La historia detrás de la historia: llantos y reproches en el juicio que conmueve al país
Desde el lunes pasado, ocho jóvenes oriundos de Zárate son juzgados por el homicidio de Fernando Báez Sosa, asesinado a golpes en Villa Gesell el 18 de enero de 2020
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Promediaba la segunda jornada del juicio por el homicidio de Fernando Báez Sosa, el estudiante de Derecho asesinado a golpes la madrugada del 18 de enero de 2020 en Villa Gesell, cuando Javier Thomsen, padre de Máximo Thomsen, uno de los ocho acusados, se dio vuelta y le dijo a LA NACION: “No publican todo lo que se dice”. Se refería a un dato aportado, pocos minutos antes, por un testigo que, para él, beneficiaba la estrategia llevada adelante por el abogado defensor, Hugo Tomei, ya que esa declaración había negado la existencia de “un cerco humano” que impedía la ayuda de los amigos a la víctima. Era la prueba de que el debate no solo se “vive” en la sala de audiencias del Palacio de Tribunales de Dolores, también se sigue en “tiempo real” en los medios de comunicación. Y los familiares de los imputados no son la excepción.
Pasó la primera semana del juicio a cargo del Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) N° 1 de Dolores, integrado por los jueces María Claudia Castro, Christian Rabaia y Emiliano Lazzari. Uno de los representantes del Ministerio Público en el debate, el fiscal Juan Manuel Dávila, sostuvo que “el balance de las primeras audiencias es muy positivo”. En lo que va del debate declararon 47 testigos.
Los ocho acusados son Luciano Pertossi, de 21 años; Ciro Pertossi, de 22; Lucas Pertossi, de 23; Ayrton Viollaz, de 23; Máximo Thomsen, de 23; Enzo Comelli, de 22; Matías Benicelli, de 23, y Blas Cinalli, de 21, quienes durante las primeras tres audiencias no se sacaron los barbijos, que, salvo, para los jueces, secretarios del tribunal, fiscales y abogados de las partes, eran obligatorios. En la cuarta jornada, el jueves pasado, ya no tenían los tapabocas.
En el momento en que abre cada una de las audiencias, la jueza Castro, que cumple las funciones de presidenta del tribunal, les recuerda a los ocho imputados que tienen que estar atentos a las pruebas que se presentan y a las palabras de los testigos, que pueden hablar con su abogado y que, si lo desean, pueden declarar, pero que podrían someterse al interrogatorio de las partes (Ministerio Público Fiscal, particular damnificado y defensa). Se pueden negar a responder preguntas. Por ahora, prefirieron el silencio.
Cuando se pasan en pantalla las filmaciones del ataque mortal, como en un movimiento sincronizado, los ocho imputados giran sus cabezas a la izquierda y observan la pantalla. No solo ven las imágenes de los golpes, también escuchan la voz que escupe un “no, amigo lo mataron, lo hicieron v...”. A pesar de que el video se reprodujo varias veces, el impacto es fuerte siempre.
Detrás de los ocho acusados, en bancos de madera, se sientan familiares de los acusados. No están todos los padres y madres de los imputados. Algunos de ellos están citados como testigos y no pueden presenciar las audiencias hasta después de su declaración testimonial.
En el otro sector del recinto, a la izquierda del estrado, en dos filas de asientos de madera, con asistencia perfecta, un grupo de abogados presenció las cinco audiencias. Son colegas de Fernando Burlando y Fabián Améndola, los letrados que desde el inicio de la causa representan a los padres de la víctima, Silvino Báez y Graciela Sosa. Entre otros, están Martín Leguizamón, el “local” Germán Facio y, el hijo de Améndola, Facundo Améndola. Los dos últimos forman parte del equipo presentado en el expediente.
“Creo que el móvil tiene que ver con esto del ganar, no tengo duda. El llevarse el trofeo que lo repitió ayer Tatiana. Tal vez la locura de ellos pasaba por ahí y la violencia crecía precisamente por tratar de ganar un trofeo que en este caso era sin duda la vida de Fernando”, sostuvo Burlando después de la quinta audiencia. Silvino y Graciela se sientan detrás de sus abogados.
En las cinco audiencias no faltaron las lágrimas y las emociones. Graciela, la madre de la víctima, fue la primera testigo. En su declaración se quebró. Pero no fue la única que lloró. Hubo personal del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), a cargo de vigilar y custodiar a los acusados, que también lloraron cuando escucharon a la mujer.
“Para mí fue ayer que recibí la peor noticia de mi vida, a veces pienso que es una pesadilla, que vendrá alguien y me dirá que no es verdad… Pero no es así, Fernando está muerto. Soy una mujer acabada, sin vida, sin ganas de vivir. No sé de dónde saco las fuerzas. Extraños tanto esos abrazos. Este dolor es eterno. No lo voy a recuperar nunca. Era la alegría de mi vida”, dijo, desde sus entrañas Sosa y el silencio en la sala de audiencias era total.
Hubo otros testigos que lloran. Como Alejandro Chiqui Muñoz, el jefe de seguridad de Le Brique, el boliche de Villa Gesell donde había ido a bailar Báez Sosa la noche que lo mataron. El patovica mide 2,03 metros y pesa 150 kilos. Lloró como un niño en medio de su relato. “Nunca vi nada igual, era saña. Hace 20 años que laburo de esto y nunca vi algo así”, sostuvo.
El juicio del que habla el país, recién comenzó. Pero cada vez falta menos para saber si habrá Justicia.
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