A 27 años del homicidio de Poli Armentano, el caso quedó impune; el móvil del homicidio habría sido una venganza; hubo seis acusados, pero a todos les dictaron la falta de mérito y el expediente fue archivado
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Leopoldo “Poli” Armentano, el Rey de la Noche, fue asesinado por un sicario que lo esperó en Demaría, entre Godoy Cruz y Sinclair, y le disparó un balazo en la cabeza. Para la Justicia, el móvil de ese conmocionante ataque en el corazón de Palermo fue una venganza. Pero el asesino sigue sin tener rostro, y si hubo una mente macabra que planeó el crimen y encargó su ejecución, la investigación tampoco logró ponerle nombre y apellido, aunque no faltaron especulaciones que rozaron a personalidades públicas de la década de la “pizza con champagne”.
La onda expansiva provocada por el homicidio del principal accionista de los boliches Trumps y El Cielo, ocurrido el 20 de abril de 1994, sacudió a personajes de la farándula, del Poder Ejecutivo encabezado por el presidente Carlos Menem, del mundo empresario y del ambiente deportivo.
El ataque ocurrió a cuatro cuadras de la embajada de los Estados Unidos, una de las zonas más vigiladas de la ciudad de Buenos Aires. Pero en esa época la instalación de cámaras de seguridad no estaba extendida y no había dispositivos de videograbación en las dos cuadras de Demaría entre Godoy Cruz y el terraplén del ferrocarril San Martín.
No fue el único homicidio con matiz mafioso en esa época. Miguel Aboud, de 30 años, vinculado comercialmente con la familia Menem, fue hallado con un balazo en la cabeza en su BMW 330, frente al Zoológico, el 29 de diciembre de 1993. Juan María Bader, un financista que manejaba la mesa de dinero de un banco, fue asesinado de un balazo en el pecho. El cuerpo fue hallado en el baúl de un Peugeot 504. Como ocurrió con el asesinato de Poli Armentano, los homicidios de Bader y Aboud tampoco fueron esclarecidos.
Después de 27 años, la acción penal prescribió y el asesinato quedó impune. Hubo seis acusados por el homicidio de Armentano, pero ningún condenado. Desde que lo tomó el primer juez del caso, Francisco Miguel Ángel Trovato, hasta que el sumario se archivó, el expediente pasó por las manos de 15 magistrados. Desde el principio, la pesquisa resultó errática. La policía demoró varias horas en comunicar al magistrado el homicidio del empresario cercano al poder y amigo personal de Ramón Hernández, secretario privado del presidente Menem. Con él y con Guillermo Cóppola -entonces, manager de Diego Armando Maradona- compartió su última cena.
Trovato contribuyó al descontrol de la investigación. Este cronista recibió el llamado de uno de los colaboradores del juez, que avisó que serían allanados Trumps y El Cielo. Esa comunicación se replicó en las redacciones de otros medios. Decenas de periodistas y técnicos de los móviles de televisión esperaron a Trovato en la puerta de Trumps, en avenida del Libertador y Bulnes. Así se perdió el efecto sopresa necesario para concretar un allanamiento. El matiz surrealista se registró durante el operativo en El Cielo, el exclusivo reducto de la Costanera Norte, cuando el juez y los policías irrumpieron en medio de una fiesta de casamiento.
Ambas discotecas se convirtieron en un paso obligado para los ricos y famosos de principios de la década del ‘90. Armentano, con fluidos contactos con los círculos del poder más importantes de la Argentina en esa época, se convirtió en un elemento aglutinante de las figuras del jet set porteño.
Su vida tuvo un final tan impactante como su ascenso en el ambiente de la noche, donde en pocos años pasó de manejar la disco Área, de avenida Santa Fe y Junín, a convertirse en el propietario de los dos de centros de diversión nocturna más importantes de la Argentina. Baste decir que El Cielo tenía una capacidad para 1500 personas.
Horas finales
Después de cenar junto a Guillermo Cóppola y Ramón Hernández en un restaurante situado en la recova de la calle Posadas, debajo de la autopista 9 de Julio, Armentano, a bordo de su BMW 325, se dirigió a Trumps, primero, y a su departamento de Palermo, después. Dejó el auto en el estacionamiento del ACA de Godoy Cruz y Demaría y recorrió a pie las tres cuadras hasta su casa.
