Israel Keyes vivía en Alaska, pero recorría miles de kilómetros por los Estados Unidos para atacar a sus víctimas, elegidas al azar; “Una vez que empiezas, ya sabes... no hay nada parecido”, dijo en una entrevista con agentes del FBI, antes de suicidarse en prisión
Suscriptores- 10 minutos de lectura'
Era un hombre más. Su rostro se perdía en las multitudes de Anchorage, Alaska, y su vida parecía ser la de un trabajador más: un hombre con un negocio en el rubro de la construcción y una hija a quien cuidar. Pero Israel Keyes ocultaba un secreto aterrador. En silencio y con una meticulosidad que lo definió hasta el final, se convirtió en uno de los asesinos seriales más enigmáticos y calculadores de los Estados Unidos. La policía finalmente logró atraparlo, pero su captura apenas reveló una fracción de lo que este oscuro personaje escondía. Su verdadera naturaleza se reveló en el momento en que, con una sonrisa, dijo a los agentes: “Planeo cada detalle, elijo a mis víctimas en función de la conveniencia. No me importa quiénes son, solo que estén donde deben estar”.
Israel Keyes nació el 7 de enero de 1978 en Richmond, Utah. Era el segundo de diez hijos en una familia profundamente religiosa y fundamentalista. Sus padres, miembros de una secta cristiana supremacista, optaron por educarlos en el hogar y vivían en una cabaña sin electricidad ni agua potable.
La familia enfrentó condiciones de pobreza y se mantuvo al margen de la sociedad, desconfiando de las instituciones. Su vida estuvo marcada por el aislamiento desde temprano. La rigidez del entorno familiar y una educación basada en el desprecio hacia quienes no compartían sus creencias sembraron en él una visión retorcida del mundo.
Desde pequeño, Keyes mostró signos preocupantes de violencia. “Cazaba lo que se moviera”, recordaban algunos vecinos, aunque pocos lo sabían en detalle. Con tan solo 14 años, Israel comprendió que disfrutaba de la sensación de control que obtenía al someter a otros seres vivos. En su mente comenzó a formar un plan de vida macabro, un destino que cumpliría a escondidas del mundo y que marcaría el inicio de una doble vida.
Durante la adolescencia comenzó a expresar su desprecio hacia la sociedad de una manera más explícita. Ya no solo cazaba animales, sino que también se involucraba en actividades delictivas menores. En su aislamiento desarrolló un profundo odio hacia quienes no compartían su visión del mundo, y la crueldad con la que trataba a los animales fue solo una muestra temprana de la oscuridad que llevaba dentro.
Se dedicaba a vagar solo, rompiendo ventanas y disparando contra las casas vecinas con un rifle de aire comprimido, siempre buscando una forma de imponer su poder. La vida de Keyes iba moldeándose en torno a un deseo de control y violencia que más tarde perfeccionaría en una serie de crímenes meticulosamente planeados.
En 1998, tomó una decisión que marcaría un antes y un después en su vida: se enlistó en el Ejército de los Estados Unidos. La formación militar le brindó las herramientas para ocultar su verdadera naturaleza y, al mismo tiempo, desarrollar una disciplina y exactitud que lo definirían más adelante. Durante su servicio estuvo en Fort Lewis, Fort Hood e incluso en Egipto, donde se destacó como un soldado reservado, pero efectivo.
Su vida en las fuerzas armadas parecía común, pero el odio y la oscuridad seguían creciendo en su interior. Aprovechó esos años para adquirir habilidades que aplicaría luego en sus crímenes: sigilo, precisión y planificación meticulosa.
A su regreso de servicio, Keyes ya no era el mismo. Durante los años siguientes rechazó la religión, se proclamó ateo y abandonó cualquier intento de seguir las normas sociales. En su mente, el asesinato ya no era solo un pensamiento; era un objetivo. Empezó a diseñar su modus operandi: actuaría con frialdad y su crueldad no tendría límites.
