"Hace algunos años, la cocaína y el narcotráfico llegaron a mi zona, y todo se tornó más peligroso. El hip-hop me resguardó, porque es un movimiento artístico y político. Yo vi las drogas cuando todavía era muy chico, pero decidí esperar, esquivarlas. Prefería bailar y escuchar música en vez de frenar en una esquina para fumar", dice a LA NACION Iván, un joven cantante conocido en las calles del sur del conurbano como R.A., nombre con el que rubricó sus últimos dos discos de rap.
En una casa austera del partido de Florencio Varela , a metros de la estación de trenes Estanislao Zeballos, R.A. acaricia el pelo de su hijo. Mientras el chico lo mira fijo, él habla con tono frío: "No estoy a favor de la criminalidad ni de la autodestrucción. Como artistas tenemos un enfrentamiento de base con todos los gobiernos. Nuestros barrios están abandonados y creemos que si una madre o un padre no pueden alimentar a sus niños es porque las personas que deberían revertir esa situación –quienes retienen el poder político– están delinquiendo".
R.A. fundó junto a sus colegas del sur bonaerense una productora musical independiente, que bautizaron 4Skillz. Luego montaron un estudio de grabación profesional en el barrio Kilómetro 40. Las historias de vida que dieron forma a este equipo de trabajo son similares, duras. Y contienen, a su vez, la esencia humana de miles de jóvenes –prácticamente anónimos– que durante la última década se "salvaron" o encaminaron sus vidas a través de grafitis, del rap, el breakdance y la creación de pistas instrumentales.
"El hip-hop fue una salida para no terminar muerto o en la delincuencia", dice Ismael, que firma sus canciones como "W.Dee", y es otro miembro de la productora 4Skillz. Para explicar el alcance de los valores que adoptó durante su juventud, cuenta que recientemente, y con otros artistas, organizaron una convención de hip-hop con el objetivo de juntar alimentos para dos comedores populares de barrios periféricos ubicados en la localidad de San Francisco Solano, en el partido de Quilmes . "Nosotros apuntamos siempre a la unión; intentamos ayudar a otros y transmitir conocimientos. El festival S.F.S. salió tremendo, pudimos reunir muchísimas cosas para los comedores".
Un tercer miembro de la productora, Nahuel –alias Nago Forskillz–, dijo a LA NACION: "El hip-hop me llevó hacia un rumbo positivo, distinto. En un principio, a nivel físico, porque yo bailaba breakdance y entrenaba todos los días. Crecí en una villa de Quilmes y mis amigos pasaron de caminar y viajar en colectivo a comprarse una moto; pasaron de tomar vino a tomar champagne. Mientras tanto, yo avanzaba por todas las ramas del hip-hop, que te alejan de esos planos en los que es posible que te pierdas".
Si bien los miembros de 4Skillz reconocen que "el rap no recibe todavía el respeto que merece", también advierten que la explosiva masividad lograda por algunos artistas urbanos puede tener consecuencias negativas en los jóvenes si no es interpretada y utilizada correctamente por los cantantes. Por caso, el breakdance fue una de las disciplinas desplegadas en los recientes Juegos Olímpicos de la Juventud en Buenos Aires. Y las "batallas de gallos" que enfrentan en improvisaciones a raperos, cosechan cada vez más adeptos entre jóvenes de todas las clases sociales.
Al respecto, R.A. dijo: "Nosotros encaramos la música para transmitir valores de trabajo, de ‘familia’. La mejor herramienta para combatir el abandono en los barrios y la corrupción política es el conocimiento; y el hip-hop te ofrece una educación alternativa. Sin embargo, en la actualidad, veo cantantes que técnicamente son buenos, pero sus mensajes son violentos".
¿Por qué hip-hop?