Pero al llegar al frente de Demaría 4667 fue atacado por un sicario que le disparó un tiro en la cabeza con un arma de calibre 22. El proyectil ingresó entre la oreja y el pómulo izquierdos, le atravesó el cerebro y causó daños neurológicos irreversibles. Pero no lo mató. Armentano cayó unos metros más adelante, frente a la casa situada en Demaría 4689. La dueña de esa propiedad dijo haber escuchado una detonación a las 4.35, por lo que se supone que esa fue la hora aproximada del ataque.
En ese lugar, horas después del ataque, se podía observar el contorno de la silueta hecha con tiza por peritos de la Unidad de Criminalística de la Policía Federal, que marcaron el lugar donde el Rey de la Noche comenzó a desangrarse.
Malherido, y en completo estado de shock, Armentano se levantó. Un diariero lo vio, sin reconocerlo, y supuso que era un borracho, porque se tambaleba y avanzaba lento, a los tumbos. Llegó hasta la puerta del edificio en el que vivía, en Demaría 4719. Allí estuvo durante 45 minutos, hasta que fue encontrado por el portero Luis Vizcarra, que salía a baldear la vereda. Eran las 6.15. A Vizcarra le costó reconocer quién era ese hombre ensangrentado y con el rostro deformado, que no hablaba y se movía como un autómata. Días más tarde, los peritos especularían con que, en ese momento, su cerebro dejaba de funcionar y sus acciones motrices eran poco menos que instintivas, los reflejos de un hombre que intentaba, con sus últimas fuerzas, aferrarse a una vida que, a los 37 años, se le escapaba.
El encargado le abrió la puerta y lo ayudó a entrar al ascensor, Pero Armentano no lograba accionarlo. Llamaron a la ambulancia, pero Poli salió del ascensor y fue hacia la escalera. Según Gloria, una vecina del edificio, el empresario intentó llegar a su departamento y subió cinco pisos por la escalera. Vizcarra avisó a la policía y desde el Comando Radioeléctrico pidieron una ambulancia. Armentano no podía esbozar palabra alguna. Hasta que los médicos lo revisaron, nadie había advertido la herida de arma de fuego que apagaba su vida.
Durante la mañana, la dueña de la casa de Demaría 4689 les dijo a los policías de comisaría 25a. que había escuchado la detonación minutos después de las 4.35. Nadie advirtió la presencia de algún sospechoso en el lugar donde le dispararon al Rey de la Noche. El umbral del edificio donde vivía está a metros del terraplén del San Martín y por allí, a excepción de la gente que vive en la cuadra no hay circulación de transeúntes, especialmente a esa hora de la madrugada.
Armentano fue llevado al hospital Fernández donde agonizó durante 60 horas. Los médicos que lo atendieron nada pudieron hacer para salvarle la vida.
La marca del sicario
Mientras el Rey de la Noche agonizaba, Trumps no cerró. Sus amigos y colaboradores repartieron la vigilia para conocer las novedades sobre el estado de salud de Armentano entre el nosocomio y el boliche. Había miedo entre ellos y desconfianza ante cualquier presencia extraña. Por ese motivo solo dejaron ingresar en la disco a los clientes conocidos.
El proyectil calibre .22, disparado a quemarropa, había provocado graves daños cerebrales. Durante la autopsia, los forenses recuperaron la bala, pero estaba tan deformada por golpear contra los huesos del cráneo que no quedó una superficie con estría para poder compararla con un proyectil testigo que se hubiera disparado, eventualmente, en caso que se secuestrara el arma homicida.
Este fue uno de los elementos con el que los investigadores fundaron su sospecha de que había actuado un sicario. El arma calibre .22 es la preferida de los asesinos a sueldo. No hacen mucho ruido al dispararlas, son fáciles de trasladar y provocan un daño importante en el cerebro debido a que el proyectil se deforma al impactar contra los huesos duros del cráneo. Por entonces, los investigadores plantearon la posibilidad de que el sicario hubiese utilizado una pistola y que después de disparar haya recogido la vaina servida para llevársela y, así, ocultar una prueba que pudiera involucrarlo en el homicidio.
