"Si alguna vez te ponen la mano encima, te juro que a ese lo mato", cuenta Manuela Ponz que le dijo su padre cuando ella estaba en pleno paso de la niñez a la adolescencia. Como toda joven que escucha semejante respaldo de su papá, se sintió protegida, a salvo. Pero cuando eso le pasó, él no estuvo. "Se borró", define, con precisión de cirujano, apenas llega a su casa de su sesión de terapia y prepara unos mates.
Ese diálogo con LA NACION se produjo la tarde del sábado pasado en su departamento, la víspera de un desolador aniversario para ella: el día que un taxista la violó poco después de que ella subiera a su auto y le indicara el destino de su domicilio: "Las Heras y Pueyrredón".
Tito Franklin Escobar Ayllon, nacido el 26 de agosto de 1970 en Bolivia, fue el autor del deleznable ataque ocurrido hace cinco años. Todavía está prófugo y pesa sobre él una circular roja de Interpol: su rostro está en las bases de datos de búsqueda y captura de todas las policías del mundo.
Eran cerca de las cinco y media de la madrugada del 18 de abril de 2015; salía del bar Mamita, situado en Álvarez Thomas y Olleros, en el barrio de Colegiales. No debía demandarle más de 15 minutos llegar a su hogar. "Había tomado tres fernets, no más, no estaba borracha, pero sí cansada, y me quedé dormida. Cuando me desperté tenía al chofer encima, me había sacado la ropa interior y me estaba penetrando", recuerda Manuela.
Para asustarlo le dijo que tenía sida. No le importó. "¿Sabés lo que hizo? Estiró el brazo, abrió la guantera, manoteó un preservativo, se lo colocó y continuó con lo que estaba haciendo. Te juro que en un momento prefería que me matara a que me siguiera violando", confiesa con firmeza, y con renovada furia.
"Después me empujó para que me bajara. Me di cuenta de que estaba en Villa del Parque. Aturdida, alcancé a gritarle: ‘te van a encontrar’. Y entonces el tipo me tiró mi celular, que había quedado en el asiento. Debe haber supuesto que con eso lo iban a rastrear. Yo se lo dije porque en ese terrible momento ya pensé, como lo pienso ahora, que no voy a parar hasta ubicarlo. Y lo voy a lograr", revela esta mujer de carácter, que con su garra y fortaleza de espíritu hizo y hace todo para sobreponerse.
Entonces, aclara: "No me gustaba ni me gusta que me identifiquen como ‘la chica violada del taxi’. Así hablaban los medios de mí en ese momento. Y soy más que eso. La violación duró unos 25 minutos; antes y después tuve, tengo y tendré una vida. Entré a trabajar en la Biblioteca del Congreso a los 18 años, hoy soy vicepresidenta de la Comisión de Género de la APL (Asociación del Personal Legislativo), militante feminista, identificada con el peronismo. Me casé hace ocho meses, estudio Derecho, pienso en el futuro, soy solidaria y voy a luchar para que a otra mujer no le pase y para que no se siga sosteniendo esa falsa masculinidad que nos puede costar la vida".
Una madre llena de coraje
Manuela es locuaz, y cada tanto habla de la otra persona que marcó su vida, pero para bien: "Mi madre es maravillosa, estuvo desde el primer instante y está siempre. Cuando me pasó esto vino desde Capitán Sarmiento, que está a 150 kilómetros. Mi padre estaba cerca y no llegó. Así como te conté que él no se comprometió, te digo que Adriana, mi mamá, sufrió horrores todo esto; para ella es mucho más fuerte que para mí, pero está siempre, soy su única hija y me demostró que es incondicional".
Ella la acompañó al otro día del hecho a hacer la denuncia en la comisaría y a que la revisaran los médicos, que le practicaron análisis y controles y de quienes recibió un kit protocolar para prevenir embarazos y enfermedades.
"Tuve la suerte de no infectarme con HIV ni hepatitis, algo bastante común en estos casos. Nos miramos con mi madre y nos propusimos buscarlo. Y logramos avanzar bastante. Pensamos que podía estar en Bolivia, pero para mí que se quedó acá. Mi mamá se comunicó con la esposa y no quiso hablar. Viven acá. A mí el padre me atendió por teléfono, se puso a llorar y me pidió disculpas, me dijo que un familiar había sufrido lo mismo".
Manuela resaltó: "Hace un par de años estuve en Bolivia de casualidad, porque con amigos había emprendido un viaje por Latinoamérica, en Ecuador me robaron los documentos, me dieron uno provisorio que solo me sirvió para regresar, y bajando pasé por su país. Allí primero me explicaron que no me podían dar información, y luego, que la Argentina, a nivel de Cancillería y de Ministerio de Justicia o Seguridad, nunca había hecho un reclamo, y entonces nadie lo buscaba. Y me enteré de algo peor: en Bolivia, Interpol no buscan a los prófugos de la Justicia internacional, solo los detiene si los encuentran. Esto significa que a nadie le importó nada".
Un corazón valiente
A medida que continúa su relato, Manuela incorpora detalles fundamentales: "Yo era una chica común, pero que hasta mis 20 años no había sufrido agresión de ningún tipo, ni verbal, ni física, ni en la calle, y mucho menos de índole sexual. Por eso de entrada estaba muy asustada, fue muy difícil. Luego, con ayuda terapéutica, que hoy mantengo, fui mejorando hasta que lo que me sucedió terminó dándome fuerzas. Charlando con mis amigas me di cuenta de que todas comentaban que habían sufrido algún tipo de violencia en sus primeras veces al relacionarse con chicos, simplemente porque impera una cultura machista que idealiza al hombre. Y quien fue víctima de violencia te puedo asegurar que está más atenta. Es fundamental cambiar culturalmente las leyes que tratan estos temas porque son muy crueles con las víctimas", reflexiona.
Hace ocho meses Manuela se casó, luego de cuatro años de noviazgo, con Juan Ignacio. Se conocieron en la Facultad. Él, militante de Franja Morada; ella, justicialista. Las discusiones acaloradas de la política dieron lugar a un amor y un respeto absoluto entre ambos. Su marido y su madre son esenciales en la vida de Manuela, hasta que se agregue a ellos un heredero, claro.
Cuando LA NACION le consulta si recibió algún tipo de aliciente que la lleve a pensar que se estuvo buscando seriamente a su agresor, se sincera: "Mirá, una vez fuimos al Ministerio de Seguridad de Patricia Bullrich con mi mamá, y nos esperaron con un camión hidrante y 30 policías. Fue raro, no sé qué pensaron que íbamos a hacer; solo queríamos que buscaran a un violador. Hoy, gracias a la intervención y el compromiso de Ana Hernández, colaboradora del presidente Alberto Fernández, se están generando reuniones entre el Ministerio de Seguridad y el de las Mujeres, Género y Diversidad, así que renacen mis esperanzas de que aparezca. Yo soy una militante de lo que me pasó, así que tengan por seguro de que no voy a aflojar hasta encontrarlo. Lo que sucede es que la llegada del coronavirus dificultó estos encuentros entre ambos ministerios y se están reprogramando y reorganizando para que sean virtuales y así poder avanzar. Hay voluntad, y eso se nota. A propósito de la pandemia, no estaría mal que el que me violó se contagiara, así aparece".
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