La vereda impar de Manuela Pedraza al 5800, en Villa Urquiza, a un puñado de cuadras de Saavedra y sus chalets de techos de teja, fue hace veinte años el epicentro de un crimen conmocionante. Hoy la zona luce tranquila y sus vecinos afirman que la inseguridad, quizás, no acecha ahí tanto como en otros barrios porteños. Pero quienes vivían allí el 27 de marzo de 2000 fueron testigos de un horror que incluso hoy es imposible de comprender. Todos prefieren olvidar lo que pasó en aquel PH de paredes blancas, puertas verdes y persianas que parecen no ser abiertas nunca. Y quienes llegaron después y no fueron testigos directos de aquel sangriento episodio prefieren no saber.
Aquel día, las hermanas Silvina y Gabriela Vázquez asesinaron a su padre, Juan Carlos. Creían que la casa que alquilaban estaba poseída por entidades malignas. Silvina, la menor, le asestó unas 150 puñaladas en todo el cuerpo con el propósito de quitarle el "muñeco diabólico" que creía que él llevaba dentro de él. Fue mucho más que un parricidio: como definieron conocidos criminalistas forenses, fue un caso de "locura de a dos" en el que ambas, sugestionadas hasta el paroxismo por un delirio místico y una alucinada amenaza demoníaca, montaron un sangriento ritual de purificación al que la víctima, su propio padre, de 50 años, se entregó mansamente, con resignación.
Nadie quiere hablar hoy de ellas. Incluso, los abogados, peritos y funcionarios judiciales que participaron de la investigación de este drama se excusan, al amparo de un acuerdo de confidencialidad con el que hace más de una década procuraron proteger la salud mental de quienes entraron en la historia criminal argentina como las "hermanas satánicas". Ellas ya no están sujetas a investigación alguna ni están encerradas: fueron declaradas inimputables. Y volvieron a mezclarse entre la gente.
Según pudo saber LA NACION, tras el hecho, y una vez separada de su hermana menor, Gabriela recobró progresivamente la lucidez y se estabilizó psiquiátricamente. Tuvo una hija con una pareja que, al enterarse de lo que había protagonizado la mujer 20 años atrás, decidió alejarse.
En tanto, Silvina recibió el alta de la ex U27 (el pabellón penal que funcionaba en el neuropsiquiátrico Moyano) en 2003 y continuó sus estudios en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Públicamente no se supo más de ella, o de su estado de salud mental. Las hermanas nunca más volvieron a tener contacto entre sí.
Ya no viven, por supuesto, en aquel PH oscuro que después del crimen estuvo cerrado más de seis años, sujeto al expediente judicial, primero, y al morbo y a la fantasía, después. Una casa que nadie quería alquilar, aun cuando su dueño intentó hacerle una "limpieza espiritual", según supo LA NACION.
Estaba todo tirado, había Biblias... todo revuelto
"Había mucha sangre por todos lados. La casa tenía dos pisos; estaban trabajando los peritos, estaban los espejos rotos y puestos con la parte reflectante hacia abajo. Estaba todo tirado, había Biblias... todo estaba revuelto. Es un hecho que marcó mi carrera y seguramente nunca vaya a olvidarlo por lo impresionante que fue entrar en esa casa", relató una calificada fuente de la investigación.
Los vecinos que viven desde aquella época en la cuadra de Manuela Pedraza al 5800 tampoco olvidan. "Estaba en mi casa y de pronto vi que la calle se había llenado de policías. En el barrio nunca había pasado nada y de repente se hablaba de ritos satánicos. Me da mucha impresión, le tengo terror a todo eso. A la casa la cambiaron mucho por dentro, pero los dueños no hablan de lo que pasó", contó una vecina.
"Me acuerdo de que el policía que tenía que custodiar la entrada venía con rosarios colgados porque temía que el diablo todavía estuviera ahí, dentro del PH. El día que pasó todo, cuando salí de mi casa se veía desde una ventana que el hombre estaba tendido en el piso, bañado en sangre, y a una de sus hijas con el cuchillo en la mano", relató un hombre que sigue en el barrio.
Se veía desde una ventana que el hombre estaba tendido en el piso, bañado en sangre, y a una de sus hijas con el cuchillo en la mano
Otra residente de la zona recordó que durante mucho tiempo la gente iba especialmente al lugar y los autos que pasaban por la cuadra aminoraban la marcha para mirar el frente de la propiedad. "Era la casa del terror. Nosotros no hablamos del tema con los dueños porque, la verdad, fue una situación muy fea para ellos. Una desgracia. Para todos".
