Nicolás Praino y Ángel Navas eran dos de los "niños cantores" encargados de anunciar los premios de la Lotería Nacional del 4 de septiembre de 1942. Uno delante de cada bolillero –el de los números y el de los premios–, luchaban contra sus propios nervios. Es que habían planificado una gran estafa, y el embuste que estaban a punto cometer podía volverlos ricos.
El sorteo de "La grande" de ese día estaba amañado y estos jóvenes –que ya no eran "niños" –tenían en cada mano, respectivamente, la bolilla con el número ganador y la del premio mayor. Las habían tomado previamente, pero fingieron extraerlas de los bolilleros cuando Navas cantó, con voz sonora:
-Treinta y un mil veinticinco.
Y Praino respondió, con el clásico alargue de la cifra del primer premio y el tono altisonante que merecía la situación:
-"¡Trescieeeeeentos miiiiiiiiil peeeeeesos!".
Pero este triunfo atribuido al azar, pero fruto de la trampa, no les trajo la prosperidad esperada. El affaire de los niños cantores, como se llamó en aquellos años en los que el horror de la Segunda Guerra Mundial apenas dejaba lugar, en las primeras planas de los diarios, para sucesos locales de excepción, fue descubierto muy pronto y los responsables (aunque no todos) fueron condenados a casi cuatro años que debieron purgar en la cárcel de Caseros.
Tiempos infames y el sueño de salvarse por el azar
La década del 40 en la Argentina había nacido con el estigma del fraude eleccionario y de diversos casos de corrupción. En 1942 continuaba la llamada "Década infame". En junio de ese año, el presidente Roberto M. Ortiz, asediado por una pertinaz diabetes que ya lo había dejado ciego, renunció oficialmente a su cargo –aunque hacía más de un año que no lo ejercía– y en su lugar asumió su vicepresidente, el conservador catamarqueño Ramón Castillo.
Para el bolsillo popular, la mano venía dura. El nombre de un tango estrenado ese año parecía ser una definición de la época: Mishiadura. Y para escapar de esta malaria nada era mejor que el escolazo. Y en aquel entonces, la manera más óptima que ofrecía el azar para salvarse económicamente era la lotería. Para dar una idea: la grande que sortearon ese 4 de septiembre era de $300.000, mientras que el salario básico de ese año rondaba los $200.
En consonancia con el contexto infame de esos años, la propia Lotería Nacional era objeto de sospechas de corrupción.
De hecho, el diputado radical por Santa Fe Agustín Rodríguez Araya había comenzado una investigación sobre esta entidad tras haber escuchado un comentario en la calle que contaba que la lotería adjudicaba decenas (la décima parte de un cartón entero) a personas amigas o relacionadas con el poder. Se suponía que el dinero de la Lotería iba a la beneficencia, pero estas personas vendían sus billetes para su propio beneficio.
En la sesión de diputados de fines de junio de 1942, en la que debía presentarse a explicar los supuestos desmanejos de la Lotería su responsable principal, el canciller Enrique Ruiz Guiñazú –que finalmente no asistió–, Rodríguez Araya afirmó: "Tienen decenas de parientes de expresidentes de la República, parientes de jueces, de exministros, un concejal de Balcarce, un cuñado de un ministro y también un señor que tiene pensión nacional, provincial y municipal".
La insistencia de este legislador por dilucidar el lado oscuro de la Lotería lo llevó a armar una comisión investigadora especial encabezada por él y conformada por los diputados Luciano Feltier, Roberto Lobos, Fernando de Prat Gay, Jacinto Oddone y Atilio Giavedoni.
La comisión se formó a finales de julio. Con los legisladores olfateando de cerca la Lotería, no era el mejor momento para organizar una estafa. Pero los niños cantores no se amedrentaron y planearon su golpe, que ya había tenido una precuela exitosa el 24 de julio, cuando en una maniobra similar a la del gran fraude que cometerían en septiembre se habían quedado con los 5000 pesos del premio mayor, con el número 27.977.
No eran tan niños los estafadores
Eran nueve los "niños cantores" que organizaron la estafa de aquel 4 de septiembre. Aunque es necesario hacer una aclaración: aunque solían usar durante los sorteos guardapolvos grises de escolares y pantalones cortos con mocasines y medias, los cantores no eran ningunos párvulos.
"Algunos hacía mucho que habían dejado de ser niños. Habría de enterarme posteriormente que existía entre ellos quien era padre de tres hijos", narró Rodríguez Araya en su libro Mientras los niños cantan: historia de una época, que publicó al año siguiente del suceso para contar los pormenores de su investigación sobre la corrupción en la Lotería.
Los "niños" –en promedio tenían entre 18 y 25 años– eran nueve por sorteo. Tres se ponían al frente –uno delante del bolillero más grande, el de los números; otro en el más pequeño, el de los premios, y un tercero en el centro, donde había un tablero para acomodar las bolillas que iban saliendo. Los tres podían rotar con los que estaban fuera de escena en cualquier momento, no había turnos específicos. Eso fue muy bien aprovechado para llevar adelante la tramoya.
El plan había comenzado un tiempo antes. Para definirlo, los cantores se reunieron muchos días anteriores del sorteo en el Café de los Angelitos, de Rivadavia y Rincón, con una pieza fundamental de la trampa: el maestro tornero Sabino Lancelotti, italiano de 21 años que trabajaba con el cantor Navas en el mismo taller, y que se encargó de hacer una imitación perfecta de una bolilla de lotería, pero en blanco, para poder sustituir la famosa bola 31.025 sin que nadie lo notara.