En una investigación sobre grupos juveniles a la que LA NACION tuvo acceso exclusivo, el académico y especialista en planificación de políticas públicas Martín Appiolaza explica: "El hip-hop aporta una identidad, respeto, pertenencia, reconocimiento, distinción y propone desafíos inmediatos y a largo plazo. En otras palabras, permite abordar las tensiones que surgen de la privación en relación con las expectativas y encontrar prácticas innovadoras en un encuadre legal. Ayuda a prevenir la violencia y el delito. La cultura aporta un relato incluyente para los jóvenes de barrios populares, basado en el conocimiento de su comunidad, que articula colectivamente demandas sociales".
Agrega: "Podemos pensar el movimiento del hip-hop como un ámbito de inclusión en la exclusión, un espacio de reconocimiento, de construcción de la propia identidad en afinidad con los pares y en oposición a lo otro, a lo externo, a lo que agrede y discrimina, a eso que el hip-hop se propone resistir. La cultura del hip-hop ofrece elementos seductores para sobreponerse al reclutamiento de los mercados ilícitos o de la violencia".
Por último, en relación con el cuidado del cuerpo y la salud, el investigador destaca: "La cultura del hip-hop incorpora un componente de autosuperación artística que se asocia con el cuidado del cuerpo. No se puede bailar después de tomar alcohol o consumir marihuana, por ejemplo, porque afecta la coordinación y la movilidad. Lo mismo pasa con la capacidad de improvisar rimando. La democratización del escenario es también una oportunidad de ganarse el reconocimiento y el respeto".
El legado del arte
La idea del hip-hop como herramienta útil para resguardar a jóvenes de barrios vulnerables fue percibida y usada inicialmente por actores sociales anónimos que solo pretendían sobrevivir y encontrar "pequeñas cuotas de felicidad"; pero desde ciertos estamentos estatales se identificó la potencialidad de este recurso y comenzaron a trasvasar los valores de una cultura que era marginal al centro de las estrategias de prevención.
Cifras oficiales a las que accedió LA NACION revelan que en los últimos dos años casi 5000 jóvenes se acercaron a los talleres y eventos de hip-hop organizados en los Dispositivos Integrales de Abordaje Territorial (DIAT) de la Sedronar, en los que, por ejemplo, fueron instalados estudios de grabación para que los jóvenes de barrios postergados pudieran producir semanalmente contenidos musicales independientes.
Cielo Moreno, que hace más de 20 años practica breakdance y coordina los talleres de la Sedronar diseñados para alejar a los jóvenes de las redes del narcomenudeo a través del arte urbano, dijo a LA NACIÓN: "La cultura del hip-hop te conecta con la autogestión. Por eso, la lógica de la educación popular atravesó todo el contenido de nuestros talleres. Trabajamos con las inquietudes con las que llegan los jóvenes. Y entre ellas percibimos que actualmente hay propuestas musicales masivas que idealizan al vendedor de drogas; idealizan a esa persona que antes era lo peor del barrio y que ahora aparece como un rey".
En los DIAT de Marcos Paz y Mar del Plata, por ejemplo, nacieron tres discos de diferentes grupos de hip-hop. Además, para este año está previsto el lanzamiento de una producción que contará con letras escritas exclusivamente por mujeres. Sobre este punto, Brisa Videla, bailarina de breakdance y operadora territorial, sostuvo: "Hay pocas mujeres que participan de los talleres, es difícil encontrarlas. El hip-hop es una cultura que nace y se reproduce en los espacios públicos, y nosotras tenemos mucho más vedado el acceso a esos espacios. Por ejemplo, el hip-hop nace en las plazas y a veces sentimos miedo de estar ahí de noche".
Para explicar el objetivo de los festivales y talleres estatales de hip-hop, Lidia Saya, subsecretaria de Abordaje Territorial de la Sedronar, dijo a LA NACIÓN: "Nuestra estrategia consiste en lograr que grandes grupos de jóvenes dispersos, pero unidos a través de esta cultura, puedan enganchar proyectos de vida y conceptos saludables para abandonar lugares oscuros. Queremos llegar a una población cercana a diversas situaciones de consumo, algunas de ellas muy complejas".
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