Misterio en Inriville: desapareció hace cuatro años y creen que lo mataron
El albañil Andrés Baleani fue visto por última vez el 29 de agosto de 2016 en ese pequeño pueblo de Córdoba; había estado preso por asesinar a su hermano menor, tras una discusión por unos galgos; sospechan que fue objeto de una venganza de los amigos del joven
Hace cuatro años que en Inriville, localidad de Córdoba en el límite con Santa Fe, falta un hombre. En ese pueblo de 3722 habitantes donde todos se conocen, el albañil Andrés Baleani salió una tarde de su casa y nunca volvió. Muchos creen que fue el precio que pagó por haber asesinado a su hermano tiempo atrás, durante una discusión: los amigos de la víctima habrían cumplido la promesa de venganza. Aunque la Justicia jamás pudo probar nada, en la familia están convencidos de que "el crimen perfecto" no existe y que alguien debió haber visto o escuchado algo. También creen que el silencio de los vecinos solo se explica por el miedo. "Que se apiaden de nosotros y nos tiren un papel por debajo de la puerta", piden.
Ese 29 de agosto de 2016, Baleani, de 49 años, llegó a su casa alrededor de las seis de la tarde. Alguien lo había traído desde el centro de Inriville en una camioneta VW Saveiro negra, pero él no entró a la vivienda: solo descargó su bicicleta y se volvió a marchar en el mismo vehículo en el que había llegado.
"Mi mamá lo vio por la ventana y pensó que se iba al bar de Molina. Era rutina de mi hermano ir a tomar una gaseosa y quedarse un rato. Pero esa noche no volvió", cuenta Mariana Baleani, la responsable de sostener el reclamo de justicia.
"Yo vivo en Córdoba -sigue-, pero el 30 ya estaba en Inriville. Recorrí el pueblo en busca de algún dato. Empecé a frecuentar los lugares donde la gente se reunía, me ponía a charlar y obtenía información. Salía siempre con un cuaderno y una lapicera y les decía a los vecinos que me contaran, que yo iba a mantener la reserva. Desde ese día tengo todo anotado, es como un rompecabezas. Se lo pasé a la policía, pero nunca encontraron nada".
La investigación personal de Mariana reconstruyó el día de la desaparición: después de haber dejado la bicicleta en la casa, su hermano estuvo en el stud de un vecino de Inriville (prefiere no dar nombres), adonde habría ido a buscar lombrices porque esa noche pensaba ir a pescar. El dato es relevante si se tiene en cuenta que el dueño del stud era amigo de Nicolás, el hermano menor que Andrés asesinó en 2008 luego de una discusión por unos galgos.
"En los últimos doce años -se lamenta la mujer-, la familia sufrió dos tragedias grandes. Andrés estuvo preso por haber matado a nuestro hermano más chico. Una discusión despertó su ira y le disparó. Se comentaba en el pueblo que los amigos de Nicolás se iban a vengar cuando Andrés saliera de la cárcel. No creo que sea una casualidad que a los cuatro meses de recuperar la libertad desapareciera. Por eso le pido a Dios que nos dé fuerzas porque sabemos que nos vamos a encontrar con algo muy difícil de afrontar. Para nosotros, Andrés está muerto".
"Los asesinos andan sueltos"
La tarde del 9 de julio de 2008, Andrés, por entonces de 41 años, le recriminó a Nicolás, de 29, el robo de unos galgos. No era la primera vez que los hermanos discutían y por eso nadie en el pueblo fue capaz de anticipar lo que sucedió aquel día: el mayor empuñó su carabina .22 con mira telescópica y apuntó contra el menor, que ya se iba a caballo. Nicolás cayó al piso por un disparo certero en la cabeza. En un camión de bomberos fue llevado de urgencia al hospital de la zona, adonde llegó muerto.
Andrés caminó hasta la casa del juez de paz Henry Storti para contarle lo que había hecho, pero no lo encontró. Siguió hasta la comisaría y se entregó. Lo condenaron a ocho años de prisión, que cumplió en Villa María primero, luego en Villa Dolores y finalmente en el penal de régimen abierto de Monte Cristo.
