La secta del horror. Con “mensajes sanadores” esclavizaban y abusaban de sus “fieles”
Con la fachada de una congregación de yoga y una cooperativa de trabajo, captaban personas vulnerables; el líder de la organización, que murió este año, habría tenido 15 hijos con seis víctimas y los inscribió a nombre de otros
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Durante décadas, la congregación logró captar a personas de carácter lábil e influenciable a partir de “mensajes sanadores” y de pregonar la espiritualidad de la filosofía hindú, bajo la fachada de un grupo de yoga con aires, también, de ministerio religioso. Pero lo que comenzó a quedar al descubierto tras el megaprocedimiento del 3 de julio de 2018 en un hotel céntrico de Mar del Plata es una historia de horror: la de una secta que mantuvo dentro de su férreo círculo, en condiciones de servidumbre y esclavitud, a más de 30 personas que, presas de un régimen de terror, y sin herramientas como para hacer valer su propia voluntad, eran obligadas a entregar sus bienes y, también, sus cuerpos. Privación de la libertad, violencia física y psicológica, amenazas con armas e, incluso, abuso sexual y supresión y adulteración de la identidad de menores son algunos de los abyectos actos que la Justicia les imputa a cuatro de los cinco procesados por este caso que, desde ayer, son enjuiciados en los tribunales federales de la ciudad balnearia. El líder de la secta no está en el banquillo de los acusados: murió en enero de este año. Habría tenido 15 hijos con al menos seis de las víctimas, y los habría inscripto como vástagos de otros miembros de la congregación.
Según la lectura de los hechos expuesta por el fiscal federal Juan Manuel Pettigiani, los procesados Silvia Cristina Capossiello, Sinecio de Jesús Coronado Acurero, Luis Antonio Fanesi y Fernando Ezequiel Velázquez habrían formado parte de una organización encabezada por Eduardo Nicosia que, bajo la apariencia de un ministerio de yoga, pero con los métodos propios de una secta, “captó y acogió al menos a 32 personas en situaciones de vulnerabilidad, con el fin de reducirlas a la servidumbre y lograr su explotación económica, sexual y laboral”. El Ministerio Público de la Nación, a través de su portal institucional fiscales.gob.ar, precisó que también se los acusó de “abuso sexual agravado, alteración de identidades, acopio de armas y resistencia a la autoridad”.
Pettigiani y el fiscal auxiliar, Carlos Fioriti, describieron ante los jueces Roberto Falcone, Fernando Machado Pelloni y Nicolás Toselli —estos últimos siguieron el debate de manera virtual— la forma de organización de la secta y los métidos de captación de las víctimas. Explicaron que, valiéndose de la estructura de una cooperativa de trabajo que explotaba el City Hotel, situado en la diagonal Alberdi 2561, a un centenar de metros del balneario Punta Iglesia, montó una suerte de congregación protoreligiosa que, con férreas reglas, mantenía a sus miembros dentro, sujetos a los designios del “líder espiritual”, rol que se habría atribuido el propio Nicosia.
La actividad de esta organización es de larga data. Según la instrucción fiscal, habría comenzado a principios de los años 70, con actividades en Venezuela y en una casa del conurbano. Luego, a partir de 2005, se habrían desarrollado los hechos en Mar del Plata que son objeto del juicio.
Las personas que caían dentro de esta abyecta red tenían características especiales: jóvenes, con adversas circunstancias familiares, bajos recursos económicos, escaso recorrido educativo formal; eran convencidos de realizar un aporte a la organización —la cooperativa de trabajo era la excusa formal— y terminaban reducidas a la servidumbre, explotadas económica y laboralmente y, algunas de ellas, también sometidas sexualmente, según la acusación fiscal.
Todo ocurría dentro del City Hotel: las víctimas vivían bajo el mismo techo que sus victimarios: no iban a la escuela, no se relacionaban con nadie de afuera, eran vigilados a través de videocámaras y si salían, lo hacían en grupo. No podían ejercer su voluntad. Según la fiscalía, el líder de la organización “se apropiaba de los bienes de las nuevas víctimas que captaba y quienes trabajaban en el hotel lo hacían a cambio de un valor simbólico de dinero, el alojamiento y la comida, o les hacía creer que era comunitario el trabajo, cuando sólo él se beneficiaba”.
Los fiscales sostuvieron que Nicosia “tenía hijos con las mujeres que captaba; los obligaba a mantener relaciones sexuales entre quien él elegía bajo la excusa de ser un ‘aprendizaje sexual’, no le importaba que se tratara de menores de edad y los filmaba mientras lo hacían”.
“Las torturas físicas y psicológicas también eran parte de la vida cotidiana en el lugar, tanto a menores como a los adultos. De modo coincidente, los testigos/víctimas relataron haber sufrido o visto palizas, golpes, estar colgados de una soga por una largo rato, asfixias con agua, simulacros de fusilamientos, picana eléctrica, entre otros tormentos”, publicó oportunamente el Ministerio Público en fiscales.gob.ar.
