"No me preguntes más por ellas", me pidió Ricardo Barredaen una de las visitas que le hice durante los últimos meses del año pasado en la habitación 318 del Hospital de Agudos Eva Perón, de San Martín, donde estaba internado. Fue como si implorara piedad, la piedad que él no tuvo aquel domingo 15 de noviembre de 1992, cuando amaneció de muy buen humor, pero mientras caminaba por el living de su casa de La Plata se cruzó con su hija mayor, Cecilia, y le escuchó decir: "Parece que 'Conchita' –apodo con que, según él, lo llamaban en la intimidad– se levantó temprano y se puso a trabajar". La frase recorrió su cerebro mientras iba a recortar la parra. Decidió regresar a su cuarto, buscó la escopeta Víctor Sarasqueta calibre 16, que tiempo atrás le había traído de regalo su suegra desde España, la cargó, se cruzó con Gladys Mac Donald, su esposa, y le disparó dos veces. Siguió con Cecilia, y fueron tres tiros más, hasta que llegó su otra hija, Adriana, que recibió otros dos. La última en ser fusilada resultó Elena Arreche, su suegra, recién levantada y en camisón.
Mi visita, además del objetivo de entrevistarlo para LA NACION, charla que habíamos acordado en encuentros informales anteriores, tenía que ver con un documental en el que estábamos trabajando junto a la empresaria y conductora de TV Natalia Denegri, radicada desde hace años en Miami, con la colaboración del equipo de filmación de su productora, Trinitus Productions. A sus 83 años, el dentista lucía algo más flaco que en otros encuentros que tuvimos cuando recorría la avenida 25 de Mayo, de San Martín, ciudad donde vivía, rumbo a la peatonal Belgrano, donde había sufrido algunas caídas en la calle de las que también se recuperaba.
Me acompañaba la productora de radio y TV Iris Gallardo, militante feminista, quien formaba parte del grupo de investigación, y le consultó, entre otras cosas:
–Durante el debate oral al que usted fue sometido en su momento se ventiló que usted había violado a sus hijas, ¿es cierto?
Luego de unos segundos que parecieron eternos, él respondió entre dientes algo así como:
–No. Eso que dijeron en el juicio es una barbaridad.
Más allá de su respuesta, si nos remontamos al juicio oral, en aquel momento el tribunal consultó a los peritos si habían encontrado en la autopsia algún dato que los sorprendiera. Y respondieron que hallaron moretones en los muslos de las víctimas que no habían sido producto de una caída, y además una sustancia –fosfatasa ácida prostática, una enzima que se encuentra en el semen- en la vagina de las chicas. Barreda en ese momento preguntó: "¿En cuál de las dos?" Y el especialista respondió: "En las dos". Así lo rememoraron, cada vez que fueron requeridos, el letrado de las víctimas, Horacio González Amaya, y el perito psicológico que más veces entrevistó a Barreda, Elio Linares, en una entrevista con la revista Noticias: "Recuerdo claramente que Ricardo Barreda me preguntó: '¿Pero había semen?'", especificó. El legista siempre sostuvo que el odontólogo las violó después de muertas.
Una charla en su habitación
Nuestro diálogo con el odontólogo en el hospital continuó entre baches lógicos de una persona que estaba allí porque un tiempo antes, el encargado del Hotel España, donde vivía en San Martín, lo habían encontrado tirado en el piso de su cuarto, desnudo y semidesvanecido. El empleado llamó urgente a la ambulancia y los médicos del Eva Perón, al mando de la directora de entonces, Amelia Franchi, le salvaron la vida. Los estudios que le fueron practicando dieron indicios de padecimientos relacionados con la psiquis y la pérdida de memoria que, si seguían avanzando, podían determinar un principio de Alzheimer.
En su habitación, el dentista parecía sentirse cómodo. Tenía en su mesita agua mineral y galletitas Express, y en la cabecera de su cama de hierro aparecía un recorte de papel con el teléfono de Pablo, un colega que, además de acompañarlo con frecuencia, conversaba con él con la idea de plasmar sus memorias en un libro.
En un momento ingresó la enfermera e intentó darle una medicación porque estaba constipado de tanto estar en cama, ya que solo se levantaba para ir al baño. No quiso tomarla. Intenté convencerlo de que aceptara ingerir el remedio: "Cuando Barreda dice que no, es no", me advirtió, respetuoso pero firme.
Y seguimos con la entrevista:
–Vos ya me viniste a visitar otras veces...–comentó él.
–Sí, cuando lo trasladaron, con mi colega fuimos hasta el hotel donde usted vivía para ver si aparecía su DNI porque lo necesitaban acá en el hospital –le dije.
–¡Ahhh!, me trajeron porque me descompuse, y acá estoy.
–¿Lo van a trasladar a un geriátrico?
–No sé, yo estoy bien, extraño un poco el encuentro con los muchachos de Chacarita en el bar donde iba a comer, especialmente a los Mellizos, buenos pibes... Si andás por ahí mandales un saludo.
–¿Sabe que estuvo con riesgo de vida?
–Eso dicen, ¡¿qué sé yo?!
–¿Se acuerda de su familia, de sus hijas?
–Me cuesta por lo que pasó. Pero te pedí que no me preguntes más por eso.
El último adiós
El 10 de marzo, antes de la pandemia del coronavirus, lo trasladaron a través de PAMI al geriátrico Del Rosario, de José C. Paz. Allí sufrió algunos vaivenes con su salud, pero siempre lograba recuperarse. Hasta que el lunes 25 de mayo se descompuso y murió por "causas naturales", según el parte médico oficial. Al otro día lo enterraron en el cementerio municipal de aquel distrito. Nadie fue a despedirlo. No le quedaba quién.
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