La Razón de Vivir: los “chicos tiempo”, los internos que tenían beneficios y hacían las veces de vigilantes de sus compañeros
El fiscal Daniel Ichazo, a cargo de la investigación, comenzó a indagar a los sospechosos detenidos; se espera la declaración de Marcelo “Teto” Medina
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Ellos, los internos que se habían ganado la confianza del director general, Néstor Zelaya, y de sus máximos colaboradores, formaban, dentro de la comunidad La Razón de Vivir, la supuesta organización criminal que actuaba bajo la fachada de una comunidad terapéutica para recuperar a jóvenes adictos a la droga, el grupo conocido como Chicos Tiempos, que tenía como tarea vigilar a sus compañeros e impedir que alguno intentara escapar.
Así lo informaron a LA NACION fuentes de la causa. Zelaya y otros siete imputados se negaron a declarar hoy ante el fiscal Daniel Ichazo, funcionario a cargo de la investigación.
En las próximas horas será indagado Marcelo Medina, popularmente conocido como Teto. El conductor y panelista de TV está acusado de ser la cara pública y visible de la asociación para captar más víctimas y perpetuar su impunidad a lo largo del tiempo, según surge del expediente judicial.
“El grupo conocido como Chicos Tiempo se encontraba jerárquicamente por encima de sus compañeros. Sus integrantes gozaban de beneficios que los demás internos no tenían, como salidas o visitas de sus familiares”, sostuvo a LA NACION una fuente de la investigación.
Pero los beneficios no eran “gratis”. Los Chicos Tiempo, según fuentes policiales, eran los encargados de avisar si algún interno quería escaparse. “Si tenían que ejercer violencia para impedir que algún compañero lograr escapar, lo hacían”, agregaron las fuentes consultadas.
Los internos que no intentaban escaparse, pero sí habían dado a conocer su intención de dejar “el tratamiento”, eran aislados, según la reconstrucción que pudieron hacer los investigadores policiales y judiciales.
La sindicado asociación ilícita quedó al descubierto ayer tras más de 20 allanamientos ordenados por el juez de Garantías Adrián Villagra y hechos por personal de la División Delitos Cibernéticos contra la Niñez y la Adolescencia de la Policía Federal Argentina (PFA) y de la Dirección de Investigaciones de Delitos de Trata de Personas de la policía bonaerense.
Para muchos de los jóvenes que eran llevados por sus familias a las quintas de La Razón de Vivir, con la esperanza de que allí encontrarían su rehabilitación, la situación era una pesadilla. Para algunos, incluso, un riesgo de vida. Entre las denuncias figura el caso de un paciente diabético al que recientemente habían debido amputarle una pierna, al que sus propios compañeros debían cuidar y asistir, sin tener conocimiento médico específico para hacerlo. También se citó el caso de un paciente con sida al que le negaron el acceso a los medicamentos contra el VIH bajo el argumento de no necesitaba un médico sino tener “fuerza”.
Así surge del dictamen del fiscal Ichazo donde solicitó la detención de Teto Medina, Zelaya y otros 15 sospechosos.
En su declaración testimonial, A., una de las víctimas, relató un sistema de castigos que había en La Razón de Vivir. En ocasiones lo insultaban y lo obligaban a hacer guardia toda la noche, sin dormir, para controlar que sus compañeros no se escaparan de la quinta de rehabilitación.
“Todas las tareas diarias debían hacerlas los pacientes. No había ningún tipo de tratamiento contra las adicciones con psicólogos o terapeutas. Solo se trabajaba para servir a los directores o coordinadores. También los hacían mendigar en las iglesias”, según la declaración de A. incorporada al expediente judicial.
Aunque sus familias pagaban la cuota mensual, los jóvenes en rehabilitación no recibían ninguna contraprestación. De hecho, según denunciaron, “debían autogestionarse todos los servicios e insumos, como mendigar leña para calefaccionarse y cocinar, fabricar muebles para su propio uso y mendigar dinero y ayuda económica en la vía pública”, además de “reparar y mantener las instalaciones sin un pago a cambio y por fuera de las habilidades técnicas e idoneidad necesarias para ello”.
Dijeron que ellos debían cocinarse “los escasos alimentos de baja calidad que les daban”, y al mismo tiempo debían cocinarles los alimentos “de buena calidad” a los miembros de la organización, comidas que ellos tenían prohibido comer.
Afirmaron que en ocasiones eran obligados a dormir a la intemperie y al acecho de roedores, y que los privaban de atención médica básica y de los medicamentos que tenían prescriptos. En definitiva, sostuvieron que los organizadores los sometieron “a su dominio absoluto de forma física y psicológica”.
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