La Tablada, tierra narco: el barrio donde a los muertos ya los entierran sin lágrimas
Esa zona de Rosario fue el escenario de 22 de los 247 homicidios ocurridos en 2014; los vecinos viven con miedo, cercados por la guerra entre las bandas que se disputan el territorio para vender droga; la Gendarmería se fue y la policía no patrulla
ROSARIO.- En el barrio La Tablada, uno de los más peligrosos de la ciudad, la guerra entre narcos provocó la muerte de 22 jóvenes durante 2014. Los últimos asesinatos reavivaron el dolor y la impotencia de los vecinos.
La noche en la que al Rengo le estallaron dos balas en la nuca, Alfredo empezó a planear su venganza contra la banda de Ameghino y también comenzó a creer en Dios, para sobrellevar el dolor. Era una noche de mayo y Alfredo tomaba una cerveza con su hermano en la puerta de su casilla, en el corazón de La Tablada. Los agresores bajaron por los techos de una casa lindera, la de los vecinos más viejos del lugar, Toli y Gauna, y dispararon. Fueron dos tiros en la nuca del Rengo, de 23 años, quien se desangró en los brazos de su hermano mayor. Rocío, una vecina, de sólo 5 años, jugaba con las muñecas a su lado. Al oír los estruendos la mamá la tironeó del brazo para meterla dentro de la casilla. En el barrio es preferible no ver nada o simular no haber visto; saber puede costar muy caro.
La muerte del Rengo, ocurrida en 2013, es una más en este barrio donde las bandas de Centeno y de Ameghino se disputan el control del territorio, de los búnkeres de drogas y de los consumidores. Según datos de los vecinos, el año pasado 22 jóvenes, de entre 18 y 30 años, fueron asesinados en La Tablada en circunstancias vinculadas con el control de la zona y la venta de drogas. El número asciende a 264 homicidios, durante 2013, y 247, en 2014, si hablamos de todo Rosario.
Hoy, en La Tablada habitan familias que se acostumbraron a vivir con el miedo a ser los próximos de la lista. Tienen terror de salir de la casa y que la usurpen para crear un búnker. O de cruzarse con los miembros de una banda y que por algún motivo, por cómo miraron o qué dijeron, los elijan para matarlos.
El barrio está delimitado por dos avenidas, Grandoli y Ayacucho, y partido al medio por otra, Garibaldi. En los pasillos sin salida de las manzanas los efectivos de la Gendarmería, que hasta hace dos semanas patrullaban el barrio, no entran. En esos mismos pasillos muchas casillas anuncian: "Esta casa se vende"; en realidad, quiere decir que en esa casa se vende marihuana, cocaína y pastillas de LSD.
Alfredo ya no consume, dice. Pegado a su casilla armaron un santuario pagano con una foto del Rengo, flores, recuerdos y un osito de peluche. Graciela, su mamá, señala una chapa oxidada que hace de pared de su habitación, donde duerme con sus cuatro hijos y un nieto. "Mamá te amo", dice allí pintado en rojo y negro. Lo escribió el Rengo con los colores de Newell's Old Boys, su equipo.
Si uno estira los brazos, cuando camina por los estrechos pasillos del barrio del Rengo puede tocar las construcciones de ambos lados. Las calles de La Tablada son lo más parecido a las calles de una villa porteña o del conurbano: pasillos que no se ve dónde terminan, sin salida, casillas de chapa destartaladas y enrejadas.
Luana, de 16 años, integra la banda de Centeno y escolta a esta cronista hasta el ingreso al barrio con Carlitos, también de la banda. "Acá en la plaza les hacemos el cuero a las viejas distraídas", dice Luana entre carcajadas. "Hacer el cuero" es robarles la cartera. Recorre los pasillos con paso seguro, pero siempre atenta a los códigos: nunca dar la espalda, nunca dejar la casa sola para evitar que la usurpen y nunca, en ninguna circunstancia, cruzar la Garibaldi sin el respaldo de "la banda".
