 mensajes con amenazas propinadas por una importante cantidad de acreedores. También le debían dinero. Nahuel Vargas y Maximiliano Pilepich afirmaron que tenían una deuda de US$150.000 con la víctima y que Lechuga, había llegado a la Argentina el 13 de julio pasado para cobrar ese dinero. Además de recibir amenazas, Pérez Algaba también fue denunciado en febrero de este año, Vargas lo acusó en la comisaría de Castelar por amenazas, daños y abuso de armas.
En ese contexto de negocios irregulares y violencia, Lechuga fue asesinado. Aunque hasta el momento no hay nadie imputado como presunto autor material del homicidio. La última vez que lo vieron con vida fue el 18 de julio cuando salió de su departamento en Ituzaingó rumbo a un campo, en General Rodríguez para cobrar una deuda.
Las últimas horas
Habían pasado casi 12 horas desde que lo había visto en General Rodríguez y le había entregado US$60.000, que había puesto en un bolso donde se suelen guardar notebooks. Pensó que a esa hora su amigo volaba hacia Barcelona. Le mandó un mensaje de WhatsApp. “Te fuiste rico y no me saludaste ni para mi cumpleaños, botón”. Eran las 4.41 del 19 de julio pasado. El chat nunca fue leído por Pérez Algaba, de 41 años. En ese momento estaba desaparecido.
Así lo recordó Pilepich cuando declaró como testigo ante los investigadores del homicidio de Pérez Algaba. Se trata, hasta el momento, de una de las últimas dos personas que vieron con vida a la víctima. La otra es Vargas. Ambos, bajo juramento de decir la verdad, recordaron cómo lo vieron a Pérez Algaba la tarde del 18 de julio pasado en el campo de General Rodríguez, donde estuvieron los tres juntos. Pérez Algaba llegó acompañado de Vargas en una camioneta Land Rover modelo Range Rover Evoque que le había prestado Pilepich. “Fernando me dijo que estaba preocupado”, afirmó Vargas. La inquietud era porque sus acreedores habían comenzado a amenazar a sus amigos.
El testigo agregó: “Se mostraba eufórico. Hablaba constantemente por teléfono”. Una hora después, pasadas las 17, llegó Pilepich en una camioneta Mercedes-Benz modelo G500 negra. Pérez Algaba repitió lo de las amenazas a sus amigos.
Pilepich recordó, en su declaración, que Lechuga tenía en brazos a su bulldog francés, Cooper. En el departamento que alquilaba la víctima, en Ituzaingó, se secuestró un certificado de su psiquiatra en el que se consigna que Pérez Algaba tenía un cuadro depresivo y de ansiedad. En ese informe se aconsejaba que viajara con Cooper, explicaron, en su momento, fuentes de la investigación. El testigo también contó cómo estaba vestido su amigo, pantalón de jogging negro, buzo negro y campera azul, blanca y roja.
“Mientras duró la reunión, Fernando se la pasó hablando por teléfono, no sé con quién”, sostuvo el testigo. Pérez Algaba le devolvió la camioneta a Pilepich. “Le pregunté si necesitaba que lo llevara a algún lado y me dijo que no, que lo iban a pasar a buscar, pero no dijo quién”, agregó.
Pilepich y Vargas se fueron en la camioneta Land Rover. Dejaron el otro vehículo en el campo. Ante la consulta de los investigadores, el testigo explicó que la camioneta Mercedes-Benz la fue a buscar esa misma noche, pero no recordaba el horario.
Antes de terminar la declaración testimonial, Pilepich contó que unos cuatro meses antes del crimen, tras una reunión de trabajo que mantuvieron en su casa, Pérez Algaba se llevó una pistola marca Glock calibre 9 milímetros sin que él lo notara. En cuanto lo advirtió, le reclamó el arma a Lechuga, quien le contestó que la necesitaba “para protegerse”.
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