Los más memoriosos recuerdan el revuelo que provocó en Córdoba la Masacre de Barrio San Martín, o, como se lo llamó vulgarmente, el caso del hombre que "mató por unas fetas de mortadela".
Era mayo de 1959, cerca de la medianoche, cuando José Villalba llegó al almacén del barrio, del que era cliente. Por eso, aunque estaba cerrado, por su insistencia decidieron atenderlo. Fue la peor decisión: cuatro integrantes de la familia propietaria del local terminaron asesinados.
Villalba, que era albañil, había terminado de trabajar muy tarde y decidió pasar por el almacén, a unas 20 cuadras del centro de la ciudad, una zona habitada por familias trabajadoras. El comercio era de los Yalovetzky, conocidos en el barrio por su actividad.
Ante la insistencia de Villalba, que no dejaba de golpear la puerta y de gritar, Jacobo Yalovetzky le abrió. Lo conocía y prefería atenderlo y que se fuera que seguir escuchándolo vociferar. El albañil compró una botella de vino y unas fetas de mortadela, pero dijo que se había olvidado la plata y pidió que le anotaran la compra. También era frecuente que pidiera que le fiaran, a tal punto que su deuda no paraba de crecer.
Por esa razón, don Jacobo rechazó anotarle el gasto en la "libreta". A Villalba esa negativa lo puso loco; empezó a gritar y a insultar a Yalovetzky. Ese estallido sí que era inédito. El escándalo atrajo al resto de la familia, que estaba en la vivienda, detrás del local.
Juana Lerner, la esposa de Jacobo, y Bernardo y Saúl, los hijos, querían saber qué pasaba. Pero el albañil no entendía razones y su furia se volvió imparable. Sacó del bolso un barrote y la emprendió a fierrazos; no paró hasta que los mató a todos.
Villalba había nacido en Santiago del Estero, donde fue policía; después llegó a Córdoba. Tenía 37 años y estaba casado. Carecía de antecedentes penales y ni siquiera registraba problemas de vecindad. Al contrario, lo definían como un hombre poco sociable.
De golpe, por una botella de vino y un poco de fiambre, el albañil se convirtió en asesino y, acto seguido, en una triste celebridad.
"Acá lo traigo a Villalba, que no es ninguna cachilera. Por una tajada de fiambre, mató una familia entera...", rezaba la chacarera que compuso José Ignacio "Chango" Rodríguez, el folclorista que también estuvo preso cuatro años por haber matado a su compadre, tras la ingesta de alcohol.
Años después de haber sido indultado por Juan Carlos Onganía, en 1968, el Chango recordó la masacre en una composición; él y Villalba habían sido compañeros en la cárcel.
"Cachilera" significa insignificante, sin valor, de calidad inferior a la normal. Así, en una canción, los crímenes siguieron en la memoria de los cordobeses incluso una década después de cometidos. En la provincia, la Masacre del Barrio San Martín no había sido ninguna cachilera.
Las dudas
Lejos de lo lúdico, y en cuando a lo específico del caso, a la mañana siguiente de la masacre, los vecinos llamaron a la policía extrañados de que el almacén "del Ruso" no hubiese abierto a la hora señalada. Los agentes entraron y se encontraron con la escena del horror. Arriba del mostrador todavía estaba el fiambre cortado, y en el piso, hecho pedazos, el tubo de vino.
Por varias semanas la desorientación dominó la investigación. Un periodista escuchó el apellido de Villalba y lo mencionó. Ese fue el punto de partida de la búsqueda del albañil que "trabaja a la vuelta". Él seguía en la misma obra; no había alterado su rutina. Lo detuvieron en su casa y, en paralelo, acusaron de ser sus cómplices a dos compañeros de trabajo. Se los investigó, pero muy pronto ambos quedaron fuera de la causa.
El abogado de Villalba insistió desde el comienzo en que su defendido era un "perejil" y que la policía lo había "apretado" para que se hiciera cargo de las muertes. Cuestionó la falta de testigos y de pruebas contundentes. Pero nada atenuó la pena que le dictó la Cámara Cuarta del Crimen el 25 de octubre de 1960: 25 años. Ya en los años de plomo, y cuando cumplió los 15 años de reclusión, salió libre y nada más se supo de él.
