Femicidio en San Fernando: la marca de una mordida y lo que repetía un loro, pruebas de cargo en el juicio
La fiscalía pidió la condena a prisión perpetua para los dos acusados de violar y asesinar a Elizabeth Toledo a fines de 2018
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La fiscal Bibiana Santella invocó dos pruebas clave para fundar su pedido de condena a prisión perpetua para los dos acusados de haber violado y asesinado a Elizabeth Alejandra Toledo en el altillo que ella alquilaba en Virreyes, San Fernando, el 30 de diciembre de 2018: las marcas de una mordida y la “declaración” de un testigo impensado, un loro que estaba en la escena del crimen y que, cuando cesó el fragor del movimiento de policías y peritos en el lugar, no dejaba de repetir lo que le había escuchado rogar a la víctima en sus minutos finales: “¡Ay, no! ¡Por favor, soltame!”.
Santella, que también fue la instructora de la causa, por ser la fiscal titular de la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) de Violencia de Género de San Fernando, solicitó este mediodía la pena máxima para Miguel Saturnino Rolón, alias Mambo, de 53 años, que era pareja de la víctima, y Jorge Raúl Álvarez, alias Tío Jorge, de 65, que vivía en la misma casa que ellos.
En su alegato ante el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) N°6 de San Isidro, Santella los acusó de ser coautores de “abuso sexual agravado y homicidio agravado por el vínculo y por mediar violencia de género”, es decir, por femicidio. Más tarde, los defensores solicitaron las absoluciones de ambos imputados ante los jueces Federico Tuya, Débora Ramírez y Sebastián Urquijo, que darán a conocer su veredicto el 5 de noviembre próximo.
Mambo y el Tío Jorge no fueron los primeros imputados. A poco de descubierto el crimen, la policía detuvo a otros dos sospechosos, uno de ellos, un hombre que también vivía en otro cuarto de la casa 27 del barrio Presidente Perón, en Boedo y Gorriti, Virreyes Oeste. Ese hombre pasó pronto a segundo plano: dio una coartada para el momento del crimen y se supo, además, que dos semanas antes lo habían echado de la propiedad, justamente, por haber golpeado a Eli Toledo, de 47 años.
Pero la pesquisa giró y apuntó a Rolón. Y fue la ciencia forense la que lo incriminó: Toledo tenía estampada una mordida en uno de sus antebrazos y un peritaje odontológico concluyó que la lesión confirmaba que la víctima había intentado defenderse de una agresión y reveló que la impronta correspondía a la dentadura de Mambo.
Lo complicó, además, la declaración de uno de los policías de la comisaría 4a. de San Fernando, que estuvo en la escena del crimen antes de que llegara el médico legista y a quien Rolón le dijo, cuando nadie sabía aún cuál había sido el mecanismo de muerte, que a su pareja “seguramente” la habían “estrangulado”, gesticulando con sus manos. La autopsia confirmó que así había sido asesinada.
A Álvarez, en tanto, lo comprometió una prueba “clásica”: el peritaje de ADN confirmó que era los rastros orgánicos hallados en el cadáver de la víctima y en la escena del hecho tenían su perfil genético. Ya era sospechoso del crimen desde que una testigo lo vio entrar y salir de la casa a la hora aproximada de la violación seguida de muerte.
Álvarez declaró en el juicio que es inocente y que cuando llegó a la vivienda, Toledo ya estaba golpeada y muerta. Para explicar la presencia de su ADN en el cuerpo de la víctima, afirmó que había tenido relaciones sexuales consensuadas con Eli el día anterior al crimen, señalaron las fuentes citadas por la agencia Télam.
Lo que repetía el loro
El de Toledo fue el último femicidio de 2018 y el caso develó la vulnerabilidad de la víctima, una mujer con retraso madurativo que, según declaró su propio entorno, convivía con tres hombres que la sometían a maltratos que nunca fueron denunciados.
Eli fue hallada asesinada a las 6 del 30 de diciembre de ese año, tras una madrugada de tormenta, en una habitación de madera tipo altillo que alquilaba y que está ubicada en el segundo nivel de la casa 27 del barrio Presidente Perón. Estaba desnuda, boca arriba sobre uno de los colchones que había en el piso, en medio de un gran desorden y con visibles golpes en el rostro.
En el juicio, un policía ofreció uno de los detalles más singulares del caso. Explicó que mientras custodiaba la escena del crimen, a la espera de la llegada de los peritos, escuchó gritos desde el interior del altillo. Al revisarlo, encontró una jaula con un loro que repetía: “¡Ay, no! ¡Por favor, soltame, ay no!”. Los investigadores del caso creen que esa pudo haber sido la súplica de la víctima a uno de sus violadores y asesinos.
La autopsia, ratificada en el juicio por el médico legista Federico Corasaniti, jefe del Cuerpo Médico Forense de San Isidro, determinó que Elizabeth Toledo había sido violada, que le habían dado una paliza, que todas las lesiones que presentaba —incluso aquellas compatibles con el abuso sexual— tenían carácter vital y que la mujer había muerte por estrangulamiento manual.
Corasaniti fue quien encontró en el antebrazo derecho de la víctima las marcas de la mordida de quien debía ser uno de los asesinos, y que luego se develó que era Mambo Rolón.
Desde el inicio de la investigación, la fiscal Santella tuvo como sospechosos a los tres hombres que convivían con “Eli” en la casa 27 del barrio Presidente Perón. La mordida era un buen punto de partida para cimentar los cargos. Se le encomendó a la División Odontología Legal de la Superintendencia de Policía Científica de La Plata que coteje la impronta de la lesión con la estampa de la mordedura de cada uno de esos sospechosos.
Los peritos odontólogos hicieron con moldes una copia exacta de la dentadura de cada uno de los sospechosos y al comparar la mordida de cada uno de ellos con las marcas halladas en la víctima, llegaron a la conclusión de que coincidían en tres puntos con “el canino, primer premolar y segundo premolar” de la arcada inferior izquierda del imputado Rolón, según el peritaje al que accedió Télam.
Mambo había sido quien llamó al 911 para denunciar que había hallado a su pareja asesinada al regresar de trabajar como sereno en el Virreyes Rugby Club, ubicado a 100 metros de la casa. La mordida lo inculpó y la frase repetida por el loro no lo salvó, sino que lo complicó todavía más.
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