El punto sin retorno
Los asesinatos de Keyes comenzaron en 2001. Aunque no reveló de inmediato quién fue su primera víctima, dejó claro que disfrutaba la sensación de poder al planificar y ejecutar un crimen. “Es como un juego... y yo siempre gano”, describiría con frialdad.
Cada homicidio representaba un desafío que demandaba precisión y atención. No podía dejar rastros. Con el fin de evitar ser atrapado, viajaba miles de kilómetros y escondía “kits de asesinato” en distintas zonas de los Estados Unidos. Estos contenedores incluían todo lo necesario para matar: armas, municiones cinta adhesiva, cuchillas y bolsas de plástico, que guardaba en un tacho que enterraba en puntos específicos.
A diferencia de otros asesinos seriales, Keyes no tenía un perfil de víctima específico. La elección era aleatoria; seleccionaba según la conveniencia. Fue responsable de la muerte de William y Lorraine Currier, un matrimonio en Vermont que escogió sin planificación previa. Tras volar desde Alaska a Chicago alquiló un auto y condujo hasta Vermont. Al localizar una vivienda aislada, cortó la línea telefónica y atacó. Sin intercambiar palabras, los secuestró y los llevó a una casa deshabitada, donde los mató.
El doble crimen desconcertó a la policía, ya que no existía ninguna evidencia que lo vinculara con ellos. Solo tras su captura, el caso de los Currier encontró explicación.
En 2012, Keyes rompió una de sus reglas: no cometer crímenes en su área local. El 1 de febrero de ese año secuestró a Samantha Koenig, una joven de 18 años que trabajaba en un puesto de café en Anchorage, Alaska. La secuestró en la noche, la violó y la mató al día siguiente.
Sin embargo, lo que llevó a su captura fue su decisión de usar la tarjeta de Samantha para retirar dinero en diferentes cajeros automáticos. La policía rastreó los movimientos y logró localizarlo en Texas. Este error fue el único que cometió en más de una década de crímenes, y sería la clave para que su oscura historia comenzara a desvelarse.
El interrogatorio: revelaciones escalofriantes
Tras su captura, Keyes fue extraditado a Alaska, donde inició un juego macabro con los investigadores. Durante el interrogatorio mostró una calma inquietante y manejó cada aspecto de sus confesiones.
“Quiero un café de Starbucks, una barra de Snickers y un cigarrillo”, exigió, antes de comenzar a hablar. Con estas condiciones relató sus crímenes con una frialdad que dejó horrorizados a quienes lo escuchaban.
Sin ningún signo de arrepentimiento, detalló cómo acechaba a sus víctimas, las sometía y luego las asesinaba. En una entrevista comentó: “Una vez que empiezas, ya sabes... no hay nada parecido”. Para él, la muerte era una fuente de adrenalina, una experiencia que consideraba esencial.
Uno de los aspectos más impactantes de los crímenes de Keyes era su meticulosidad en la planificación. Durante años recorrió los Estados Unidos enterrando lo que denominaba “kits de asesinato”. Cada uno estaba cuidadosamente preparado y oculto en distintos estados, listo para ser usado en el momento indicado. Los kits que ocultó en lugares como Vermont y Nueva York fueron hallados tras su captura, revelando la minuciosidad con que había diseñado sus crímenes. Era tan detallista que evitaba toda evidencia en las escenas y siempre aseguraba tener rutas de escape seguras.
Confesiones, manipulación y suicidio
A medida que avanzaba el interrogatorio, Keyes se reveló como un manipulador experto. Trataba a los investigadores como piezas de un juego personal, ofreciendo detalles de sus crímenes a cambio de beneficios insignificantes. En su mente, él mantenía el control.
Confesó haber asesinado al menos a 11 personas, aunque se sospecha que el número real podría ser mayor. Aseguraba que nunca atacaba a niños ni a padres de familia, pero su total ausencia de remordimiento hacía difícil confiar en sus afirmaciones.