El cuádruple crimen tuvo dos lecturas basadas en sospechas que nunca pudieron probarse. Una era la cuestión racial y señalaba a Villalba como un sicario contratado para vengarse de la familia judía. La otra teoría -aún más arriesgada- vinculaba "de alguna manera" (nunca se dijo cuál) al gobernador Arturo Zanichelli con el caso. Elegido por la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), había asumido un año antes de la masacre y vivía con su familia en el mismo barrio. Sus adversarios políticos usaron diferentes temas para hostigarlo. Uno fue el presunto encubrimiento del cuádruple homicidio.
En el punto del uso político del caso, la "masacre de los Yalovetzky" se emparentó con la desaparición de la niña de Marta Ofelia Stutz, que se produjo en el mismo barrio el sábado 19 de noviembre de 1938. El radical Amadeo Sabattini gobernaba Córdoba en esa época; por los problemas en la investigación, la oposición demócrata logró interpelar a su ministro de Gobierno. Además, por las torturas policiales que terminaron con la muerte de un sospechoso, debió renunciar su jefe de policía.
Derivaciones
Además de la canción del Chango Rodríguez, de la matanza surgieron la obra de teatro Maquinita de matar, dirigida por Rodrigo Cuesta, y el libro Masacre en Barrio San Martín, del historiador Esteban Dómina. En diálogo con LA NACION, Dómina recordó que el caso "conmocionó" a la opinión pública. "Se comentaba en los cafés, en el tranvía... Eran otras épocas y este tipo de crímenes generaban un impacto enorme", dijo.
Dómina cree que quienes barajaron la hipótesis del asesinato por "odio racial" respondían a "un clima de época, pues había en el país actividad de grupos antisemitas". Un año después se produjo la "operación Garibaldi" del Mossad, el servicio secreto israelí, que secuestró al jerarca nazi Adolf Eichmann en Buenos Aires y lo trasladó a Israel. Esa historia llegó a la pantalla grande y a Netflix.
Los Yalovetzky eran una familia de clase media-baja sin actividad pública, conocida solo en el barrio. Eso desalienta la teoría de la "venganza" racial.
En cuanto a las connotaciones políticas, Dómina sostiene que cuando Villalba fue detenido y llevado a la comisaría 9° hubo un intento de linchamiento y el gobernador Zanichelli fue al lugar. "Él estaba en la 'cuerda floja', el ambiente político era muy complicado en el país y eso contribuyó a que se le endilgara responsabilidad en el caso".
"Villalba confesó y él conocía lo que eso significaba porque había sido policía. Era hombre de pocas palabras, muy parco. A pesar de esa confesión, la gente tenía la sensación de que era un 'perejil'. La investigación fue un 'mamarracho': la policía era poco profesional; se alteró la escena del crimen; las pruebas eran pocas y muy precarias", explicó.
Dómina descartó que Villalba haya actuado en estado de emoción violenta "porque después de la primera víctima siguió. Fue tras la esposa y los hijos, incluso sobre el que quiso escapar. Da la impresión de una serie muy fría, calculada".
El crimen, en tres etapas
- Ataque inédito - Una reacción inesperada: El albañil llegó al almacén, y aunque estaba cerrado pidió a los gritos que le vendieran; como no le fiaron, mató a fierrazos a Jacobo Yalovetzky, su mujer y sus hijos
- Rápida sanción - Condena de 25 años: El defensor de Villalba dijo que la policía lo había torturado para que confesara; la Cámara lo sentenció en 1960; quedó libre en 1975 y no se lo vio nunca más
- Teatro y letras - El caso, en clave de arte: Un conocido folclorista que estuvo preso con él le dedicó la letra de una chacarera; su caso se convirtió en obra de teatro y fue contado en un libro al detalle
Fotos y páginas de archivo: Gentileza La Voz del Interior
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