Una escena tétrica
Aquella noche del 27 de marzo de 2000, los vecinos de aquella cuadra no podían dormir. Se oían voces, gritos, llantos, cánticos y rezos que provenían del departamento 1 de Manuela Pedraza 5873. Era una exaltación incomprensible. Alguien levantó el teléfono y llamó a la policía.
Los agentes de la comisaría 49a. llegaron en el clímax del crimen satánico. A través de la ventana vieron que una mujer, que luego sería identificada como Silvina, de 21 años, acuchillaba sin parar a un hombre mayor, su padre. Era una escena de paroxismo total. Los uniformados irrumpieron al mismo tiempo que daban aviso al juzgado penal de turno, a cargo de Julio César Corvalán de la Colina.
Los tres se encontraban ensangrentados y desnudos, estando las detenidas, Silvina y Gabriela, muy alteradas gritando frases como: ‘Satán está acá'
LA NACION tuvo acceso a la resolución del expediente, quizás el más conmocionante en el inicio del nuevo siglo. "Los tres se encontraban ensangrentados y desnudos, estando las detenidas, Silvina y Gabriela, muy alteradas, gritando frases como ‘¡Satán está acá, salió de él, y ahora está en ella!’ o ‘¡Que salga el diablo, que salga el mal!’", detalló un policía luego del hecho.
Oficiales y suboficiales de vasta trayectoria, de ojos entrenados y memoria curtida, afirmaban no haber presenciado jamás algo siquiera parecido.
La escena era tétrica: al pie de una escalera, en una sala oscura, las dos hermanas, pálidas y bañadas en sangre, miraban los despojos de su padre, restos arrancados por ellas mismas, partes humanas esparcidas por el piso, junto a un sinfín de objetos esotéricos y de libros que aludían tanto a la magia blanca y la magia negra como a los ascetas o a San Benito de Nursia, un santo al que se le atribuía el poder de haber alejado el mal de sí y de sus discípulos tanto por la unión en la fe como por prácticas exorcistas.
Según relataron las hermanas en sucesivos encuentros con especialistas, creían que en esa casa que alquilaban pasaban cosas extrañas e inexplicables: estallaban las lamparitas de luz, desaparecían cosas, había ruidos; sin acción humana perceptible, juraban, las camas se movían, las cortinas se corrían y el ventilador se apagaba.
Las hermanas decidieron entonces ir a hablar con Jorge Eduardo Scarcella, el dueño de la propiedad. "El día anterior al suceso me tocaron timbre para preguntarme si en el domicilio donde vivíamos había muerto alguien, o si en el terreno hubo en algún tiempo un cementerio. Les contesté que antes funcionaba un taller de pulido de vidrio. Ahí me informaron que habían ido a ver a un cura y que les había dicho que en la casa rondaba un alma en pena y que para que se fuera debían rezar constantemente", declaró el propietario del PH.
Scarcella recordó que Silvina había ido a pedir ayuda a la Parroquia Santa María de los Ángeles, situada en Manuela Pedraza y Rómulo Naón. Allí, un sacerdote le explicó que debían purificar la casa con agua bendita y rezar mucho, y les recomendó asistir al Centro Alquímico Transmutar, donde efectivamente tomaron cursos.
"Para purificarnos teníamos que bañarnos en elixir blanco. Lo hicimos durante veinte días y la casa mejoró un montón, pero algo falló porque a mi hermana se le metió algo. Dormíamos los tres juntos, por miedo; vimos la cara del diablo en el espejo. Después de eso papá lo rompió", relató Gabriela, que hacía un mes había cumplido 29 años.
Para purificarnos teníamos que bañarnos en elixir blanco. Lo hicimos veinte días y la casa mejoró un montón, pero algo falló porque a mi hermana se le metió algo. Dormíamos los tres juntos por miedo
Pero, pasaba el tiempo, y las cosas, lejos de mejorar, se ponían más tétricas. Gabriela contó qué pasó, según la decodificación que su mente hizo de lo que percibía, con su padre luego de que rompió el espejo para dejar de ver al diablo: "Se puso rojo y empezó a vomitar, vomitaba mucho, escupía sangre. A mi hermana le agarró desesperación, estaba en trance. Siempre nos hicieron porquerías, brujerías. En la iglesia nos mandaron a Transmutar y por eso, por querer estar mejor, mirá lo que nos pasó. No era mi hermana, Silvina parecía otra, tenía otro tono de voz", continuó.
