LA PLATA. El estampido del disparo quebró las risas y el rumor de la fiesta que se desarrollaba dentro del Centro de Estudiantes de Chubut. A pocos metros, en medio de la vereda, Maximiliano Albanese, de 17 años, quedó tendido en un charco de sangre, con una bala incrustada en la nuca.
Era la una de la madrugada del 3 de junio de 1990. Minutos antes Albanese estaba sentado en la vereda junto con dos amigos, frente a la puerta del local bailable, cuando aparecieron de entre las sombras de la noche tres figuras que se acercaron a ellos. Uno de esos hombres, Héctor Oscar Ferrero, por entonces numerario de la comisaría 3a. de Berisso, se adelantó, se presentó como policía y les preguntó qué hacían ahí. De mala manera, les pidió sus documentos. Maximiliano solo tenía el certificado del trámite de renovación del DNI, obligatorio a los 16 años.
-Vos sos menor, vení para acá... -ordenó Ferrero, visiblemente alterado, mientras desenfundaba un arma que tenía entre sus ropas.
-No pasa nada. Tengo permiso de mis viejos para venir a la fiesta -respondió el chico.
-¡Ah, sos vivo! -se exaltó el policía, que comenzó a golpear a Maximiliano con ferocidad.
A patadas y trompadas, Ferrero arrastró unos ochenta metros a Albanese, que solo atinaba a cubrirse con sus brazos, hasta que cayó arrodillado frente a la puerta del hotel Imperio. Si bien varios testigos aseguraron que el policía tomó distancia y disparó, él siempre dijo que el arma, una Browning 9 milímetros, se disparó sola.
Al recibir el impacto, el adolescente se desplomó en el suelo. Ferrero y uno de sus acompañantes, Carlos José Navarro, salieron corriendo, subieron a un taxi y se alejaron del lugar. El tercer hombre, identificado como Fabio Guillermo Nievas, también corrió, pero en otra dirección, seguido por los amigos de Maximiliano, que lo alcanzaron y llegaron a golpearlo, pidiéndole explicaciones por lo ocurrido. En un momento Nievas logró zafarse y alcanzó a subirse a un taxi. Mientras viajaba le contó al chofer que lo había agarrado una patota. Minutos después el chofer escuchó por la radio otra versión de los hechos y dio aviso a la policía.
Así, Ferrero y sus acompañantes fueron detenidos esa misma noche. Les secuestraron cadenitas y anillos, un módico botín que habían conseguido a partir de una rutina delictiva de recorridas nocturnas por las puertas de boliches en los que, invariablemente, elegían como presas a menores de edad.
Maximiliano Albanese murió cerca de las tres, en una camilla de la guardia del Hospital San Martín, minutos antes de que llegaran al lugar sus padres, Armando y Alicia, que habían sido alertados por los amigos.
El caso fue seguido primero por el juez en lo criminal Juan Ángel de Oliveira, actual subprocurador de la Suprema Corte de Justicia provincial. En esa instancia, el abogado Ricardo Bianchi, defensor de Ferrero, logró convencer a los miembros de la Sala I de la Cámara de Apelaciones, integrada por Eduardo Hortel, Pedro Soria y Clelia Rosenstock, que correspondía la carátula de "homicidio culposo", ya que su cliente no tenía experiencia en el manejo del arma y la misma se había disparado sola a causa de un defecto en el gatillo. En marzo de 1991, la Sala I ordenó el sobreseimiento provisorio de los imputados, que recuperaron la libertad.
La investigación pasó a manos del juez en lo correccional Sergio Ramón Almeida, quien, en mayo de ese mismo año, tras tomarles declaración a tres nuevos testigos que aseguraron haber visto como Albanese había sido "ajusticiado", recaratuló el caso como "homicidio calificado" y ordenó recapturar a los tres imputados.
Pero, para entonces, Ferrero ya había pasado a la clandestinidad.
Hasta ese momento, en el expediente judicial, cuyo trámite volvió a manos de Oliveira, solo constaba que Ferrero había comenzado a revistar en la comisaría de Berisso el 3 de mayo de 1990 y que ese día le había sido entregada la pistola.
Entre medio, los jueces de la Sala 1 insistieron en volver la calificación a "homicidio culposo", es decir, por impericia, imprudencia o negligencia, pero sin intención de matar.
El tiempo pasó sin novedades hasta que, luego de la reforma de la justicia penal bonaerense llevada adelante en 1998, la causa fue derivada a un Juzgado de Transición a cargo de María Isabel Martiarena.
