Jorge Ríos: “¿Qué voy a ser un justiciero, si lo único que hice fue defenderme para que no me mataran?”
El herrero jubilado habló con LA NACION tras recibir la noticia de que el fiscal desistía de acusarlo por matar a un ladrón y se sumaba al pedido de sobreseimiento; “uno no nació para estar matando gente y esa mochila me acompaña hasta hoy”, sostuvo
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Dos años, diez meses y 21 días inexplicables. Más de 25.320 horas de una montaña rusa de sensaciones y sentimientos: terror, abatimiento, confusión, angustia, ansiedad, incertidumbre. Y ahora, el alivio y una serena alegría. Todo eso vivió y vive, en este momento, Jorge Adolfo Ríos, el herrero jubilado de 75 años cuya vida se volvió un calvario la madrugada del 17 de julio de 2020, cuando, a la tercera vez que entraron en su casa de Quilmes para robarle, se topó con los violentos asaltantes que lo molieron a palos, y a los que logró poner en fuga a balazos, a costa de segar la vida de uno de ellos en ese acto de legítima defensa, postura con la que ahora coincidió el fiscal Andrés Nueva Woodgate y que fue refrendada por el juez Rubén Darío Hernández, del Tribunal en lo Criminal N°3 de Quilmes.
Todavía intentaba prepararse mental y anímicamente para sentarse en el banquillo frente a un jurado popular a partir del lunes cuando, este mediodía, lo llamaron para darle una noticia que, a esta altura, no esperaba: que el fiscal había desistido de acusarlo y pedía su sobreseimiento. Solo queda un paso formal para que eso sea sentencia definitiva. La sorpresa le provocó una alegría que su cuerpo tuvo miedo de tolerar: le subió la presión y necesitó atención médica. Pero la contención de sus tres hijos le dio la serenidad necesaria para poder comenzar a disfrutar de esta nueva realidad. En ese contexto, aceptó la llamada de LA NACION.
“Ahora puedo respirar y conversar, pero hace un rato fue todo puro vértigo. La noticia fue un cimbronazo que me levantó la presión”, reconoció. No quiere hablar mucho de lo que pasó. Esos recuerdos lo acosan, le pesan. “Dicen que fui un justiciero, pero, ¿qué voy a ser un justiciero, si lo único que hice fue defenderme para que no me mataran?”.
Cuando el teléfono fijo de su casa –la misma donde una violenta banda de asaltantes casi lo mata– sonó este mediodía, Jorge estaba con Graciela, una de sus hijas, hablando del juicio programado para el lunes 12.
“Estábamos preparándonos, viendo cómo organizarnos para ir, a qué hora teníamos que salir, cuánto tiempo tendríamos que estar en la sala. Yo no quedé bien después de lo que pasó. Ando con un problema que me dejó esto”, cuenta. Es que desde los últimos meses perdió gran parte de la movilidad de sus piernas y se mueve con un andador; ya estaba operado de columna, por una hernia de disco, y la mayoría de los golpes que le dieron aquella madrugada fueron ahí.
Nunca se pudo recuperar. Y en nada ayudó el contexto, una situación crítica en la que fue la víctima, aunque la Justicia lo trató durante casi tres años como el victimario, al punto de que dentro de cinco días iba a estar sentado en el banquillo acusado de homicidio agravado en perjuicio de Franco Martín Moreyra, el ladrón de 26 años que casi lo mata a patadas, trompadas y embates con una púa.
“No quiero hablar de aquella agresión, me trae malos recuerdos. Pasamos un tiempo bastante agrio. Fue un camino a recorrer con los abogados [Fernando Soto, Marino Cid Aparicio y Martín Sarubbi], excelentes personas, y ni hablar de su calidad de trabajo, para la que no tengo más que mi eterno agradecimiento. Fueron tres años de manejarnos con una justicia que conmigo no daba el brazo a torcer. Primero, la prisión domiciliaria, que tuve que pasarla en otro lado, porque yo vivo a 180 metros de donde está la guarida de estos delincuentes que tienen más años en la cárcel que en sus casas. Después, el fiscal que seguía encarnizado con mandarme a juicio. Y vivir, después de eso, con la amenaza de esta gente, que ya salió de la cárcel y hoy pasan por la esquina de mi casa”, dijo Ríos a LA NACION.
