“Fue un lamentable error”. La explicación que le dio la policía a la viuda de una de las víctimas de una masacre con más de 270 tiros
Raquel Gazzanego, esposa del vendedor de libros Edgardo Cicutín, uno de los cuatro asesinados hace 28 años por efectivos de la ex Brigada de Lanús, declaró que un comisario le dijo que su marido “estaba en el lugar equivocado” cuando ocurrió el emblemático caso de gatillo fácil en Wilde; Claudio Antonio Díaz, el único sobreviviente, recordó que Cicutín, su acompañante en el auto baleado, gritó “¡me queman!”, cuando los efectivos le disparaban
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La viuda de una de las víctimas de la Masacre de Wilde, un emblemático caso de “gatillo fácil” cometido en 1994, cuando cuatro inocentes fueron asesinados por policías que los confundieron con delincuentes, recordó hoy al declarar en el juicio contra siete exefectivos de la Bonaerense, más de 28 años del hecho, que cuando se enteró del crimen la policía le dijo que se había tratado de un “lamentable error” y que su marido “estaba en el lugar equivocado a la hora equivocada”.
El “lamentable error” del que le hablaron a Raquel Gazzanego fue el que les costó la vida a su esposo, el vendedor de libros Edgardo Cicutín, al remisero Roberto Corbo y a los pasajeros Enrique Mendoza y Gustavo Bielsa, acribillados bajo una lluvia de balas –más de 270 tiros– el tórrido 10 de enero de 1994. El Peugeot 505 del chofer quedó lleno de agujeros de los proyectiles policiales y con la sangre de su conductor, como recordó Patricia de Ángeles, la viuda de Corbo.
Y las imágenes de ese “lamentable error”, uno de los episodios más bochornosos de la sangrienta historia de la “maldita” Policía Bonaerense en los años ‘80 y ‘90, es una pesadilla que, cada tanto, atrapa a Claudio Antonio Díaz, único sobreviviente de la Masacre. “¡Me queman!”: ese grito de su compañero, Edgardo Cicutín, lo persigue y lo agobia. Los tiros, los vidrios rotos, su Dodge 1500 atravesado por los proyectiles, la sangre. Lo inexplicable. Lo abominable.
Sus testimonios, fuertes, dolorosos, dieron inicio a la segunda audiencia de debate, que comenzó minutos después de las 10, cuando los jueces Marcelo Hugo Dellature, Luis Miguel Gabián y Claudio Fernández, del Tribunal Oral Criminal (TOC) N°3 de Lomas de Zamora, rechazaron los planteos de nulidad, de inconstitucionalidad y de prescripción de la causa realizados ayer cuando, tras más de 28 años de la masacre, comenzó el juicio oral en el que son juzgados los excomisarios Roberto Mantel y Eduardo Gómez; el exoficial Osvaldo Lorenzón; el exsubteniente Pablo Dudek; y los exoficiales Julio Gatto y Marcelo Valenga.
En la causa también está imputado el exsubteniente Marciano González, quien sufrió un ACV hace poco más de un año y aún resta que se entregue una pericia médica que indique si está en condiciones o no de afrontar el proceso. Hubo otros tres comisarios imputados, pero ya murieron y la acción penal se extinguió para ellos.
Los policías siguen alegando lo mismo que hace 28 años: que fue un “lamentable error”, que seguían a unos presuntos delincuentes, pero se equivocaron de objetivo. Lo que es inexplicable es la saña, la violencia desatada, los 270 tiros contra dos autos en los había trabajadores, personas desarmadas, inocentes. El paradigma del “gatillo fácil”.
El dolor de las viudas
“Les pido que sean justos, una justa justicia, por mis hijos y mis nietos. Para poder cambiar la sociedad”, fue lo primero que expresó la viuda de Cicutín al sentarse frete al tribunal.
”Yo era una esposa-mamá que se ocupaba de su casa y de sus hijos, traía y llevaba a mi hija a patín, a mí me cambió radicalmente la vida porque él [su esposo] era el sostén de la familia y aparte trabajaba en negro, al día de hoy no tengo una pensión por Edgardo”, relató.
La mujer contó que en ese momento su hija mayor tenía 8 años y su hijo menor 8 meses y describió los momentos importantes de sus vidas que vivieron sin su papá.
”Gonzalo [el hijo] descree de las instituciones, porque una institución que tiene que cuidar mató al papá, fueron años muy duros, pero ya mejoró, tuvo psicopedagogas, hizo mucha terapia, era rebelde; nos cambió radicalmente la vida”, aseguró.
Sobre su esposo, Raquel dijo que “era un tipo bueno, bastante razonable”, que “vendía libros, antes ollas, antes telas y antes era carpintero” y que “nunca” lo vio armado: “No teníamos armas”, aseguró.
La mujer agregó que su esposo “nunca tuvo causas ni antecedentes, tampoco motivos para enfrentarse con la policía”.
“Lamentable error, esa fue la frase que el comisario que trasladaba a los detenidos para la reconstrucción del hecho me dijo”, recordó esta mañana Gazzanego, viuda del asesinado Edgardo Cicutín, al inaugurar la ronda de testigos del juicio que se lleva a cabo en los Tribunales de Lomas de Zamora, donde son sometidos a juicio siete expolicías.
