Es clave enseñar a gestionar emociones
Algo que muestra el crimen de Villa Gesell, además de la angustia, la tristeza y la devastación, es la imperiosa necesidad de enseñar a nuestros chicos a gestionar su enorme universo emocional.
Una estrategia que ha mostrado tener mucha efectividad es la de ahondar en las causas subyacentes a las conductas de riesgo, enseñándoles a los chicos a que puedan reconocer lo que sienten y que desarrollen herramientas para identificar y regular eficazmente las emociones. Y puedan generar también relaciones de apoyo y vínculos positivos.
Muchas veces todos, y no solo los más jóvenes, nos sentimos abrumados por sentimientos, como los celos, la frustración, el enojo o el miedo, entre otros. Y a nadie -o a muy pocos- nos han enseñado la manera de lidiar con ellos. Estas emociones mal gestionadas -y más aún reforzadas por el abuso de alcohol, el consumo de drogas o el efecto manada- pueden generar comportamientos muy violentos con consecuencias de difícil retorno.
Las competencias emocionales y sociales son la capacidad de reconocer, comprender, ponerle un nombre y aprender a expresar y regular lo que sentimos. Esto implica desarrollar estrategias efectivas para gestionar los sentimientos, expresarlos -incluso las emociones llamadas "negativas"- de manera apropiada y aprender a comportarse con compasión. Estas habilidades se pueden enseñar al igual que matemática o literatura.
En general, nos cuesta hablar de lo que sentimos. Sin embargo, darnos cuenta de si lo que tenemos es enojo, frustración o miedo es fundamental para desarrollar una herramienta para gestionarlo. Así, trabajamos con niños, jóvenes y adultos para que indaguen en el sentimiento que generó una acción, lo identifiquen y le pongan un nombre (que vaya más allá del "bien/mal"). Y luego de eso, los ayudamos a que validen lo que están sintiendo, incluso en contra de lo que culturalmente se propone ("No llores, no te enojes, eso no vale la pena"). Porque es imposible gestionar lo que no sabemos que nos sucede.
También trabajamos para conocer los gradientes emocionales (por ejemplo y solo por referirse a una única emoción: qué cosas me enojan, qué hago cuando me enojo, cómo se desarrolla mi enojo, entre otros) con el objetivo de buscar una alianza positiva entre emoción, cognición y comportamiento.
Y claro, todo este proceso apunta a que se pueda desarrollar autonomía emocional. Es decir, no esperar que el bienestar venga de afuera, sino aprender a generarlo uno mismo y en grupo.
Además, se busca trabajar desde el sentido profundo de la vida (el "para qué" estamos acá). Enfatizar el optimismo para enfrentar situaciones adversas, la importancia de los vínculos y las redes de apoyo para sentirse acompañado de una manera positiva. También, se trabaja en el cómo del desarrollo de la autoestima y la confianza en uno mismo, cuya falta tal vez sea la base de muchas de las conductas de riesgo.
Muchas escuelas y centros de educación no formal ya aplican con resultados muy exitosos estas iniciativas, que deben tener un abordaje integral, que incluya a toda la comunidad educativa y a los padres.
Con mucha evidencia a favor y al considerar los costos que estamos pagando y que nos interpelan como sociedad, parece imprescindible empezar a aplicar estos programas que les permiten a los jóvenes atravesar una vida más plena de sentido y en armonía con ellos y los demás.
La autora es especialista en educación emocional y delegada de la Rieeb.com