Una maniobra de prestidigitación
Poco antes del 4 de septiembre, algún amigo o pariente de los complotados compró el billete entero del 31.025 en el local de Avenida de Mayo 744. El día del sorteo, una hora antes del comienzo, el cantor Ricardo López hizo el cambiazo. Las bolillas de los números estaban ordenadas en una caja sin cerrojos en el mismo edificio del sorteo –en Rivadavia 1665–, antes de ser vertidas en el bolillero. López extrajo la 31.025 y colocó en su lugar la esfera en blanco.
Las bolillas de los premios, en cambio, estaban con llave, por lo que hubo que echar mano de un ardid alternativo para obtener la bola con el monto de "la grande": tenía que hacerse en pleno sorteo.
Fue así que, una vez iniciado el acto, ante la multitud que había asistido, cuando el bolillero de los premios escupió la cifra mayor, el niño que la sacó, Francisco Mañana, en lugar de cantar los 300.000 anunció un premio común de 100 pesos. Pasó diestramente la bolita a quien estaba en el tablero –Navas–, que la colocó con el número hacia abajo, de manera de que nadie viera la cifra inscripta en ella.
En ese momento, Navas le hizo una seña sutil a López, y cuando este llegó a reemplazarlo en el tablero, el joven saliente, con destreza digna de un prestidigitador, tomó la bola de "la grande", a la vez que Mañana le pasaba a López una bolilla de premio menor sacada del bolillero para sustituir la que había sustraído Navas.
La maniobra dolosa con las bolillas fue tan parecida a un acto de magia que cuando los jóvenes volvieron a reconstruirla ante el juez de la causa, Ramón Vázquez, el magistrado no pudo advertir el momento justo del cambio y les pidió que lo hicieran de nuevo, pero "más despacio", según consigna la edición del Diario Crítica del 10 de septiembre de ese año..
Ya con las dos esferas indicadas en poder de los organizadores del tongo, el sorteo continuó. Un rato después, Navas y Praino, con las bolillas respectivas empalmadas, pasaron al frente del sorteo, simularon sacarlas de los bolilleros y cantaron, con fingida sorpresa y auténticos nervios, la cifra ganadora.
Mucha gente le jugó a la gallina
Lo que no sospechaban los muchachos era que mucha gente se había enterado de que algo raro había pasado en ese sorteo de la Nacional. Sin ir más lejos, al día siguiente el Diario Crítica, en un pequeño recuadro, anunciaba: "El 025, número anticipado desde ayer, salió en la grande".
La publicación daba cuenta de que era enorme la cantidad de gente que había jugado en la previa al 025, y no precisamente porque todos hubiesen soñado con gallinas (el significado de aquel número en la quiniela), sino porque había corrido la voz. Tanto que, incluso, muchos levantadores de juego se habían negado a tomar las apuestas a ese número.
El propio Enrique Tambone, capataz de los cantores y uno de los organizadores de la estafa, confesó, días después: "Me gusta hacer gauchadas, por eso difundí entre mis amigos que saldría el 025".
Los cantores "cantaron"
Tampoco se le pasó por alto la maniobra a Rodríguez Araya, que cuando a las sospechas difundidas por Crítica se sumó que la hermana de uno de los cantores había ido a cobrar una decena del premio, decidió interrogar él mismo a los autores del fraude.
Fue así que, tres días después del sorteo, demorados y acorralados por las pruebas, "los cantores cantaron" y el dinero fue recuperado tras diversos allanamientos en los domicilios de los implicados. En el jardín de la casa de uno de ellos, por caso, se encontraron 53 mil pesos enterrados. Los premios habían sido cobrados urgentemente por los mismos ganadores del premio o por allegados.
A pesar de que mucha gente participó o se benefició con este fraude, solo fueron a prisión ocho personas, todos ellos "niños cantores", con penas de entre 3 años y medio y 4 años de cárcel. Los que terminaron "a la sombra" en Caseros fueron Miguel Adaga, Francisco Scalise, Enrique Tambone, Enrique Steimberg, Ricardo López, Andrés Pérez, Nicolás Praino y Ángel Navas. Francisco Mañana se salvó de la prisión por ser menor de edad: tenía 16 años. Era el único que estaba un poco más cerca de pasar por niño.
A pesar de haber descubierto el fraude, Rodríguez Araya fue compasivo con los muchachos. "Ellos no vivían en el hampa, ni de allí venían; y sin embargo sus espíritus honrados se contaminaron en el ambiente corrupto de la Lotería", escribió en su libro.
La justificación –o excusa– de sus acciones que le dio al legislador santafesino uno de los cantores habla mucho del espíritu de aquella época, y quizá también de la actual: "¡Qué quiere! Casi todos viven bien y gastan más de lo que tienen, y todos los ven y nadie dice nada... ¡Nosotros también tenemos derecho a pasarla bien!".
El crimen, en tres momentos
Un plan audaz
- El sueño de hacerse rico: Algunos de los jóvenes que integraban el cuerpo de "niños cantores" de la Lotería cambiaron las bolillas del 31.025 y del premio de $300.000 por bolas hechas por un tornero amigo
Lotería, en el foco
- Investigación por corrupción: El diputado radical santafesino Agustín Rodríguez Araya creó una comisión para investigar irregularidades en el ente del juego; en ese contexto se ejecutó la estafa de "La grande"
Número repetido
- "La gallina", a la cabeza: Los "cantores" ejecutaron con brillantez su timo con las bolas; pero en la quiniela ya todos sabían que iba a salir el 025; uno de los implicados hizo correr la voz. Y perdieron
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