Los sospechosos
Cuando todavía no había cedido la conmoción pública por el asesinato de Poli Armentano, Carlos Kolosko, un detenido en el penal platense de Olmos, involucró en el crimen a Guillermo Cóppola. La declaración del preso fue incorporada en el expediente por el juez Trovato. Antes de imputar al exrepresentante de Diego Maradona, el magistrado le tomó declaración como testigo, el 18 mayo de 1994. Cóppola declaró durante diez horas. Esta decisión puso riesgo la investigación: pudo haber sido objeto de un pedido de nulidad porque el manager era, en ese momento del proceso, un potencial sospechoso.
Una de las exparejas de Armentano, María Fernanda Villar, insistía, al igual que la familia de Poli, que, tal como había declarado un mozo de El Mirador, en esa cena entre Armentano, el manager de Diego y el secretario privado de Menem hubo una discusión en la que al empresario de la noche le habrían hecho una propuesta ilegal, quizás vinculada con la venta de drogas, en las discos de la Recoleta y la Costanera. Cóppola negó enfáticamente que hubiesen tenido una discusión. Mucho más, aun, que se hubiera hecho alguna proposición non sancta.
Hubo otros cuatro imputados, entre los que figuran Diego Emiliano Corzo y los exagentes del Servicio Penitenciario de Córdoba Adrián Araujo y Walter Melián. Estos dos últimos fueron involucrados por un informante de la Policía Federal. Después de un año, la Cámara del Crimen dictó la falta de mérito de ambos: no habían encontrado pruebas contra ellos.
El mismo destino tuvo Corzo, detenido en España por su presunta vinculación con una banda internacional de narcotraficantes que había llevado un cargamento de 1500 kilos de cocaína a Europa. Lo sobreseyeron por falta de pruebas. Después se comprobó que su mención en el caso Armentano era producto de un “pase de facturas” entre informantes de la División Operaciones Metropolitanas de la Superintendencia de Drogas Peligrosas de la Policía Federal.
Gustavo Leanis, exsocio de Armentano en el restaurante que funcionaba a metros de Trumps, y que había sido detenido en Londres por su presunta vinculación con una banda de narcotraficantes, fue el cuarto sospechoso en la causa. Los investigadores trabajaron sobre la hipótesis de que este hombre habría recurrido a un colaborador en la Argentina para ajustar cuentas con Armentano por una presunta deuda de dinero. Pero esta pista también fue descartada.
Daniel Bellini, el dueño de Pinar de Rocha, que estuvo preso por falsificar dólares y luego fue condenado por el femicidio de su pareja, Morena Pearson, también apareció en el radar de los investigadores del homicidio de Armentano debido a que había una deuda de U$S 300.000. Pero nunca fue formalmente imputado.
La última cena
Cóppola y Ramón Hernández fueron los últimos que compartieron una mesa con el Rey de la Noche, pero no fueron los últimos que lo vieron con vida. La noche que lo mataron, Armentano se retiró minutos después de las 2 de El Mirador, el restaurante de la recova de la calle Posadas. Algunos de sus empleados lo vieron pasar por Trumps. Luego de hacer el arqueo de la caja, a las 4.10, abandonó el boliche y se dirigió a su departamento.
Según expresó en 2010 el abogado Roberto Polito, uno de los letrados que representó a la familia de Armentano, Cóppola era acreedor del Rey de la Noche, quien le debía 196.000 dólares. Otros testigos manifestaron que hubo una discusión durante la cena entre Coppola y Armentano. Sin embargo, el exmanager de Maradona negó ese incidente. De hecho, dijo que esa misma madrugada lo llamó para convencerlo de viajar a Salta, donde Diego haría su reaparición en el seleccionado, en un amistoso previo al mundial.
Apoyado en la declaración del portero Vizcarra, que manifestó que Cóppola estuvo en el edificio la mañana que le dispararon a Armentano, Trovato lo tuvo como su sospechoso preferido, pero nunca pudo probar nada en su contra. Además de refirmar su inocencia, Cóppola siempre resaltó su amistad con Armentano. La Justicia lo sobreseyó definitivamente. Trovato, en cambio, fue destituido y pasó más de dos años preso, condenado por cobrar una coima de una empresa a la que debía investigar.
Aunque el expediente fue archivado, existe una pista que sobrevive a esa decisión judicial y la falta de pruebas. Figura en uno de los 30 cuerpos del sumario y se funda en los propios temores del empresario, que le dijo a uno de sus colaboradores que sentía que lo seguían y que intentarían perjudicarlo en alguna causa penal. Finalmente lo asesinaron.
En junio de 2008, la juez de instrucción Mirta López decretó el archivo de la causa.
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