Diez años, el descubrimiento de una trampa y del motivo
Ya habían pasado diez años del asesinado cuando Martiarena leyó el expediente y decidió tomar algunas medidas. Entre ellas, pidió al Ministerio de Seguridad la foja policial de Ferrero. De ahí surgió que el efectivo se había incorporado a la fuerza el 6 de julio de 1987 y que había recibido instrucción en el uso de armas. El legajo informaba sobre el paso previo del numerario por la Armada, entre 1982 y 1985, donde también había recibido "instrucción específica en el uso y funcionamiento de armamento", según reza el informe al que accedió LA NACION.
El expediente incluía datos sobre un sumario disciplinario labrado contra Ferrero que derivó en su baja de la fuerza y que llevaba una firma que asombró a la jueza: capitán Ricardo Albanese. No había ninguna conexión entre él y la víctima más allá de que tenían el mismo apellido.
Martiarena consideró, entonces, que "ese nuevo dato sirve para tratar de entender cuál fue el disparador de un ataque sin ningún motivo. Porque según los testigos, después de que leyó el apellido de la víctima en la constancia del documento, Ferrero agarró al chico, lo golpeó salvajemente y luego lo mató", indicó en su momento la magistrada que, de inmediato, volvió cambiar la calificación a "homicidio agravado por alevosía".
Ferrero seguía sin aparecer por los sitios que solía frecuentar y su defensa bregaba por conseguir la prescripción del hecho.
A fines de marzo de 2006, un llamado anónimo conmocionó a los Albanese.
-Lamento haberle arruinado la vida, ahora que tengo hijos me doy cuenta -balbuceó una voz masculina.
El misterioso interlocutor dio detalles del homicidio y aportó datos para ubicar a Ferrero en Brasil, donde residía desde hacía años. La jueza Martiarena libró un pedido de captura internacional y ordenó intervenciones telefónicas que sirvieron para detener a Ferrero en San Pablo. Fue a principios de junio de ese año. Habían pasado 16 años del crimen.
Sin embargo, un mes más tarde, la Cámara de Apelaciones declaró prescripta la causa. Y Ferrero recuperó su libertad. Tenía 40 años.
Un dolor inextinguible
A treinta años del hecho, Natalia, la hermana menor de Maximiliano, recordó lo que califica como "la peor noche de nuestras vidas". "Lo que hace que pareciera que el tiempo no pasara es ver cómo la injusticia es todos los días la misma. Cada caso, cada muerte inocente, cada abogado defendiendo delincuentes, cada juez comprado, cada prófugo encubierto, cada asesino beneficiado por políticas mafiosas y sigue habiendo policías asesinos", reflexionó en su cuenta de Facebook, en la que también se quejó porque "estamos en un país donde los derechos humanos son propiedad de un partido político".
"Nos quedamos con las manos vacías por ir siempre por derecha. Por no ser de ningún partido nos hicieron a un lado; por no tener pañuelo de ningún color la peleamos siempre solos, pero eso nos da la tranquilidad de no deberle nada a nadie ni de que nadie use el nombre de Maxi para hacer política", señaló Natalia a LA NACION.
El asesinato de Maximiliano Albanese, aquel junio de 1990, inauguró una serie de episodios de brutalidad policial que ubicó a la fuerza de seguridad bonaerense en la peor etapa de su imagen pública en su dilatada historia, involucrando a muchos de sus miembros no solo en abusos funcionales sino en gravísimos hechos de corrupción. Vendrían la desaparición y muerte de Miguel Bru, la masacre de Wilde, el asesinato del fotoperiodista José Luis Cabezas, y la necesidad política de cambiar el rumbo de lo que ya entonces era calificado como la "Maldita Policía". Cientos de marchas de padres arrasados por la pérdida y el dolor, y reclamos y proclamas que, sin embargo, no bastaron para erradicar la violencia institucional y el gatillo fácil, hasta hoy.
Libre de culpa y cargo, Ferrero rehizo su vida en Diadema, un municipio ubicado en las afueras de San Pablo, donde trabaja en una empresa de auxilio mecánico. Allí formó una familia y cada tanto habla con familiares o con viejos amigos de la Argentina. En Facebook tiene dos perfiles en los que sube fotos con su familia y sobre poderosas motos, y también algunos viejos retratos en los que porta armas, postales de juventud.
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