Femicidio en Martindale. La tristeza oculta de Silvia Saravia, según sus amigos del mundo del arte
"Apagada, un poco triste". Así la notó Hugo Petruschansky, su profesor de arte desde hacía años, y lo mismo comentaron sus compañeras al terminar la clase dedicada a Lygia Pape. Ese jueves 8 de octubre, vestida con ropa deportiva, Silvia Saravia participó poco y se desconectó apurada de la sesión de Zoom. Algo inusual en ella, que siempre demostraba interés por aprender. Dos días más tarde sería asesinada por su marido, Jorge Neuss, en el country Martindale.
"No la vimos bien, se fue volando después de la clase. Hace años que estaba con nosotras, pero era muy reservada. Si hubiéramos sabido que el marido era agresivo habríamos hecho algo", se lamenta Magdalena Cordero, expresidenta de la Asociación Amigos del Centro Cultural Recoleta. Incluso, observó, Silvia le había encargado a otra de las catorce alumnas treinta potes de cerámica para tomar el té, que quedó en pasar a buscar el viernes. "Esto fue planificado por su marido, él la mató", dice sin dudar Cordero, que nunca creyó en la versión inicial de un posible "pacto de suicidio". "Ninguna de nosotras fue al entierro -agrega-. Estábamos indignadas porque los enterraron juntos".
Igual de enojada se manifestó Gabriela Rangel, directora artística del Malba, quien describió como "una segunda muerte" el hecho de que la biografía de él recibiera más atención pública que la de su amiga. Una "gran lectora" interesada en la filantropía, la música y el arte, que la ayudó a recaudar fondos para realizar exposiciones de arte argentino en Nueva York cuando ella era directora de Artes Visuales de la Americas Society.
"Yo no hubiera podido hacer la muestra de Marta Minujín sobre el Minucode, en 2010, si ella no me hubiera ayudado. Y para la de Facundo de Zuviría, en 2017, ella misma aportó una cantidad apreciable", asegura Rangel a LA NACION, antes de definirla como una persona "adorable, de una finura impresionante, inteligente y perceptiva, discreta y comprometida con las cosas. Cuando se metía con algo, lo hacía a fondo".
Respecto de sus temas personales, se limita a decir que "ella trataba de disimular". Como consecuencia de esa extrema reserva, su muerte violenta alimentó todo tipo de rumores: que se había ido a dormir a lo de su hija Lucila -que lo ratificó en su declaración judicial-, en otra casa del mismo barrio cerrado de Pilar; que le habría pedido el divorcio a su marido; que tenían conflictos por dinero; que uno de sus hijos tiene "un tipo de leucemia raro"; que ese sábado fatal estaba buscando ropa en su casa para irse unos días al campo.
"Bárbara, radiante, feliz". Así estaba Saravia a finales de febrero, según Moniquita Holmberg. "Miro y miro la foto", agrega aún en shock en referencia a esa imagen de la pareja tomada hace poco menos de ocho meses, en el casamiento de su hija, donde Saravia luce sonriente un vestido en tonos rosas y blancos. "Yo los veía como un matrimonio bárbaro -asegura -. Ella siempre acompañando a su marido, y también con vida propia. Era una tipa bárbara, con cuatro hijos bárbaros. Súper copada, centrada. Después, la pandemia nos distanció a todos".
Aunque no era amiga íntima, por su profesión dedicada a las relaciones públicas vinculadas con el arte Holmberg frecuentaba a la pareja en reuniones sociales, como la gala anual de la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes, inauguraciones de muestras en el Malba y el Moderno, y ferias como arteBA y BAphoto. "Ella trabajaba en la Fundación del Hospital de Clínicas, con Patricia Bullrich en la campaña durante las últimas elecciones y en la organización Conciencia", recordó. En noviembre se encontró con ambos en la exposición de Gaby Grobocopatel, en el Centro Cultural Borges, y volvió a verlos durante el verano en Punta del Este. "Tal vez soy muy naive, ¡pero los veía muy bien!", insiste.
Siempre con un pie entre Buenos Aires y Nueva York, donde tenía un departamento en Manhattan y una casa en Long Island, Saravia almorzó en enero con Aimé Iglesias Lukin, sucesora de Rangel al frente de la Americas Society. Le confirmó que seguía en pie su compromiso de apoyar iniciativas vinculadas con el arte argentino, como lo venía haciendo desde 2007. Entonces reunió fondos para la muestra Beginning with a Bang!, curada por Victoria Noorthoorn.
"Era una mujer de un entusiasmo e interés genuinos por el arte, híper cálida y amorosa, inquieta, buena persona, plena de curiosidad", asegura ahora a LA NACION Noorthoorn, actual directora del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, tras reconocer su apoyo desde su cuenta de Facebook. Un interés que no parecía compartir su marido. "Yo no entiendo el arte moderno, no me gusta", le dijo Neuss a Petruschansky en 2017, durante la inauguración de la muestra de Zuviría en la Americas Society, cuando el historiador acompañó a Saravia en una maratónica visita a museos neoyorquinos. "Era muy curiosa y no quería perderse nada -recordó este último-, le gustaba aprender".
"La última vez que la vi fue el año pasado en el New Museum, cuando se presentó La Menesunda", recuerda el galerista Mauro Herlitzka, quien le sugirió vincularse con la Americas Society cuando ella le pidió consejo hace más de una década. "Era muy agradable, accesible, siempre interesada en actividades de fundaciones para sostener el arte y la cultura", agrega el representante de la obra de Minujín, íntima amiga de Saravia. "No hablo del tema -se limitó a decir la artista más popular de la Argentina-. Mi duelo continúa para siempre".
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