Evaristo Meneses: el Pardo, el comisario que se volvió leyenda
Entre 1957 y 1962, resolvió 1117 robos y atrapó a varios de los más peligrosos criminales de la época
El del pistolero José María Hidalgo fue uno de los casos que hicieron famosa la carrera contra el crimen del mítico comisario Evaristo Meneses. LA NACION publicó esta semblanza suya el 7 de agosto de 2000, cuando la Policía Federal se aprestaba a ponerle su nombre a la nueva sede de investigaciones de la fuerza, en el barrio de Villa Riachuelo. A continuación, un extracto de la nota, completa aquí.
Es curioso: el comisario Evaristo Meneses nació el 26 de octubre de 1907, en un pueblo llamado Cuatreros. Justo él, que se convertiría en un infatigable cazador de ladrones. Treinta años en la Policía Federal le bastaron para transformarse en mito. Fue, seguro, el policía más reconocido de su tiempo; quizá, como ningún otro antes o después. Cosechó cientos de recomendaciones especiales de jefes de policía, jueces y funcionarios del Poder Ejecutivo.
Mucho se habló de sus métodos, de su mano "pesada" o de una cierta tendencia a dirimir los tantos a balazos. Pero incluso los ladrones a los que perseguía y apresaba, casi como deporte, aseguraban que Meneses era incorruptible y que nunca les hacía "comer un garrón". El hombre de la calle lo quería. En el Bajo Flores, donde vivía, los vecinos lo pedían como jefe de policía.
Estudió en Uruguay, y ya de chico el destino le hacía anuncios. Una vez, una maestra le preguntó qué era para él la policía. Meneses contestó: "Un gallo". Justo el símbolo de la Policía Federal, a la que entró el 2 de enero de 1934, como ayudante de tercera.
Detective, pero no de novela. De físico imponente, manos como adoquines y cara chata, se lo recuerda como una mezcla de los detectives Sam Spade, de Hammett, y Philip Marlowe, de Chandler. Pero él, que fue protagonista de historieta en la revista Fierro, de la mano de Sampayo y Solano López, decía que lo único que tenía en común con Marlowe era el gusto por el café con crema.
De traje gris oscuro o negro, siempre peinado a la gomina, con su "funyi", tenía el cigarrillo en la mano y su .45 siempre pegada a la pierna derecha, lista para volar a la mano. Dicen que logró triunfar sobre el hampa porque conocía como pocos la naturaleza humana.
Creía que muy pocos ladrones se regeneraban. Pero que no era imposible. Desterró la costumbre de detener a gente por su aspecto. Una vez hizo soltar a un hombre cuando vio que tenía los zapatos rotos. "Lo menos que debe hacer un buen ladrón es afanarse un par de timbos", decía.
Si lo acusaban por la presunta dureza de sus métodos para atrapar ladrones, repetía: "Mi picana es el lápiz. Los chorros le tienen miedo a la condena porque saben que conmigo no hay arreglo". Pero a la hora de actuar, no aceptaba dobleces: "Hay que enseñar a disparar lo menos posible. Pero, si es necesario, no hay que errar", era una de sus máximas.
Fue artífice de los años dorados de la mítica Robos y Hurtos, entre 1957 y 1962, la época dorada de las bandas de pistoleros con nombre y apellido. Meneses atrapó a la mayoría. Muchas veces lo hizo solo, y a mano limpia. Así, cayeron bajo su implacable tenacidad Jorge Villarino -el Rey del Boleto-, Manuel "Lacho" Pardo, El Loco Prieto, José María Hidalgo, el Mono Paz, Juan José "Pichón" Laginestra, Pérez Gris... Pocos se le resistieron. Cinco años, 1117 robos esclarecidos.
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