Es que el herrero jubilado, que ya tiene 75 años, todavía vive a 200 metros de la villa La Vera, de Quilmes, donde tenía su guarida la banda que integraban Moreyra, Christian Javier Chara, Claudio Nicolás Dahmer y Martín Ariel Salto. Ellos ingresaron a la casa de Ríos dos veces la misma madrugada, a las dos y a las cuatro; a las cinco y media, Moreyra y uno de ellos volvieron a entrar. El desenlace fue trágico.
Como revela el propio expediente, los dos que escalaron el muro perimetral y se soltaron dentro de la vivienda de la calle Ayolas “comenzaron intimidarlo con una destornillador y tras causarle varias lesiones, en el dorso de la mano derecha, antebrazo derecho, codo derecho, muñeca derecha, en región pectoral y frontal, intentaron sustraerle bienes del interior de la propiedad, no logrando el desapoderamiento, atento la resistencia ofrecida por Ríos, actitud con la que consiguió poner en fuga a los asaltantes”. En esa “resistencia”, Jorge tomó una pistola 9 milímetros que tenía para defenderse (ocho meses antes había sido víctima de una entradera) y disparó al bulto, con el solo objeto de defenderse de esos jóvenes corpulentos y ultraviolentos que lo estaban moliendo a golpes.
“Cuando disparé, adentro de mi casa, tirado en el piso, fue para sacármelo de encima porque me estaba matando. Acá adentro me pegaron una paliza terrible. Habían pasado por el techo de la vecina y pensé que le habían entrado en la casa. En un momento salí a la calle. No tuve la más feliz idea que ir a ver, y lo hice con el arma en la mano. Yo no sabía cuántos eran. Encuentro a este hombre tirado en la esquina… Yo estaba conmocionado, me habían reventado a palos… Pero el fiscal se encarnizó conmigo y me mandó a juicio”, rememoró Jorge.
Mientras él estaba imputado por un delito para el que se prevé la pena máxima del Código Penal, a los tres cómplices de Moreyra los condenaron a tres años y ocho meses de prisión por los violentos robos. Ya salieron, el año pasado. Para Ríos, el calvario judicial recién ahora está a punto de concluir.
Tiene menos salud que hace 34 meses y 21 días; y tiene menos plata para cubrir cada vez más gastos con su magro ingreso como jubilado. Lo ayuda su familia: sus dos hijas, su hijo y sus cinco nietos son un sostén anímico y, además, logístico y material. Y desde hace un tiempo también lo acompaña Petra, una pitbull que es compañía y, también, una guardiana.
“Uno no nació para estar matando gente y esa mochila me acompaña hasta hoy. Uno es humano y lo sentí muchísimo. Son circunstancias terribles, no se lo deseo a nadie”, recordó Ríos.
Todavía sigue fuerte en Jorge y su familia la idea de irse del barrio en el que construyó su familia y su vida. Esa zona de Quilmes Oeste se volvió demasiado peligroso seguir ahí. “En aquel momento, donde tuvimos acercamiento con el ministro de Seguridad [Sergio Berni], me pusieron guardia personal adentro de mi casa, por las amenazas, porque estos muchachos son bravos; durante un año y tres meses tuve a los policías dentro de mi casa, conviviendo. Mi hijo tenía acá un taller, que lo tuvo que levantar. Esto nos destrozó la vida, cambió nuestro sistema de vida. Yo soy jubilado, y los ingresos son cada vez menores. Y tuve que transformar mi casa en un búnker, con cámaras de seguridad, un chapón en la entrada, trabas… Ha venido gente de mi familia a vivir conmigo para darme compañía y más seguridad, porque para amedrentar, parece que esta gente tuviera una logística preparada”, afirmó el herrero.
Ríos está agradecido a los abogados y a sus hijos, que “son de fierro”; también al barrio, que, lo trató “de maravillas”. Pero, igual, sabe que, ahora más tranquilo, tendrá que volver a sopesar seriamente la idea que amasa desde aquella madrugada trágica: “Vamos a ver qué decisión tomamos. La de irnos estuvo siempre. El valor de la propiedad cayó por la zona. Uno se rompió el lomo toda la vida para tener una casa decente para cuidar a los hijos, una hogar como uno quiere, pero hay que caer en la cuenta de que uno vivo en un lugar complicado. Aunque, ¿dónde hay un lugar más tranquilo? Hoy está bravo en todos lados”.
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