En la primera audiencia del juicio, el fiscal auxiliar Fioriti precisó que Nicosia “resultó ser el fundador de la congregación, una suerte de guía espiritual, principal administrador y organizador de la actividad delictiva, bajo la cual sometió a las víctimas para la consecución de aquellos fines. Además, daba las pautas en el lugar, instruía a las personas previamente captadas en las actividades diarias, daba las autorizaciones a los ‘fieles’ para poder salir, como así también dirigía lo atinente al manejo de la cooperativa de trabajo City Hotel Mar del Plata y los distintos emprendimientos económicos de la organización”, detalló Fioriti en la audiencia inicial.
"Nicosia tenía un completo control sobre las vidas y acciones de las personas participantes del ministerio, a quienes compelía a desprenderse de sus bienes o pertenencias a favor de la congregación"
Fiscal auxiliar Carlos Fioriti
“Tenía un completo control sobre las vidas y acciones de las personas participantes del ministerio, a quienes compelía a desprenderse de sus bienes o pertenencias a favor de la congregación”, sostuvo.
De la lectura del auto de elevación a juicio se desprende que Silvia Capossiello, que era la pareja del líder de la congregación, “controlaba a los damnificados en ausencia de Nicosia y estaba al frente de la cooperativa administradora del complejo hotelero”. En tanto, Coronado Acurero “era una persona de confianza de Nicosia, colaboraba en las actividades ilícitas investigadas y el permanente control de las personas damnificadas”, mientras que Fanesi “perteneció a la organización, cuanto menos, desde el año 1973 y participaba del control sobre las víctimas, acompañándolas en los viajes dispuestos con el objeto de disponer reubicaciones estratégicamente ordenadas tendientes a captar nuevos adherentes al grupo”, además de haber cumplido la función de recepcionista del City Hotel, convertido en una suerte de “casa del horror”.
Por otro lado, Velázquez está acusado de haber integrado la organización desde sus inicios. Una de sus funciones, en su carácter de psicólogo e instructor de yoga, fue la de “dictar conferencias a partir de las que mantenía charlas personales con algunas de las personas que allí asistían, detectando sus vulnerabilidades e informando luego de ello a Nicosia, a fin de lograr su captación”, se informó en fiscales.gob.ar.
Velázquez, además, convivió en último término con quien fuera hija biológica de Nicosia y de Capossiello, de quien a la fecha se desconoce su paradero.
En este contexto de explotación, Nicosia, con la complicidad de los acusados y mediante engaños, falsas promesas, fuerza, violencia y abuso de situaciones de vulnerabilidad, valiéndose de su rol de líder religioso o espiritual, “sometió a las personas integrantes de la congregación previamente captadas y a los miembros de su grupo familiar a diferentes delitos contra la integridad sexual: les efectuó personalmente tocamientos, abusos sexuales con acceso carnal y a su vez, obligó a contraer relaciones sexuales a los discípulos y a los integrantes del grupo entre sí”.
De acuerdo a los relatos de las víctimas tomados durante la investigación, Nicosia habría tenido al menos quince hijos e hijas, trece de ellos con seis madres diferentes y los otros dos con dos de sus hijas biológicas. Salvo un caso, los menores de edad fueron inscriptos o registrados como hijos biológicos de otros miembros de la congregación, quienes habrían sido instigados para ello por Nicosia y otros imputados. De esta manera, se alteró y ocultó la verdadera identidad de las personas, y se cometieron falsedades documentales y/o declarativas, informó el Ministerio Público.
“Nicosia y sus consortes se valían de un proceso de coerción psicológica y aislamiento de las víctimas, típico de las organizaciones sectarias, generado a partir de la manipulación psicológica que se les imponía a los damnificados, orientada en la creencia de que, si incumplían con alguna de las condiciones marcadas por el líder, no contarían con la protección espiritual y estarían expuestas a todo tipo de riesgos. Es decir, las acciones realizadas por las víctimas, que podrían parecer voluntarias, estaban originadas en una fuerte tarea de persuasión coercitiva, mediante la cual ese aparente consentimiento se encontraba absolutamente viciado y su libertad limitada”
Los acusados enfrentan cargos por trata con fines de explotación sexual y laboral agravado, hacer incierto y alterar la identidad de 14 personas menores de diez años, en concurso ideal con el delito de falsedad ideológica de instrumento público, abuso sexual agravado en reiteradas ocasiones de tres víctimas y acopio de armas de fuego y resistencia a la autoridad, entre otros. Esas armas y decenas de municiones fueron encontradas en el cuarto piso del hotel durante el megaallanamiento de julio de 2018.
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