El valor del diagnóstico psicológico de la víctima y del victimario
¿Qué pasa por la mente de una persona en ese instante en el que está a punto de cometer un acto terrible que puede terminar en la muerte propia y en la ajena? ¿Es un momento de locura, como se cree popularmente, pues atenta contra el instinto de conservación? ¿Es producto de una alteración de la personalidad no psicótica, en un estado de desesperación?
Los muertos se llevan los secretos a la tumba, pero no es allí de donde se develará este secreto que perturba profundamente a la familia y los allegados, sino a partir de un método científico conocido solo de nombre, pero no en su utilidad y metodología: es el que definiera el genial Edwin S. Scheidman como "autopsia psicológica".
Se trata de una técnica que se utiliza en todo el mundo, destinada a describir lo más fielmente posible los últimos momentos de una persona fallecida a partir de una prolija investigación que se completa, en general, unos seis meses después del hecho con el paciente trabajo de entrevistas a todas las personas cercanas y de algún conocimiento con el occiso, sumado al resultado de la autopsia tanatológica y el análisis de documentos, tanto en formato físico como electrónico, y todo testimonio de valor que pueda conducir a la verdadera causa de muerte, ya sea esta suicida, accidental u homicida.
Estos estudios deben ser llevados a cabo con una metodología rigurosa, como la que fuera descrita por la investigadora cubana Teresita García Pérez en su método MAPI. De este modo, hechos que fueron caratulados inicialmente como suicidio se revelaron luego de estos estudios como homicidios hábilmente encubiertos, o lo que parecía que había sido un accidente como causa de la muerte violenta, en rigor terminó siendo un suicidio disimulado para poder dejar el beneficio secundario de un jugoso seguro, por poner algunos ejemplos.
Por pedido de las autoridades judiciales de todo el país, y también por requerimiento de las compañías aseguradoras, estas complejas investigaciones se llevan a cabo en nuestro país ya hace muchos años. Los equipos de investigación actuantes deben ser dirigidos por un especialista psiquiatra con calificación y experiencia forense y otros colaboradores; producen, en casos de duda judicial, un invaluable aporte auxiliar al magistrado interventor y aportan una decisiva luz probatoria para la certera investigación judicial.
Por Andrés Mega, Profesor Universitario, Médico Psiquiatra y Legista
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