La muerte del hijo de Storani. “Nos embistió como un misil”, dijo el conductor de la lancha en la que iban las víctimas
Lucas Sorrentini, pareja de María de los Ángeles Bruzzone, madre del chico, afirmó que el acusado, Pablo Torres Lacal, conducía su embarcación haciendo zigzag a gran velocidad en plena noche
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Lucas Sorrentini no solo es un experimentado patrón de barco, con 40 años de navegación sobre sus hombros. También era pareja de María de los Ángeles Bruzzone, la madre de Manuel Storani. Él llevaba el timón de la Mad II a no más de cinco nudos, en la tranquilidad de las aguas de marzo del Delta, cuando la Shark II que comandaba Pablo Torres Lacal se les apareció, primero, como una luz verde que se acercaba rápido y en zigzag en la oscuridad de la noche, y, finalmente, como un bólido letal. “Nos embistió como un misil, nos partió al medio”, afirmó, quebrado por la emoción, en el momento más conmocionante de la segunda audiencia del juicio por la tragedia ocurrida hace siete años y medio en el canal de vinculación del Río Luján, en Tigre.
Él sobrevivió al impactante choque en el que murieron la mujer que amaba y el chico al que quería como a un hijo, además de Francisco Gotti, que iba como acompañante del hombre que está sentado en el banquillo desde ayer, bajo el cargo de triple homicidio con dolo eventual.
“Fue el peor día de mi vida. Me quedé solo. Perdí a mi familia en un instante. Vino un monstruo y me arruinó la vida. Esa noche volví a mi casa solo, sin saber dónde estaba Manuel”, el hijo del histórico dirigente radical Federico Storani, que estuvo desaparecido en las turbias aguas del río Luján y fue buscado frenéticamente durante tres días, desde la fatídica noche del 31 de marzo de 2016, cuando regresaban de un restaurante en una isla del Tigre donde se había festejado un cumpleaños. Su pareja murió de camino al hospital, poco después del siniestro.
Esta noche volverá a ese lugar, donde también estarán el fiscal Diego Callegari y los jueces Alberto Ortolani, Sebastián Urquijo y Gonzalo Aquino, del Tribunal Oral en lo Criminal N° 1 de San Isidro, que a las 22 harán un reconocimiento de la escena del suceso, en la previa de las declaraciones de tres peritos de la Prefectura Naval que intervinieron en el caso y de un testigo de identidad reservada que se presentará mañana a la mañana.
La audiencia tuvo otros momentos importantes, en los que el imputado no quedó bien parado. Un testigo sostuvo que la noche de la tragedia, justo antes de salir al río con su lancha, Torres Lacal estaba “eufórico”, quizás porque había bebido, y otro afirmó que navegaba “muy rápido” aquella noche, minutos antes de la tragedia.
Y otro de los sobrevivientes del siniestro, que iba en la lancha del acusado, no la pasó bien cuando, al referirse a la velocidad en la que navegaban cuando ocurrió la tragedia, fue contradictorio con respecto a lo que había declarado hace seis y siete años, y el jurado no se lo dejó pasar.
Doloroso recuerdo
La presentación de Sorrentini era el momento más esperado de la segunda jornada del juicio. Testigo y protagonista de la tragedia, y voz autorizada por su conocimiento de las reglas de navegación.
“Soy patrón de yate, vela y motor desde los 18 años. Navego hace 40. He estado 12 días navegando en el mar. Conozco el manejo de luces”, comenzó, como para refrendar que, la suya, era una palabra autorizada.
Luego entró de lleno en lo que recordaba del suceso. “Buscábamos la tranquilidad de un Delta sin gente, por eso salíamos frecuentemente a navegar de noche. Íbamos a cinco nudos [unos 9 km/h]. Uno a la noche no ve objetos, ve luces, y navega usándolas como referencia. Las luces de las embarcaciones son roja, verde y blanca. Si uno mira la parte de atrás de otra embarcación (la popa) verá la luz blanca; si ve el frente (la proa), serán roja y verde; si ve una luz roja será el lateral izquierdo (babor) y si es verde, el lateral derecho (estribor)”, explicó, de forma didáctica.
“Viniendo del continente hacia afuera, el ojo debe ajustarse a la poca visibilidad, por eso se debe ir despacio. Esa noche vi una luz a lo lejos, a unos 600 o 700 metros; se acercaba una lancha a muy alta velocidad, haciendo eses. Esto lo digo porque veía primero un foco rojo y luego, verde, así unas cuatro veces. Venía como una cañita voladora. La última vez que vi la luz era verde y ya la teníamos encima. Los últimos cinco segundos gritamos y agitamos los brazos. Pero la otra persona no vio nada”, agregó.
Al explicar cómo intentó evitar el impacto, que se tornó inevitable, Sorrentini afirmó: “Caí hacia babor con mi lancha, porque es lo que indica el reglamento, fue lo único que pude hacer. No hubo caso, nos embistió como un misil y nos partió al medio”.
