“Es triste que mis hijos hayan tenido que elegir entre salvar a su padre o a mí”, se lamenta una víctima de la violencia de género
El 12 de marzo Felicia Negri sobrevivió al intento de femicidio de su expareja, que le disparó y luego se suicidó en la puerta de su casa, en Ramos Mejía; hacía diez años que ella lo denunciaba y él tenía una restricción de acercamiento que no respetaba
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“Es triste que mis hijos hayan tenido que elegir entre salvar a su padre o a mí”, se lamenta Felicia Negri, de 45 años. Tiene el brazo derecho inmovilizado, debajo de él se esconden los 16 puntos que le dejaron la intervención quirúrgica a la que debió ser sometida hace un mes, cuando su expareja, Luis Ranzini, de 53, intentó asesinarla de un disparo en el pecho en la puerta de su casa, frente a una escuela de Ramos Mejía. Él, luego de forcejear con dos de los hijos de ambos, se suicidó.
Hacía diez años que ella lo denunciaba ante la Justicia por violencia de género. Sobre él pesaba una orden de restricción de acercamiento, pero no la cumplía.
Desde aquel 12 de marzo, al salir de su casa, Felicia suele quedarse con la mirada fija en el lugar exacto en el que Ranzini se quitó la vida. En su cabeza ebullen escenas de aquella mañana trágica. “Es una secuencia que no se me borra de la cabeza. Con los chicos lo charlamos para encontrar la manera de procesarlo, pero se nos hace difícil”, dice Negri a LA NACION.
Se conocieron en 1992, se casaron y tuvieron tres hijos. Pero en 2011 el matrimonio se rompió. Felicia cuenta que desde que Luis se fue de su casa comenzaron los episodios de hostigamiento. Merodear por la cuadra, pararse en la esquina o frente a su casa era una práctica que, a pesar de la perimetral, Ranzini repitió durante 10 años, dos de los cuales vivió en una casa que alquiló a media cuadra de allí. Antes, ella solía alertar a la policía, pero en el último tiempo, frustrada, solo lo hacía “cuando él se ponía demasiado pesado”.
Con el paso del tiempo -afirma Felicia- el acoso de Ranzini se convirtió en algo “normal”, un elemento más de la cotidianidad de ella y sus hijos: “Era como un fantasma que todos los días se nos aparecía. Lo veíamos y decíamos: ‘otra vez lo tenemos acá'”. Cuenta que, incluso, en varias oportunidades le dijo a su nueva pareja: “Si elegís estar conmigo, esto es parte de mi combo”.
Según confiesa, la última vez que le permitió ir a uno de sus hijos a la casa del padre, el pequeño le manifestó que no iba a regresar nunca más porque Ranzini tenía una foto de ella con unas velas negras, elementos de brujería y el arma con la que luego intentaría asesinarla. “A pesar de que yo había denunciado que él me quería matar, seguía con el arma inscripta en el Renar”, reclama la víctima.
La obsesión de Ranzini por Felicia se fue incrementando a medida que pasaron los años: “A lo último era tan alto el nivel de posesión que sentía sobre mí que llegó a presentarse como el padre de mi hija más chica, que en realidad es fruto de una pareja mía posterior a él”.
En ese crescendo también aumentaron los riesgos a los que ella y sus hijos quedaban expuestos. En 2018, Ranzini rompió la puerta de su casa en un intento de ingresar de manera forzosa, pero fue detenido por los vecinos. “Aquel día me orinó la entrada de la casa mientras me gritaba: “¡Yo soy tu macho, vos sos mi familia y vas a estar por siempre conmigo!”, cuenta Felicia.
El relato de lo que ocurrió esa vez quedó asentado en una de las tantas denuncias efectuadas a lo largo de los últimos 10 años, y que hoy Felicia acarrea, en una bolsa plástica de color rojo que está reforzada por el peso de la carga, junto a los papeles de la ART y de los tratamientos médicos a los que ahora debe someterse, a solo un mes de haberse salvado de la muerte.
Ella siente que de nada le sirvió haber roto el círculo de violencia y haber acudido a la Justicia para pedir ayuda: “Sabía que eso en algún momento me iba a matar, lo que no imaginé era salir con vida para contarlo”.
La hora señalada
Aquel 12 de marzo al igual que lo hacía todas las mañanas, Felicia salió de su casa, situada en las inmediaciones de Felipe de Arana y Aconcagua, rumbo al trabajo. Subió al auto, acompañada por su hijo, de 19. Ambos fueron interceptados por Ranzini, que tras golpearle la ventanilla para que bajara el vidrio sacó un revólver calibre 38 de una bolsa que cargaba en la espalda, mientras presionaba la cola del gatillo, demostrándole a su ex que estaba listo para disparar.
“Me sorprendió, no esperaba que ese fuera el día en que me matara; lo había notado muy tranquilo”, cuenta. Al ver el arma, Felicia empezó a gritar para pedir ayuda. Su hijo, que estaba sentado en el asiento del acompañante, se bajó del auto para intentar detener a su padre, pero él ya le había disparado.
La víctima cayó desplomada hacia el asiento del joven, que se había bajado a forcejear con el padre. “¡Mis hijos, mis hijos!”, gritaba ella, que al escuchar más detonaciones no sabía si era la única que estaba herida. “En ese momento creí que lo había matado”, confiesa.
Felicia abrió la puerta del auto y cayó rodando a la calzada, mientras su ex le apuntaba con el arma en la cabeza. “Estaba enojada conmigo; me cuestionaba cómo era posible que me hubiese dejado matar”, cuenta.
Ante el griterío y el sonido de los disparos, su hijo mayor, de 28, salió corriendo de la casa y logró sujetar a su padre. Ambos se fueron hacia un costado. Sonó otro disparo. El joven corrió hacia su madre: “Mamá quédate tranquila que se mató, ahora te vamos a llevar al hospital, por favor, no te vas a morir”.
El otro de sus hermanos, ante la desesperación de verla tirada en el piso, salió corriendo hacia la comisaría. La ambulancia no llegó a tiempo. Antes, Felicia fue trasladada por una de sus vecinas al Hospital San Juan de Dios, de Ramos Mejía, donde fue operada y luego de una semana, recibió el alta.
“No me quiero victimizar. Solo quiero que lo que me pasó al menos tenga un sentido”, confiesa Felicia, que eligió contar su historia como una forma de intentar ayudar a mujeres que están pasando por la misma situación que ella sufrió en los últimos años.
Remarca: “Quisiera formar parte de alguna organización para dar visibilidad y ayudar a atenuar las falencias de un Estado que está ausente en lo que se refiere a la asistencia de las mujeres víctimas que trabajan”. Después de que ocurrió el intento de femicidio, asegura, no recibió ningún tipo de acompañamiento por parte de ninguna institución.
“Me siento sola, nadie se me acercó. Solo se comunicó conmigo una mujer de un organismo estatal de atención a víctimas de la violencia que me prometió asistencia psicológica, pero aún sigo esperando”, concluye.
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