"Él estaba arrepentido, no nació para matar. Cuando salió y volvió a Inriville, lo primero que hizo fue buscar a los amigos de Nicolás y pedirles disculpas. Iba mucho al cementerio y se quedaba llorando al lado de la tumba. Andrés tenía buen corazón, pero no se llevaban bien, a lo mejor le agarró un brote psicótico", reflexiona la hermana.
Después de cumplir su condena, Andrés se instaló en los fondos de la casa de su madre. Soltero y sin hijos, era albañil de oficio, pero se ganaba la vida con cualquier trabajo que le ofrecieran: limpiaba campos, vendía liebres, pintaba casas.
"Mi mamá, de 79 años, está muy triste y con esto de la pandemia se agrega una cuota de dolor. Por suerte está mi sobrina, la hija de Diego, que va todos los días a almorzar con ella. Yo tengo 57 y soy hipertensa. También tengo miedo de que me pase algo, porque los asesinos andan sueltos", dice Mariana.
La causa está en manos del fiscal de Marcos Juárez Fernando Epelde y es investigada por los detectives de la Policía Judicial. Aún hoy no hay sospechosos ni móvil. El gobierno provincial ofreció una recompensa de 200.000 pesos para quien aporte algún dato que permita esclarecer el mayor misterio de Inriville.
"El crimen perfecto no existe. Tengo esperanzas de que alguien me diga dónde está mi hermano y qué le hicieron. Pedimos que la gente se apiade de nosotros, que llamen anónimamente a la Justicia, lo que sea. Queremos cerrar esta etapa de tanto dolor y que el que hizo algo lo pague".
Pueblo chico, infierno grande
El misterio sobre el paradero de Andrés Antonio Baleani en Inriville tiene un par de antecedentes que obligan a esperar lo peor. En 2013, ese pueblo de poco más de 3700 habitantes se conmocionó por la desaparición de un jubilado, que, tras dos meses de intensa búsqueda, apareció enterrado en una localidad vecina. En 2014, la que dejó de ser vista fue una mujer. Recién se volvió a saber de ella dos años después: la habían violado y descartado su cuerpo sin vida en un monte.
Santiago Mattheus tenía 72 años, era soltero y no tenía hijos. Había trabajado toda su vida como empleado en un banco y le alcanzaba para vivir cómodo con su jubilación.
La noche del 25 de noviembre de 2013, una cámara del municipio captó cuando un joven salía de un edificio a bordo del auto del jubilado. Dos meses después, una llamada alertó sobre un olor nauseabundo proveniente de un campo de soja en Justiniano Posse. El rastrillaje posterior confirmó que se trataba de un cadáver enterrado. Uno de los sobrinos de Mattheus confirmó su identidad por el anillo que conservaba ese cuerpo descompuesto.
Maximiliano Martínez, de 26 años, fue detenido cuando intentaba vender el Chevrolet Corsa de la víctima; terminó condenado por homicidio simple. En 2019 volvió a ser detenido, esta vez por abuso sexual, robo calificado y tentativa de homicidio criminis causae contra una mujer en Sampacho, departamento de Río Cuarto.
El caso de Mariela Bortot, de 40 años y madre de dos hijas, además de alterar una vez más la calma del pueblo, tuvo cierta repercusión nacional. El sábado 25 de enero de 2014, salió a caminar por las afueras de Inriville y, según la reconstrucción de los hechos, en el camino fue interceptada por Juan Ramón Rodríguez, un fumigador de 42 años, que la arrastró hasta un maizal, donde la violó y la estranguló. El hombre luego trasladó el cuerpo hasta un monte ubicado entre Inriville y Monte Buey, donde la enterró.
Fue Rodríguez quien, dos años después, le dijo a la policía que él había visto desde la fumigadora donde trabajaba cómo otros hombres habían atacado a la mujer. Pero ese testimonio fue revelador de su culpabilidad.
En agosto de 2019, la Cámara del Crimen de Bell Ville y un jurado popular lo condenaron a prisión perpetua por "abuso sexual con acceso carnal y homicidio calificado por criminis causae".
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