Una vez consumado el crimen, en la vivienda se encontraron velas blancas, Biblias, pócimas, elixires y frascos con sustancias transparentes. Las jóvenes tenían una explicación para eso.
"Había que rezar siete padrenuestros, siete avemarías, un pedido a Dios y siete glorias. Pero yo veía una bola dentro de papá, era como si tuviera un muñeco. Le daba San Espiridión y no se le pasaba. Había que sacar a papá de ahí... rezábamos, nos tomábamos de las manos y no pasaba nada", declaró Silvina. Así, dijo, comenzó el horror aquella noche del 27 de marzo.
Develado el horror, se pudo constatar que el PH era un caos. El baño estaba lleno de materia fecal y vómitos. Todos los espejos estaban rotos. En uno de los ambientes había tres colchones, donde dormían los tres juntos. Ese lugar de la casa parecía su último refugio, en el que padre e hijas entraron en una relación simbiótica, como si eso fuese el único antídoto contra el mal. En la otra habitación, sobre una cama, había una cantidad inexplicable de ropa. También había elementos para el ritual que llevarían adelante con el objetivo de expulsar al diablo de las entrañas de Juan Carlos Vázquez. El principio del fin.
Papá se entregó como un cordero y le empecé a cortar la piel
Según las propias palabras de Silvina, el demonio quería poseerla, someterla sexualmente; finalmente, dijo, logró entrar en su cuerpo. Pero eso no la detuvo en su misión mística: "Papá se entregó como un cordero y le empecé a cortar la piel. Lo corté para descascarar al muñeco y ver a papá otra vez", señaló, tratando de explicar lo inexplicable.
En la escena del crimen la policía encontró a Juan Carlos sin vida, con su mano aún aferrada a la baranda de las escaleras. La sangre le chorreaba hacia las piernas, lo que daba a los expertos de la escena del crimen el indicio de que la mayoría de las heridas habían sido vitales, y con el hombre de pie. Tenía cortes en todo el cuerpo, hechos con un cuchillo Tramontina. El torso y el abdomen estaban "escritos" a filo y sangre, aunque los signos eran incomprensibles. El cuerpo desnudo tenía un corte en la ingle; pero no había indicios de actividad sexual ni en la víctima ni en sus hijas. El móvil no era la lujuria, sino la "purificación".
Al cadáver le faltaba parte del cuero cabelludo, también la oreja derecha. El rostro, mutilado con tajos de arriba hacia abajo, y una de las mejillas, la izquierda, con signos de mordeduras. En el pecho, la víctima tenía un dibujo: un círculo que encerraba un triángulo, una suerte de pentagrama esotérico. En el cuello, a la altura de la carótida, la herida final.
Fuentes de la investigación precisaron que los cortes que le había hecho Silvina a su padre no eran profundos. Tal cual relató ella, había intentado "descascararlo". Como si fuera evidente que no quería hacerle daño a su papá, sino quitarle el mal de las entrañas.
El principal Lucero, uno de los agentes de la comisaría 49a. que llegaron a la escena con el jefe de la seccional, comisario Juan Carlos Hamerschmitd, declaró que cuando lograron llegar a las jóvenes, Silvina decía "¡Ángel de Luz!, ¡Hermana, hermana! ¡Liberamos a papá del demonio, y ahora te voy a liberar a ti!". Y, en trance, lanzaba: "¡Demonios, demonios, no se metan! ¡Ahora papá va a renacer y será un hombre bueno!". "Recemos por mamá... ¡Mamita, mamita, te vengamos!". La referencia era obvia: la gran ausente en ese núcleo familiar era Aurora Gamarra, esposa de Juan Carlos y madre de Gabriela y de Silvina. Ellos creían que la mujer había sido objeto de "trabajos", de brujerías que buscaban causarle el mal; con su muerte, las hermanas se lanzaron al sendero de la búsqueda espiritual, y rápidamente llegaron a la magia y al esoterismo.
En cuanto fueron reducidas y tranquilizadas, las hermanas Vázquez fueron trasladadas al Hospital Pirovano, ubicado en Monroe 3555, en Coghlan. Allí fueron sometidas a peritajes psicológicos y psiquiátricos y permanecieron internadas -y detenidas-, contenidas por el equipo de salud mental.
