La búsqueda de Loan. Los secretos escondidos bajo la alfombra de un pueblo chico que perdió la paz por una tragedia
A 20 días de la desaparición del chico de cinco años, los habitantes de Nueve de Julio intentan sobrevivir en una atmósfera de desconfianza y teorías conspirativas
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NUEVE DE JULIO.– La chacra de Catalina Peña está desolada durante el miércoles a la mañana. Solo queda una camioneta de la PFA que custodia el lugar, donde hace 20 días desapareció Loan Peña. No hay más rastrillajes allí. Se hicieron tantos desde que comenzó este caso que para los investigadores resulta inútil seguir buscando rastros del niño en ese sitio. El lugar parece volver a cierta normalidad. Se oyen los sonidos de los pájaros, y los caballos pastan sin asustarse del rugido de los generadores de los móviles de los canales y la policía.
Catalina Peña, la abuela de Loan, volvió a sus tareas cotidianas en la mañana de ayer. Se levantó antes del amanecer y les dio de comer a las gallinas. Se quedó tomando mate sola y en silencio. La anciana, de 87 años, parece disfrutar de esa calma. Después rezó, como siempre.
Es una mujer áspera que no deja traslucir con facilidad sus emociones, la tragedia que significa que su nieto, al que no conocía, haya desaparecido allí, casi a la vista de todos.
Parece algo inexplicable aunque real después de 20 días de una investigación que durante las primeras dos semanas solo se centró en la versión de los familiares y la gente que estaba allí, entre los que se encuentran los cinco detenidos: que Loan se perdió cuando fue a buscar naranjas a un lugar donde no había cítricos, acompañado por su tío Bernardino Benítez y la pareja de Daniel Ramírez y María del Carmen Millapi. También había cinco niños, que declararon ante la cámara Gesell que Loan fue con ellos hasta esa arboleda que está a unos 600 metros la casa, que está repleta de cardenales con la cabeza roja.
Catalina rezonga cuando escucha que vienen camionetas de los canales de TV por el camino. “Otra vez vienen a romper las pelotas. Nunca va a haber sosiego”, advierte. La custodia de la Policía Federal le pide si le puede calentar agua. La mujer accede de mala gana. “Negro, querés un poco de pan”, le ofrece al policía, que le clava la mirada y acepta.
La vida de esta anciana cambió de manera radical desde hace 20 días, después del guiso de gallina que cocinó junto a Laudelina, con quien no habló más, según Catalina. Ella repite que no entiende por qué se levantaron de la mesa ese mediodía del 13 de junio.
Todo el silencio y la armonía del campo se vuelven a romper. Se monta un nuevo escenario en el patio de la abuela. Es similar al que construyó un día antes en ese lugar el abogado de la querella Fernando Burlando. Fue la gota que rebalsó la paciencia de Catalina. “Tengo un dolor de cabeza que no se me va”, repite la mujer. “Son las antenas que me están matando el cerebro”, susurra con voz grave, dañada por el tabaco, y masculla: “Esto es una desgracia. No veo la hora de que se vayan todos a joder a otro lado”.
A la tarde, un grupo de productores de un canal, aburridos mientras esperan salir al aire, juegan a las bochas con naranjas en una cancha improvisada que está al costado de la casa. El custodio de la Policía Federal, oriundo de Goya, se impacienta con la situación. “Tengan un poco de respeto”, señala mientras los saca del lugar. Otro periodista trata de que una vaca coma una mandarina.
Los vecinos en el pueblo se pliegan en las marchas al reclamo por la aparición de Loan. No es masiva la convocatoria. Pero también están saturados por la exposición que tiene este caso. A Rosa, que vive al lado la casa de Laudelina, le ocurrió algo que nunca va a olvidar. Todos los canales repetían que su vecina estaba en su casa. “Yo sabía que no estaba. Cada tanto salía por la ventana de atrás la hija de Laudelina y me decía: ‘¿Viste lo que dicen?’. Yo les dije que no estaba, pero nadie me creyó”, admite.
Los que aprovechan las cámaras son los abogados, tanto querellantes como defensores. A pesar de la tragedia de que un chico esté desaparecido, es un gran momento para los bufetes de ganar notoriedad en los medios. Publicidad gratis. Cada uno organiza su tour por el campo donde desapareció Loan y exhibe su hipótesis del caso.
Fernando Burlando fue quien marcó el camino. Lleva a José Peña a hacer una especie de reconstrucción de la desaparición de su hijo. Un periodista le pregunta en vivo si es el padre de Loan. El hombre mira perplejo y responde que sí. Sus ojos se mueven con un nerviosismo que no muestra su tono de voz tímido ni su cuerpo, que queda inmóvil.
