Juicio al “Hombre gato”. De culpar a los vecinos a maullarles a los guardias: la metamorfosis de Gil Pereg
Hasta que los cuerpos de las víctimas fueron encontrados, el acusado actuó con normalidad y se manifestó ajeno al hecho; una vez detenido y, en especial, desde el procesamiento, comenzó a manifestarse como un felino, hasta hoy
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Durante las dos semanas del agobiante enero de 2019 que se extendió la búsqueda de Phyria Saroussy y Lily Pereg, las hermanas desaparecidas al día siguiente de su arribo a Mendoza, Nicolás Pereg —o Gilad Pereg Saroussy, según como fue inscripto tras su nacimiento en Israel— se mostró hosco, pero centrado. Juraba que después de haber pasado un día con ellas, había acompañado a su madre y a su tía a la parada del ómnibus, ya que ellas se disponían a regresar a Buenos Aires. Insistía con señalar a los medios de prensa que cada día lo consultaban que él mismo solía ser blanco de delincuentes vecinos que lo hostigaban; señalaba una casa roja en la misma calle en la que él vivía, en la localidad de Guaymallén, y cuestionaba la inacción policial. Mientras culpaba a otros, solo él sabía que había matado a ambas mujeres con saña y las había enterrado y cubierto con concreto en su propio terreno.
Exmilitar en su país, estudiante de ingeniería electrónica, aprendiz de chef —tuvo un restaurante en la localidad mendocina de San Martín, donde decía ser noruego y llamarse Floda Reltih, que no es otra cosa que Adolf Hitler escrito al revés— este hombre que hoy tiene 40 años convivía, entonces, con casi 40 gatos, casi tantos como las armas de fuego que había adquirido legalmente y que tenía mayormente a resguardo en una armería “amiga”. Para poder acceder a la condición de legítimo usuario (LU) debió acreditar aptitud psicológica, algo que no hubiese conseguido haciéndose pasar por gato. Entre el 12 de enero de 2019, día probable del doble crimen, y el 26 de ese mismo mes, día del hallazgo, también convivió con los dos cadáveres, mientras intentaba desviar la investigación, simulaba desconocer qué había pasado y cuestionaba todo.
De hecho, durante la primera jornada del juicio, un oficial policial que le tomó la denuncia por averiguación de paradero de las hermanas lo calificó como “muy colaborativo y accesible a todo lo que se requería” y dijo que “se mostraba muy preocupado por encontrar a su tía y a su mamá”. Otro testigo sostuvo: “En ningún momento de esos días, mientras buscábamos a sus familiares, actuó como si fuera un gato”. Y un funcionario de la División Búsqueda de Personas relató: “Era coherente. Vestía extravagante y actuaba en forma extraña por momentos. Pero era muy inteligente y en un principio lo tomamos como testigo y víctima al mismo tiempo, aunque estábamos atentos a todo lo que decía y algunas cosas no cerraban”.
A partir de su detención comenzó la metamorfosis de Gil Pereg. Primero comenzó a exigir salidas de la cárcel para poder ir a alimentar a sus gatos; ante la negativa, pidió que se los llevaran a la celda. Ante el nuevo revés, él mismo comenzó a actuar como un felino. A fines de febrero de 2019, cuando la Justicia lo procesó por el doble homicidio y le trabó un millonario embargo, los funcionarios judiciales le escucharon sus primeros “miau”.
Se negaba a bañarse o asearse, manifestaba aversión por el agua (los guardias se la echaban desde la puerta para paliar, de alguna manera, el hedor que provenía de ese cuarto oscuro detrás de la pesada puerta de hierro) y adoptaba poses típicas de los gatos enojados: tiraba manotazos al aire, como si buscara arañar, y gruñía y bufaba. Fue el principio del “Hombre gato”.
Aunque había coincidencias de que estaban ante una persona con una psiquis muy especial —en rigor, ante alguien que había matado con saña a dos personas de su propia sangre, las había enterrado, lo ocultó con bastante éxito durante dos semanas— los especialistas en la mente criminal no lograban ponerse de acuerdo.
Mientras los peritos oficiales no advertían una patología que justificara una eventual incomprensión de la criminalidad que se le atribuía a Pereg, la defensa, ya en marzo de 2019, hablaba de serios trastornos psicológicos y psiquiátricos; incluso, de una informe de la policía de Israel, de 2009, que refería un estado de paranoia en el imputado.
Los incidentes con los guardiacárceles comenzaron a hacerse cada vez más habituales. Pereg tuvo un “estallido” de gritos y maullidos cuando la Justicia mendocina denegó su traslado a Buenos Aires. En marzo de aquel año su defensa pidió que lo trasladaran a una institución de Salud Mental. “Presentaremos un hábeas corpus pidiendo que lo deriven al hospital psiquiátrico El Sauce. El Servicio Penitenciario filtró un video y ahí se puede ver que no saben cómo actuar”, indicó entonces Maximiliano Legrand, uno de los abogados de Gilad.
Ese traslado, efectivamente, se realizó. Y Pereg tuvo, según sus defensores, mejorías transitorias que, sin embargo, no eliminaban el grave problema psiquiátrico de fondo que, en su opinión, lo exime de ser condenado por un delito. En paralelo, los investigadores del doble crimen creían, en cambio, que el exmilitar israelí estaba desarrollando una actuación magistral, más que una enfermedad mental incapacitante.
Los peritos de parte de la defensa sostienen que Pereg padece de parafrenia (un tipo de psicosis delirante crónica) y de licantropía, que refiere a los “hombre lobo” que le aullaban a la luna, aunque, más genéricamente, abarca a las personas que se creen animales y actúan como tales.
Sin embargo, psiquiatras del Cuerpo Médico Forense afirman que las parafrenias son irreductibles y, además, los delirios son crónicos, no se “instalan a conveniencia”. Sugieren que una forma de verificar el alcance de un trastorno grave —y de descartar que se trate del fruto de un entrenamiento actoral, de un “fuego de artificio”— es realizarle al paciente resonancias magnéticas funcionales por estroscopía para ver cómo está la morfología y el metabolismo cerebral.
“Una cuestión es que tenga un trastorno. Otra es que este trastorno sea de gravedad tal que le impida a la persona la comprensión y dirección de un acto criminal”, dijo a LA NACION un connotado psiquiatra forense.
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