Mientras juega con un aro que tiene en el labio, agita los brazos en señal de que mi presencia no supone un peligro. En una esquina estratégica saluda a Luisa, una mujer de unos 60 años que toma unos mates y los comparte con simpatía. Las bandas narco le mataron a tres de sus siete hijos en los últimos dos años, pero ella lo cuenta con naturalidad y resignación. No recuerda bien cuándo fue que mataron a Milton, Ricardo y Aldo, ni en qué circunstancias. "Cada muerto es uno más; uno más en los medios, uno más en la lista del barrio, uno más que enterramos ya sin lágrimas. El homicidio de Norma nos dejó en la lona. Yo hice justicia calladita, pero ella eligió hacer pública su lucha. Y le costó la vida."
Norma Bustos fue asesinada en este barrio por denunciar a la banda que en 2013 pasado mató a su hijo, Lucas Espina, de 25 años. Por la muerte de Lucas están procesados los hermanos Milton y José Damario, quienes también están acusados de asesinar al líder de Los Monos, Claudio Cantero. El último asesinato vinculado a este hecho fue el de Miguel Ángel Damario, padre de Milton y José. A fines de 2014, fue acribillado por dos sicarios en un supuesto ajuste de cuentas entre bandas.
La noche en que lo mataron, Lucas estaba en la esquina de su casa con tres amigos; entre ellos, Ariel, quien hoy es testigo protegido del caso. Al recordar esa noche, mira para arriba, como buscando en su memoria. Cuando empezaron los tiros salió corriendo; no sabe por qué a ellos, no sabe por qué a Lucas. Después del asesinato de su amigo, se fue a Paraguay por ocho meses. "Acá todos sabemos quién es quién, nos conocemos las caras. Cuando entra alguien que no es del palo llama la atención. Los Damario siguen coordinando desde adentro", dijo Ariel a LA NACION.
En las esquinas donde se juntan las banditas, las paredes están grafiteadas con los nombres de las víctimas que perdió cada bando en esta lucha sin fin por el territorio. Leíto fue el primer caso, el que encabeza la lista de los muertos por los narcos. Toli y Gauna vieron morir al Rengo en la puerta de su casa; llevan más de 20 años viviendo en La Tablada, en el área que domina la banda de Centeno. Ofrecen un guiso cuando abren las puertas de su casa. "Vivimos pensando en el día a día, no tiene sentido planear a futuro. Acá es raro que pase un día sin que maten a un joven. Convivimos con la violencia y aprendimos a cargar con ella a cuestas", dijo Toli.
Toli abrazaba por la espalda a Gauna, que dice entre risas: "Cuando escuchamos pisadas en el techo, sabemos que vienen por arriba, y eso es lo que más miedo nos da. No saber por dónde van a aparecer".
El Rengo, Lucas, Norma, Ángel y cientos más. "La Tablada no corre", reza un grafiti en la pared de la esquina insignia del barrio. No corre, pero tiene una de las tasas de homicidios por narcotráfico más altas de Rosario, junto con otros barrios como Las Flores, Fonavi, Bella Vista y la localidad de Villa Gobernador Gálvez.
Para llegar a Gálvez hay que cruzar un riachuelo de aguas servidas que separa la zona sur de Rosario de esta ciudad. Aquí la banda de Los Monos controla todo el narcotráfico y Marcelo Franchini, el cura de la parroquia, lucha todos los días por sacar a los chicos de la calle.
"Ésta es una decadencia que lleva diez años. Hace 20 años la gente vivía tranquila. El narcotráfico cambió la forma de vivir: es un luto que sobrevuela las cabezas de los vecinos. Un peso con el que se acostumbraron a andar, la inercia de saber que es esto lo que les toca", dice con tristeza el cura.
Franchini no se atreve a bajar a la vera del riachuelo en donde mataron, entre otros, al tío de Ezequiel Lavezzi. "No domino la zona", dice. Si uno no domina la zona, no puede entrar. A ninguno de estos barrios. En la misma esquina de La Tablada, Luisa volvía a ofrecer un mate mientras acariciaba a Alan, de 14 años, uno de los cuatro hijos que le quedan. "Aunque ya anda juntándose en las esquinas...", aclaraba con resignación.
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