Luego declaró Patricia de Ángeles, viuda de Roberto Corbo, quien recordó que se enteró de lo ocurrido con su marido por la tapa de un matutino en la que reconoció “la patente del auto” con el que él trabajaba como remisero.
“A la hora que siempre volvía de trabajar, a las 19, no había vuelto y me empecé a intranquilizar, nadie se comunicó conmigo […] al otro día le di los nenes (por sus dos hijos menores de edad en ese momento) a mis papás y fuimos a buscar a mi marido, no sabíamos dónde buscar”, declaró.
La mujer explicó que un vecino la llevó hasta la comisaría en la que encontró el auto de su marido “totalmente agujereado” y con “restos de sangre” en el asiento del conductor.
”Estaba lleno de balas el auto”, describió la viuda de Corbo y agregó que mientras ella buscaba un policía le dijo “lo siento señora”, por lo que “inconscientemente” ella ya sabía que su marido “no estaba vivo”.
“¡Me queman!”: el grito que todavía angustia al compañero del vendedor de libros
Claudio Antonio Díaz declaró hoy que nunca va a olvidar la frase “¡me queman!” que le oyó decir a Cicutín, quien iba con él en su auto cuando fueron atacados a balazos por los policías que los confundieron con delincuentes.
“Mi compañero me iba hablando del bautismo de su hijo, que se iba a hacer pronto […] El tránsito estaba parado, veo que en la esquina nos hacen señas como que había habido un robo o algo por el estilo y en ese momento empezamos a sentir muchísimos tiros, no eran dos, tres, cuatro ni cinco; eran muchos más. Miro para ese lado y le digo a Edgardo ‘¡gordo, nos están tirando a nosotros!’”, recordó Díaz, que conducía su Dogde 1500 y trabajaba con Cicutín en la venta de libros.
Tras esos primeros disparos, el Dodge se detuvo y Díaz descendió; ahí vio “un abanico de gente con armas” que les decían que se tiraran al piso. Los policías les preguntaron si tenían “fierros” y él respondió con una mezcla de ironía y pavor: “El único fierro que llevo es una lapicera”.
Siguió su relato: “Se escuchan unos gritos y en segundos se volvió a escuchar tiros, unos nueve disparos […] Justo en ese momento también escucho a Edgardo que se quejaba y la frase que nunca voy a olvidar de él, diciendo: ‘¡Me queman!’”, detalló.
Y explicó que Cicutín siguió quejándose, al tiempo que uno de los policías le decía “calmate gordito que ya viene la ambulancia”.
Luego, uno de los efectivos le dijo a otro “pará, pará, que ya está dominado”, en tanto cuando él se levantó lo vio a su compañero de espalda, tras lo cual lo subieron a un auto particular sin decirle lo que había pasado.
”Me llevaron a una comisaría donde me dijeron que había habido un error, después me dejaron en libertad y ahí vi mi vehículo todo agujereado”, añadió.
Díaz dijo que quienes los interceptaron “no eran coches de policía, ni tenían sirenas”, y que los efectivos “no dieron voz de alto ni venían uniformados” y eran “seis o siete personas armadas”; y remarcó que ellos no se resistieron.
Por último, Díaz expresó que hablar de lo sucedido es “abrir una caja que se abre de vez en cuando y que es un recuerdo extremadamente feo”.
El caso
La “Masacre de Wilde” ocurrió el 10 de enero de 1994 y tuvo como víctimas al remisero Corbo y a sus pasajeros, Enrique Mendoza y Gustavo Bielsa, quienes viajaban a bordo de un Peugeot 505, y al vendedor de libros Cicutín, que se trasladaba en un Dodge 1500, conducido por Díaz, el único que sobrevivió al ataque.
Los cinco fueron atacados a tiros por efectivos de la Brigada de Investigaciones de Lanús, que, aparentemente, los confundieron con delincuentes y les dispararon más de 270 tiros.
Todos los ex efectivos afrontan cargos por los delitos de “cuádruple homicidio simple y un homicidio simple en grado de tentativa”, por la única víctima del ataque que sobrevivió.
De acuerdo a los peritajes, los vehículos involucrados y las víctimas recibieron unos 200 impactos de bala calibre 9 milímetros disparados con pistolas y al menos un subfusil Uzi.
En principio, los policías que intervinieron en el hecho fueron detenidos, aunque la Cámara de Apelaciones y Garantías los sobreseyó y liberó.Además de quienes llegaron a juicio, estaban imputados el comisario César Córdoba, Carlos Saladino y Hugo Reyes, (ya fallecidos), todos integrantes de la brigada cuyo subjefe era el entonces comisario y actual abogado Juan José Ribelli, procesado y luego absuelto por el atentado a la AMIA y quien no estaba en el país cuando ocurrió el hecho.
Tras apelaciones de familiares de las víctimas, en 2003 y en 2007 volvieron a ser sobreseídos por la misma medida.
No obstante, la causa siguió su curso hasta la Suprema Corte de Justicia bonaerense, que en 2013 ordenó reabrir el expediente y anular los sobreseimientos al sostener que “aun cuando se considerase que el cuádruple homicidio investigado no configura un delito de lesa humanidad, es indudable que sí constituyó una gravísima violación de los derechos humanos”.
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