“Me voy a pescar”: el tesorero que robó su propio banco, fue preso y nunca entregó el dinero
En 1994, todo un país miró a Santa Fe; el encargado de la sucursal del Banco Nación se llevó US$3.200.000 de la bóveda y desapareció; luego se entregó pero los misterios crecieron
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“Querida, me voy a pescar”, le dijo Mario César Fendrich aquel viernes 23 de setiembre de 1994 a Mirtha, su mujer. Y apareció tres meses y medio más tarde con la barba tupida y el cabello coloreado para entregarse a la Justicia. ¿Qué pasó en el medio? Fendrich era subtesorero de la sucursal Santa Fe del Banco Nación y no se le ocurrió mejor idea que llevarse 3 millones de pesos –con el dólar 1 a 1- y 200 mil dólares de la bóveda. Y, prolijo como era, le dejó una nota al tesorero Juan José Sagardía. “Gallego, falta plata, me llevé tres millones”, redactó y se mandó a mudar.
Ese mismo viernes había podido ingresar al tesoro con su llave y una copia que tenía de la del gerente del banco, de apellido Villalba. Desconectó las alarmas, guardó el dinero en una caja de madera para trasladarlo, programó la apertura de la puerta a través del reloj trigonométrico para el martes, y el lunes no fue a trabajar. Sus superiores lo esperaban y estaban sorprendidos porque era necesario que estuviera presente para abrir la sucursal. Jamás llegó.
“Pensamos que estaba pescando como le gustaba hacer. Llamamos a los colegas de San Javier a ver si lo encontraban por aquellos lados y nada… no había noticias. Después fuimos a declarar a la Policía y nos dimos cuenta de que el tema era otro. Que la cosa pasaba por otro lado”, le contó en exclusiva en diciembre de 2018 Sagardía al periodista José Curiotto, en LT2.
Desaparecido en acción
A partir de que se convirtió en prófugo comenzaron a tejerse distintas versiones acerca de por qué y con quién había pensado y llevado a cabo el robo. El tiempo pasaba y cuando ya casi ni se hablaba de él, un 9 de enero de 1995, terminó entregándose, un día después de la muerte de Carlos Monzón, especulando con que los medios -y la gente en general- estarían pendientes del entierro del e boxeador y su presencia pasaría desapercibida.
Cuando declaró durante el juicio oral dijo que había sido secuestrado y amenazado de muerte igual que su familia. Y que sus captores lo obligaron a robar el dinero del banco. Como era obvio, los jueces nunca le creyeron. Párrafo aparte para un detalle no menor: los pesos y dólares robados no aparecían por ningún lado.
El 12 de noviembre de 1996 ya llevaba un año y diez meses preso y el país entero se preparaba para saber el veredicto de lo que se calificó como “El robo del siglo” y pasó a formar parte del libro Guinness debido a que no existían antecedentes de un hurto individual sin derramamiento de sangre de tal magnitud. “Fue el más importante de la Argentina porque no se disparó un solo tiro y una sola persona se quedó con una cifra millonaria sin lastimar a nadie”, expresó por entonces su abogado y amigo, Antonio Ciaurro.
En el banquillo
El correntino, como todos lo conocían en el pago chico, aguardaba resignado y casi sin pestañear el fallo: ocho años de prisión por peculado (robo de caudales públicos por quien los custodia o administra). Su reclusión fue en la cárcel de Las Flores, la misma en la que purgó su condena Carlos Monzón.
Tras las rejas cumplió con varias labores: fue mozo en el casino de oficiales, colaboró en la biblioteca y atendió el almacén de la prisión. Hasta aprendió a hacer control mental y pasaba sus días jugando al ajedrez. Según los informes penitenciarios fue uno de los presos con mejor concepto entre las autoridades. Sus letrados Ivan Raimundi y Antonio Ciaurro siempre sostuvieron que Fendrich debió ser juzgado por hurto simple, que tiene una pena máxima de dos años, pero no prosperó.
En agosto de 1999 comenzó a gozar del régimen de salidas transitorias tres veces por semana para estudiar sistemas en MOV Computación, en 9 de Julio al 2300. Había obtenido también el permiso para visitar a Mirtha, su esposa, e Iván y Federico, sus hijos.
¿Y el dinero?
Todo Santa Fe se preguntaba dónde estaba el dinero. Este cronista tuvo la oportunidad de hacerle esa pregunta, al esperarlo en su regreso a la cárcel luego de una jornada de estudio. “Vaya uno a saber”, contestó más que evasivo y esquivo, y agregó: “Estoy bien, muy ansioso porque espero acceder pronto a la libertad condicional al cumplirse los dos tercios de la condena, como lo permite la ley, para trabajar en una empresa de cerramientos y cielos rasos. ¿Si pienso en volver al banco? Ni loco, ni para llevarles una foto. Disculpame que no te puedo contestar más, pero no quiero entrar tarde al penal, a ver si por no cumplir con el horario después no me dan la libertad”.
La fiscalía estaba convencida de que Fendrich no actuó solo, que tuvo cómplices, pero nada se pudo probar. Quienes lo conocían bien y lo defendían siempre sostuvieron que estuvo amenazado y sugirieron que “un conjunto de personas lo utilizó”, presionándolo para hacerlo, pero luego se quedaron con la mayoría del dinero y lo dejaron solo. La sospecha es que el extesorero nunca habló por miedo que sus seres queridos sufrieran represalias. Cuando salió de prisión se mostró más que tenso y preocupado. “No tengo un mango, sí mucho miedo”, expresó.
Al tiempo comenzó a trabajar en una casa de quiniela. Poco a poco fue volviendo a una pseudonormalidad, porque siempre sentía que lo observaban con desconfianza. Así fue reintegrándose a la sociedad santafesina, como pudo, intercalando buenos y malos momentos.
En diciembre de 2018 decidió viajar a la Habana, Cuba, junto a un amigo, un sueño que tenía pendiente y pudo cumplir. Pero la alegría que sintió al llegar contrastó con lo que sucedería días más tarde: primero sufrió un desmayo, enseguida un ACV y finalmente un infarto que le provocó la muerte.
Alguien que formaba parte de su círculo más íntimo le confió a este periodista, cuando lo visitó en la cárcel de Las Flores, que nunca pudo superar el dolor que le provocó a sus seres queridos. Lo sufría como una cuenta pendiente imposible de saldar, un verdadero karma en su vida: “Siempre me repetía que lo que más lo afectó fue todo lo que hizo sufrir a su familia. Eso nunca se lo perdonó”.
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