Fue violada, pero decidió que no quería ser encasillada, alzó su voz y recorrió un proceso que ahora volcó en un libro
Hace siete años, Manuela Ponz fue atacada sexualmente por el chofer del taxi que había tomado a la salida de un bar de Colegiales; cuestiona la inacción del Estado, la revictimización a la que quedan expuestas las mujeres ultrajadas y la falta de voluntad política para impulsar cambios efectivos
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Primero hubo una puerta cerrada. Después, la convicción de abrirla a patadas. Afirma Manuela Ponz: “Me encontré con un Poder Judicial sumamente colapsado, con falta de recursos, pero sobre todo con falta de humanidad y contención, con preguntas que tenían más que ver con una culpabilidad hacia mí: qué fue lo que había hecho yo para que me pasara lo que me pasó”.
Lo que pasó fue una violación. La madrugada del 18 de abril de 2015, Manuela salió del bar Mamita, de Colegiales, y se subió al taxi conducido por Tito Franklin Escobar Ayllon. Antes de bajarse en Pueyrredón y Las Heras, Manuela se durmió. Al despertar, tenía al chofer encima de ella.
Insiste Manuela, de 27 años, empleada de la Biblioteca del Congreso: “El contexto era muy diferente del actual; estamos hablando de antes del primer Ni una Menos. Si hoy falta perspectiva de género, ¡imaginate en esa época! Había cosas que no se discutían, por lo menos en los términos que después vino a plantear el feminismo. Sin embargo, yo no era una mujer “rota”, era una mujer entera que exigía respuestas del Estado, y eso molestó mucho porque dejó en evidencia la falta de formación de todos los operadores judiciales: abogados, jueces, trabajadores sociales, psicólogos”.
Y agrega: “Mi caso también tuvo notoriedad porque yo era una especie de excepción, era alguien con un trabajo estable, con una historia de militancia en el sindicalismo (actualmente es vicepresidenta de la Comisión de Género de la Asociación del Personal Legislativo) y por eso tuve acceso a reuniones con funcionarios, pero hay mujeres que son violadas y a las dos horas tienen que entrar a laburar porque no tienen recursos. Si yo no me quedé llorando en una cama fue no solo por mí, sino también por el resto”.
El post trauma de Manuela consistió en un rearmado íntimo, en no creerse aquello que los demás repetían sobre ella.
“Una vez que te violan estás ‘marcada’, como si tu genitalidad te definiera. Un conductor de televisión llegó a decirme al aire que a mí me habían arruinado la vida. Eso es lo que esperan de nosotras y eso mismo es lo que me permitió despersonalizarlo: no me violaron porque era yo, sino porque era mujer, y eso tenía su origen en una cuestión cultural y política, en la que los hombres toman y dejan a las mujeres como si fuesen una especie de objeto. Lo que vino después fue la decisión de dejar de ser una víctima”, subraya.
Mientras la Justicia fracasaba en la búsqueda de Escobar Ayllon (aún hoy permanece prófugo), Manuela tuvo un hijo, empezó y terminó la carrera de Derecho en la Universidad de Buenos Aires y creó un blog para salir del enojo a través de la escritura.
“Entendí que no había cumplido con los estereotipos creados alrededor de una víctima de abuso sexual, esos que nos siguen poniendo en un lugar de desventaja. Hay un manual de la ‘buena víctima’: no se queja, espera sin exigir, no quiere relacionarse, tiene miedo; en definitiva, pierde el control de su vida. Todo lo que yo no quería para mí”.
“El lobby político se come nuestras vidas”
El pasado 3 de mayo, acompañada por su familia, sus amigos y sus compañeros de militancia, Manuela Ponz presentó en la Feria del Libro La mala víctima, una suerte de evolución de aquel blog o, en sus propias palabras, “algo que hice con aquello que hicieron de mí”.