María Emilia Bertucci, psicóloga del Pirovano, detalló en su declaración judicial: "Recibí a Silvina y no paraba de cantar '¡Oh, Señor, te amo Señor, ya se fue Satanás!'. También me contó que su padre estaba poseído y que al sacar a Satanás del cuerpo de su papá, entró en el de su hermana". Agregó que, luego, la menor de las chicas Vázquez debió ser atada a una camilla y medicada; cíclicamente tenía nuevos ataques, el delirio se apoderaba de ella y decía que cualquiera en la sala del hospital podía estar poseído.
"Satán gobierna el mundo, el mal nos busca para destruirnos. Necesito un exorcista y Silvina también lo necesita", decía Gabriela por aquellas primeras horas, aún presa de la locura de la cual había sido protagonista.
Después de varios días, los médicos emitieron su informe al juzgado. "Ambas presentan índices médicos legales de peligrosidad para sí y/o para terceros. Se recomienda la internación psiquiátrica en un instituto de máxima seguridad". Al recibirlo, el juez Corvalán de la Colina dispuso el traslado de Silvina y Gabriela a la Unidad 27, que en aquellos años ocupaba un pabellón del neuropsiquiátrico Braulio Moyano. Allí se realizó un nuevo informe psiquiátrico con precisiones sobre la patología de cada una de las hermanas.
Con el correr del tiempo, se estableció que Gabriela, la mayor, no había participado directamente del asesinato de su padre. Según los médicos, su actuación "fue producto de la influencia recíproca entre ambas hermanas, teniendo en cuenta que al estar juntas se retroalimentaban, produciendo el delirio de ambas un estallido psicótico en Silvina".
La autopsia de Juan Carlos Vázquez
En tanto, la autopsia sobre el cadáver del padre de las jóvenes, realizada por el médico forense Oscar Agustín Lossetti, reveló que la muerte había sido consecuencia de una hemorragia externa por múltiples lesiones de arma blanca en la cabeza y en el cuello.
Se trata de un homicidio posiblemente con consentimiento del hecho por parte de la víctima
Es cierto que, para los especialistas tanatólogos, el cuerpo despojado de vida "habla" y les da indicios de lo sucedido. Con el avance de la necropsia Lossetti obtuvo más datos: "Se trata de un homicidio posiblemente con consentimiento del hecho por parte de la víctima. La gran mayoría de las lesiones son vitales. La víctima se desnudó por sus propios medios. La víctima no se ha resistido prácticamente a ser flagelada. Los restos humanos hallados sobre el piso, lejos del cuerpo, indicarían que los mismos fueron arrastrados por la sangre lavada y la acción de declive del piso. El desplazamiento de los muebles indica la preparación del lugar para la realización de los actos".
Sobre la base de esto, el perito expresó: "Se puede sostener que el padre estaba también contagiado, sugestionado e inducido por el delirio, y que en el deseo de terminar, quizás, con el tormento de la hechicería y el influjo del maligno, habría finalizado su obra terminando por ceder su cuerpo a sus hijas".
Luego de todas las pruebas recolectadas en el expediente 31.199/00, que consta de cinco cuerpos, el titular del Juzgado Criminal de Instrucción N° 46 emitió su resolución.
"Silvina y Gabriela Vázquez formaron una díada en la que se influenciaron recíprocamente con el tema demoníaco, en el cual creyeron con una convicción altamente delirante en la presencia del demonio, cayendo finalmente en el fárrago de los hechos ilícitos de su causa, y finalizaron por consumar un tétrico parricidio", explicó.
Corvalán de la Colina sostuvo que las hermanas Vázquez "no protagonizaron una conjura exorcista: solo produjeron una sucesión de actos desorganizados, disparatados y absolutamente psicóticos que culminaron con la patética muerte de su padre".
El juez, por eso, resolvió declarar inimputables a las dos hermanas, dado que jurídica y psiquiátricamente no pudieron comprender la criminalidad de sus actos. Dio por hecho que la autora material del parricidio había sido Silvina, aunque legalmente no había forma de hacerle pagar una pena por un delito que no estaba en condiciones de entender. A Gabriela, en cambio, la sobreseyó, porque dio por hecho que ella no había participado del asesinato. Sí mantuvo su decisión de que siguieran con la internación psiquiátrica.
El paso de los años también modificó eso. Sucesivamente, Gabriela y Silvina dejaron atrás el neuropsiquiátrico y, como pudieron, se reinsertaron en la comunidad. Llevan dentro de ellas un estigma ominoso. Un pasado que las colocó, sin haberlo buscado, en las páginas destacadas de la historia criminal argentina.
Edición visual: Fernando Gutiérrez y Jesica Rizzo.
Producción Audiovisual: Lucio Sepliarsky
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