Sorrentini mostró la campera que usaba el día del siniestro, que tiene desgarros ocasionados por el roce de la otra lancha. “No me mató por cinco centímetros”, sostuvo.
“Si vas a fondo de noche en un río, claramente no te importa nada. Estás sacado, sos un asesino. Este hombre lo es”, dijo, en referencia a Torres Lacal, que durante esa declaración solo atinó a mirar al suelo.
Entre sollozos, Sorrentini expresó: “Fue el peor día de mi vida. Me quedé solo. Perdí a mi familia en un instante. Vino un monstruo y me arruinó la vida. Esa noche volví a mi casa solo sin saber dónde estaba Manuel. Hace siete años dormía con Ángeles. Manuel era como un hijo para mí”.
Las hermanas de Manu lloraron cuando escucharon el relato del sobreviviente del naufragio. Lo mismo habían hecho ayer, ante la conmovedora declaración de su padre, exdiputado nacional y exministro del Interior durante el gobierno de la Alianza que encabezó Fernando de la Rúa. “Que la Justicia sancione de manera ejemplar a quienes actúan con desaprensión y desprecio a la vida y terminan ocasionando muertes de personas muy jóvenes que podrían haber sido muy útiles a la sociedad. Y a nosotros nos desgarró, partió la vida”, había dicho Storani antes de comenzar el debate.
Los otros testigos de cargo
A la mañana declararon Daniel Fernando Villalba, empleado del turno noche de la guardería náutica Sarthou, de San Fernando, donde Torres Lacal guardaba su lancha, y José Maciel, que atendió al imputado cuando cargó combustible en un surtidor de YPF sobre el Río Luján, en San Fernando.
Durante la etapa de instrucción de la causa, Villalba había declarado que Torres Lacal, al llegar a la guardería a retirar su lancha la noche del 31 de marzo de 2016, se reía más de lo habitual. “Lo noté extraño, se reía de todo, demasiado y muy confianzudo”, había dicho. Hoy, cuando los jueces le recordaron aquella declaración suya, sostuvo: “Puede ser que haya tomado algo y por eso estaba así”. Y precisó que aquella vez, había visto al imputado en “un estado alegre, contento, exultante, eufórico”.
Maciel recordó que Torres Lacal entró muy rápido al muelle donde estaba el surtidor de YPF. “Tuvo que bajar la velocidad porque se comía el muelle. Debió retroceder unos 25 a 30 metros para regresar al surtidor que le correspondía. Cuando se iban le dije ‘trata de andar despacio porque te podés llevar a alguien por delante’. Se fueron a mitad de máquina, no a full”, explicó.
En su primera declaración, Maciel había dicho que había visto al que acompañaba a Torres Lacal fumando una pipa con marihuana y que había olido la sustancia. Hoy, en cambio, dijo no recordar eso. No obstante, ante los jueces, y bajo juramento de decir verdad, ratificó su testimonio en cuanto a que “el que estaba en la lancha manejando no estaba bien. Inquieto, se movía mucho, exultante. No hablaba bien”.
Después de esa afirmación, Torres Lacal volvió a declarar. Afirmó que él no fuma marihuana. “Fumo habanos, son como chocolates para mí”, aclaró.
Un testigo en problemas
Hoy también declaró David Hernán Di Rico, compañero de trabajo y amigo de Torres Lacal, y uno de los pasajeros de la Shark II la noche del incidente fatal. En algunos tramos de su exposición contradijo a su amigo. En otras, se contradijo a sí mismo.
“Íbamos a un bar en el Delta”, dijo, en contraposición a la afirmación de Torres Lacal, que cuando se le preguntó hacia dónde navegaban aquella noche había sostenido: “No teníamos una hoja de ruta”.
Di Rico también dijo hoy que aquella noche iban a una velocidad suave y que disfrutaba de la navegación. Esa afirmación no fue pasada por alto y generó un momento de tensión. Es que, al declarar como testigo en 2016, había dicho que “iban a una velocidad cercana a 60 km/h durante el zigzagueo” y lo ratificó un año después ante el fiscal de instrucción.
Hoy dijo que aquella primera vez la policía “lo indujo” a decir esa cifra. Los jueces hundieron ahí su cuchillo y le preguntaron por qué, si había declarado eso bajo presión, lo había ratificado ante la Justicia.
Al testigo no le quedó más que retractarse y reconocer que aquella primera declaración se correspondía con los hechos. No obstante, intentó suavizar el efecto de la contradicción y del impacto mismo de la afirmación. “Para mí, en la calle lo normal es circular a 60 km/h”, sostuvo. Claro, no es lo mismo esa velocidad sobre la calzada y bajo las luces que sobre el agua, con una geografía sinuosa y en la oscuridad de la noche.
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