“El libro –continúa– fue un cierre de ciclo; empecé a escribirlo como una terapia más y me sirvió para liberar cosas que no podía poner en el habla. Es una bitácora del dolor y de la mierda que tuve que atravesar y es, sobre todo, una crítica al Estado, a todas las herramientas con las que cuenta y no usa y a la falta de voluntad política. Cuando una habla de una reforma judicial feminista sabe que también es necesaria una reforma legislativa feminista. Es clave que estemos en la agenda de quienes nos representan. A través de esa ausencia, el lobby político se come nuestras vidas. No nos permiten a las mujeres y a las disidencias salir de ese espacio de víctima”.
Impulsoras del cambio
Tras haber sido violada, Manuela recordó la cara del violador y aportó que tenía acento extranjero. También había memorizado la patente del auto. A la policía le resultó fácil identificar a Escobar Ayllon, boliviano, de 52 años. Más difícil les resultó encontrarlo. Por eso, está vigente una recompensa de cinco millones de pesos para aquel que aporte datos esenciales para lograr su captura.
“Si me preguntabas a los 20 años, quería que le cortaran el miembro. Después, deseaba que fuera condenado a prisión perpetua. Hoy me doy cuenta de que ninguna de las dos cosas le va a cambiar la vida a ninguna mujer. La solución no viene desde un lugar punitivista, esa no es la cuestión de fondo”.
Amplía, al respecto: “Por un lado, la cultura de la violación existe porque nuestra ESI (Educación Sexual Integral) fue el porno, crecimos sin saber nuestros límites sexuales, creyendo que cuando una mina te dice que no en realidad te está diciendo que sí. Por otro, el punitivismo y la criminalización, en general, se aplican sobre una clase social, no sobre una conducta. Solo los violadores pobres son castigados; los ricos y los hijos del poder no van a la cárcel”, dice.
Por eso, agrega una reflexión final: “Somos las mujeres quienes nos hacemos cargo de las violencias que los varones ejercen sobre nosotras, no es el Estado. Somos nosotras las que pateamos puertas de despachos, organizamos ‘vaquitas’ para pagarles a los abogados, hacemos el ‘trabajo sucio’. Además, criamos pibes y cuidamos a otras mujeres, lo que nos quita tiempo para disputar el poder. Entonces, hermana, nos cagaron otra vez”.
“No me pagó y la violé”: la confesión del taxista ante su propia esposa
Mediante la resolución 374/2022, publicada en el Boletín Oficial el 24 de junio pasado, el Ministerio de Seguridad de Nación aumentó a cinco millones de pesos el monto de la recompensa para quienes brinden datos que sirvan para la detención de Tito Franklin Escobar Ayllón, sobre quien pesa una orden de captura nacional e internacional desde el 24 de abril de 2015 por el delito de abuso sexual agravado por acceso carnal.
Escobar Ayllón, de 51 años, nacido en Bolivia, violó a Manuela Ponz en su taxi marca Chevrolet Spin, que luego apareció abandonado en el cruce de las calles Chile y Saavedra, en el barrio porteño de Balvanera, no tan lejos de la localidad bonaerense de Sarandí, donde él tenía su domicilio.
Sin embargo, cuando la policía llegó para detenerlo, el hombre ya había desaparecido sin dejar rastros. Incluso dejó de percibir los beneficios sociales que cobraba en ese entonces.
Una semana después de la violación, su mujer se presentó de manera espontánea en la comisaría de Sarandí y declaró que Escobar Ayllón le había confesado que tenía “algo que ver” con el tema que “estaba en los medios”, pero le dijo que había tenido una relación “consentida” con esa chica.
Sin embargo –agregó la mujer en su exposición–, un rato después el taxista le reconoció que había abusado sexualmente de su pasajera. “No me pagó y la violé”, fue su justificación.
Según Manuela, “se trató de una especie de artimaña para disolver la causa, dándole tiempo para que se dé a la fuga”.
Durante unas vacaciones, la propia Manuela cruzó hasta Bolivia, país de origen del prófugo, a buscar información sobre su paradero. Allá, al igual que aquí, el resultado fue decepcionante.
En su libro La mala víctima, Manuela describió sus sensaciones con la marcha de la causa: “Nunca estuvieron ni cerca de decirme dónde está. Pasaron cuatro años desde que supe por última vez algo del juzgado. Siempre que pedí medidas de prueba las ordenaron. El problema es que los recursos son escasos”.ß
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