Al otro día hace casi el mismo periplo Alan Cañete, abogado de Camila Núñez, a quien llevó el martes a declarar a los tribunales sin citación, algo que provocó el enojo del fiscal federal Mariano de Guzmán. Los funcionarios de la Justicia se dan cuenta de las maniobras, aunque no pueden expresar sus críticas y su fastidio, por lo menos públicamente.
Camila también recorre el miércoles los lugares por los que pasó aquel 13 de junio rodeada de cámaras, acompañada por su abogado, que logra lo que quiere ante una demanda periodística que tiene escasa oferta de información fidedigna.
Un altar pagano
A la casa de los padres de Loan llegan todos los días a la tarde un grupo de sacerdotes “veteros” a rezar a un pequeño altar pagano que montaron en una pequeña habitación que da al frente.
Los veteros dicen ser sacerdotes católicos que no responden al Vaticano. Jorge, por ejemplo, uno de los religiosos, está casado y se viste como un cura, con una sotana azul. La aparición de estos sacerdotes que rechazan el Concilio Vaticano I se transformó en un apoyo espiritual intenso para María Cecilia Noguera, la madre de Loan. De la familia es quien más exterioriza la tragedia.
La aparición de estos religiosos que dicen ser curas se produjo después de otro extraño episodio que ocurrió en Nueve de Julio, que fue la ausencia del cura Cristian González tras la desaparición de Loan. Había mucho enojo en el pueblo con el sacerdote porque fue quien le dio una casa al comisario Walter Maciel para que viviera al lado de la parroquia, que está frente a la plaza. Maciel es quien “plantó” junto con Laudelina Peña, tía del niño, el botín de Loan para que los operativos de rastrillaje siguieran buscando a un chico extraviado en el monte.
Los curas “veteros” encabezan las marchas que se hacen a las 19 en el pueblo casi todos los días. “Vivo lo llevaron, vivo lo queremos”, canta Jorge en las manifestaciones en las que lleva un micrófono enganchado en un bafle para amplificar su reclamo. El parlante lo traslada en el hombro cuando caminan por la ruta. “Es inaudito lo que ocurrió. Nosotros hacemos todo esto para que la gente reclame la aparición del niño”, sentencia.
El pueblo se tiñó de una atmósfera densa, cargada de desconfianza y teorías conspirativas, algunas enredadas, sobre la desaparición del chico, cuya imagen aparece en todos los negocios y casas ya transformado en una especie de estampita.
Gregorio Ruiz, que atiende un almacén a dos cuadras de la comisaría y la plaza, está convencido de que detrás de la desaparición de Loan está el narcotráfico. Ese tópico empezó a irradiar en el pueblo durante los últimos días por dos motivos: porque no hay ningún avance en la investigación que con evidencias avale la hipótesis de trata de personas y porque el problema del consumo de droga crece en esa localidad de 2500 habitantes a un ritmo frenético, según la gente del lugar.
Tres días antes de que Loan desapareciera, la policía detuvo a una pareja en una moto Honda en la ruta 123, a unos 10 kilómetros del ingreso al pueblo. Una mujer discapacitada llevaba una mochila con unas 50 dosis de cocaína y marihuana. Según las fuentes policiales, iban a vender a los puesteros y habitantes del pueblo. Fabián, que tiene un negocio a 50 metros de la ruta, sostiene que Benítez ocupaba ese rol de distribuidor de droga en el pueblo. Pero es solo un comentario más. Sus antecedentes penales describen que en algún momento incursionó en el abigeato, pero no hay nada en su prontuario sobre narcomenudeo.
La casa de Loan, ubicada a unas tres cuadras de la ruta 123, se transformó en un peregrinar de gente que va a ofrecer ayuda a la familia. Empezaron a venir personas de Goya, Bellavista e incluso de la ciudad de Corrientes. Ofrecen ayudar a la madre de Loan con comida, ropa y hasta algunos le dejan dinero. La mujer acepta y después, de acuerdo con la cantidad, reparte entre algunos vecinos. “Ella no pide ayuda”, aclara una mujer de su entorno.
Ningún integrante de la familia trabaja actualmente y no tienen ningún ingreso. Cristian Peña, hermano de Loan, cuenta que hasta que estalló la trágica desaparición de su hermano se dedicaba a hacer changas, algunas en el campo y otras en el pueblo y la zona. También es trabajador eventual en la cosecha de frutilla. Siguió el camino de José Peña, su padre, que tampoco tiene un trabajo fijo. Es albañil y la última vez que cobró fue la semana anterior a la desaparición de su hijo. Después, no pudo volver a trabajar. Lo ayudan amigos y familiares.
El pueblo no será el mismo tras la desaparición de este chico de cinco años. “Hay muchas cosas que siempre se escondieron bajo la alfombra en este pueblo”, aclara Rosa.
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