Los investigadores se dieron cuenta de que estaban ante alguien con una frialdad y cálculo que pocas veces habían encontrado. Keyes hablaba de sus crímenes con una calma que rozaba la indiferencia, como si estuviera narrando una simple rutina. Los agentes intentaban conseguir más información, pero él se resistía a dar detalles precisos, manteniendo el control de lo que revelaba. “Podría decirles más, pero no lo haré sin la certeza de la pena de muerte”, advirtió en una de sus confesiones.
Durante su espera en la prisión de Anchorage, Alaska, Keyes planeó su última jugada. De alguna forma, consiguió una cuchilla de afeitar y el 2 de diciembre de 2012 acabó con su vida cortándose las muñecas e intentando ahorcarse con la ropa de cama.
Su suicidio fue un duro golpe para los investigadores, quienes esperaban obtener más información sobre los crímenes que había cometido y que nunca fueron completamente esclarecidos. En su celda dejó una carta de despedida, un escrito perturbador que no ofrecía pistas adicionales sobre sus víctimas, sino que se limitaba a una especie de tributo a la muerte y la destrucción.
Para el FBI, su muerte significó perder la oportunidad de cerrar capítulos y ofrecer respuestas a las familias de las víctimas. Aun así, los investigadores no se dieron por vencidos. En los meses posteriores, hallaron en la celda de Keyes unos dibujos hechos con su propia sangre: 11 cráneos y un pentagrama, acompañados por la frase “WE ARE ONE” (“Somos uno”), lo que llevó a la policía a creer que el número de cráneos representaba el número total de sus víctimas. Con su suicidio, se llevó a la tumba muchos secretos, y su verdadera cantidad de víctimas continúa siendo un misterio.
De la realidad a la ficción
El caso de Israel Keyes ha capturado la atención del mundo del crimen real, impulsando la creación de varios documentales que intentan desentrañar la mente de este asesino meticuloso. Entre ellos, destaca “Method of a Serial Killer”, una producción lanzada en 2018 por el canal Oxygen, que explora no solo sus crímenes, sino también las impactantes confesiones que dio durante los interrogatorios.
Utilizando grabaciones de sus entrevistas con el FBI, el documental muestra la frialdad y cálculo con los que hablaba sobre sus asesinatos, logrando construir un retrato escalofriante de su personalidad. La producción examina los detalles de sus métodos, sus “kits de asesinato” enterrados en distintos puntos de Estados Unidos y su vida secreta como un asesino que no dejaba rastros.
En el ámbito de los podcasts, True Crime Bullsh ha dedicado una temporada completa a Keyes, siguiendo las pistas de su recorrido criminal a lo largo del país. Este podcast se ha convertido en una referencia para los aficionados al crimen real, ya que se enfoca no solo en los crímenes confirmados de Keyes, sino también en la posibilidad de otras víctimas que aún no han sido identificadas. A través de entrevistas, grabaciones originales y un análisis exhaustivo de sus movimientos, True Crime Bullsh busca conectar cada elemento de la vida de Keyes, su falta de remordimiento y su meticulosa planificación para entender el misterio que dejó tras de sí.
La literatura también ha contribuido a la comprensión del caso, especialmente con el libro American Predator, de Maureen Callahan, una de las obras más completas sobre Israel Keyes. Callahan aborda el caso con un enfoque investigativo, documentando entrevistas con los investigadores y el FBI, y revelando detalles poco conocidos sobre la infancia y la vida familiar de Keyes. El libro destaca la capacidad de Keyes para asesinar sin levantar sospechas y su habilidad para evadir a las autoridades durante años, tejiendo un análisis profundo que permite al lector adentrarse en la mente de un asesino serial que desafió a la justicia y a la sociedad misma.
Más notas de Asesinos
Más leídas de Seguridad
Con un tackle. Participaba de una picada, lo descubrieron, se dio a la fuga y fue detenido tras una larga persecución
Villa Devoto. Rescataron a una niña de cuatro años dormida y encerrada en un auto mientras sus padres fueron al shopping
Hay un detenido. Brutal robo a “Huevo” Müller en Pontevedra: el actor fue víctima de motochorros cuando salía de su casa
Escondido en un hotel. Encontraron al paquistaní que se había escapado de Ezeiza tras haber sido deportado desde México