Lo que está en juego es otra forma de gestión
Quizás Enrique Capdevila haya sido el jefe de la Policía Federal con menos presencia pública en la historia reciente de la fuerza. Éste es un hecho significativo en una organización acostumbrada al autogobierno dentro de una estructura verticalista.
Y si la presencia de la ministra Nilda Garré como jefa política de la Federal ya suponía un primer gran escollo para el autogobierno de la fuerza, que, además, está signada por una fuerte cultura varonil, que privilegia abrumadoramente a los hombres para los puestos estratégicos de dirección, la aparición de Sergio Berni como responsable político y funcional de las fuerzas federales supuso un golpe de nocaut para el hasta ayer número uno de la policía.
Capdevila y su segundo, Alejandro Di Nizo, que representaban a los sectores más operativos de la Federal, son los primeros vencidos en esta contienda. Esa victoria táctica, quizá, le da una momentánea fortaleza a Berni, aunque no garantiza, en absoluto, inmunidad a Garré. Aún frescos los ecos de la huelga de la Gendarmería y la Prefectura, con cuestionamientos a la conducción política, aparece este nuevo sismo. Tantos sacudones resquebrajan cualquier fachada.
La divergencia táctica con relación a la intervención de la Infantería ante los disturbios en la marcha contra el fallo del caso de Marita Verón aparece, en este escenario, como la excusa para la salida de Capdevila. Lo cierto es que la expansiva acción de Berni, cómodo con sus apariciones al frente de los procedimientos, conferencias de prensa y en situaciones operativas cotidianas, consumió el poco poder que le quedaba a Capdevila.
El último entredicho no es un hecho menor: según trascendió, Capdevila quería que la Infantería actuara para poner fin a los vándalos que atacaban la Casa de Tucumán en la Capital, y recibió la orden de su superior político de no hacerlo.
El repliegue ordenado por Berni hacia el interior de la oficina atacada, mientras los violentos se hacían dueños de la calle, hizo aparecer a la fuerza ante la opinión pública como ineficaz y completamente desbordada. Pero el otro resultado de esa decisión, la consecuencia que, seguramente, llevó a Capdevila a entender que su tiempo y ascendencia se habían terminado, desautorizado ante todos sus subordinados en un momento en el que, tal como es el sentir de la actual Policía Federal, era necesario intervenir.
Expuesto y expulsado Capdevila, que nunca pudo imponer condiciones -incluso a poco de asumir quiso renunciar porque el ministerio le vetaba cada nombre que proponía para conformar la cúpula que lo secundaría-, difuminado por la presencia de "super-Berni", llega la hora de la caída de la línea clásica, de los retazos que quedaban de la conducción que, durante siete años, encabezó el "intocable" Néstor Vallecca en tiempos de Aníbal Fernández como jefe político de las fuerzas.
Para reforzar la victoria táctica, el ministerio resolvió nombrar a un hombre que no viene de los escalafones de más acción, que no proviene de las tropas de calle, ni del riñón detectivesco, como Di Nizo, el ahora ex subjefe, que hizo toda su carrera como oficial mayor en Interpol.
Garré y Berni apostaron por Román Argentino Di Santo, superintendente de Comunicaciones, un escalafón del que, habitualmente, no se espera que nutra candidatos a la jefatura. Una primera lectura habilita a suponer que Di Santo garantiza un bloqueo de la eventual presión de los "halcones", para que el poder político, en un renovado protagonismo de Berni, ejerza la conducción efectiva de la Federal. Si no para cambiar el perfil de la fuerza para modernizarla y mejorar su eficacia -objetivo que el Gobierno expone como fundamento- sí, seguramente, para reemplazar el autogobierno por otra forma de gestión, que deberá demostrar si es mejor.
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