La marca del meganarco uruguayo prófugo que apareció en un cargamento de drogas perdido en una isla del Paraná
En plena pandemia, una avioneta arrojó un bulto con 29 panes de droga que tenían la sigla PCU, Primer Comando Uruguayo, cartel atribuido a Sebastián Marset; es una de las pocas pistas de que el “hombre de las mil caras”, buscado por cinco países, opera en la Argentina
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ROSARIO.– En el inicio de la pandemia del coronavirus, cuando la ciudad estaba desierta por las restricciones para circular, una avioneta hizo un vuelo rasante sobre el río Paraná y arrojó una bolsa gigante de plástico blanca y verde. Al día siguiente, en medio de la desolada isla El Chaparro, un baqueano encontró el bulto: contenía 29 panes de cocaína que llevaban impresa una marca particular: PCU.
En ese momento nadie le dio relevancia a esa sigla “desconocida”, que había aparecido en ese lugar inhóspito, lejos de testigos o sospechosos a la vista. Tampoco se investigó con profundidad el “bombardeo de cocaína” en medio de la fragilidad y desconcierto que imponía un país paralizado, en el que la Justicia funcionaba en forma remota.
La revista y sitio web Análisis Digital, que dirige Daniel Enz, publicaron en ese momento una foto que había sacado la policía entrerriana. Pero nadie le dio relevancia en medio de la pandemia. La noticia contenía unas pocas líneas.
El 18 de julio pasado, más de cuatro años después, el periodista Kevin Sieff, de The Washington Post, publicó un extenso reportaje en el que aparecía aquella fotografía que había sacado con su celular un agente de la comisaría Nº1 del arroyo Charigüé, en Entre Ríos.
La nota del periodista norteamericano se centraba en Sebastián Marset, que se autoadjudica ser el líder del Primer Comando Uruguayo, el PCU. El título tenía gancho: “A double life: The cocaine kingpin who hid as a professional soccer player”; más claro: el capo de la cocaína que se escondía como un futbolista profesional. En efecto, lo hizo en Paraguay y en Bolivia, donde usó una identidad falsa y su fortuna hecha por la vía del crimen organizado para cumplir su sueño deportivo.
Marset es un narco con aires de magnate, de gustos estrafalarios. Tiene 32 años, está prófugo y enfrenta pedidos de captura de cinco países. Su esposa, Gianina García Troche, fue detenida en agosto pasado en el aeropuerto de Barajas, Madrid.
La sospecha es que Marset podría estar en Dubai. En ese país el uruguayo fue detenido en 2021 por tener un pasaporte falso de Paraguay. En ese momento, su historia no había adquirido aún el tono de leyenda narco. El escándalo estalló cuando logró salir de Dubai y su rastro se perdió gracias a que recibió su pasaporte uruguayo original por valija diplomática. En Uruguay, el gobierno de Luis Lacalle Pou tembló y renunciaron varios funcionarios, entre ellos, el canciller Francisco Bustillo. Ese escándalo aún no se acalló.
En la Argentina, en tanto, la Justicia no seguía indicios de la presencia de este cartel hasta que LA NACION comenzó a indagar sobre la sigla PCU en aquel cargamento hallado por casualidad en una isla desolada frente a Rosario.
El fiscal Walter Rodríguez, que en ese momento subrogaba la fiscalía federal de Victoria, Entre Ríos, señaló a LA NACION que el hallazgo fue denunciado por el peón rural a la comisaría que está ubicada en la isla. La sospecha es que ese cargamento fue arrojado desde una avioneta y cayó en un lugar equivocado.
La metodología de los “bombardeos” de droga es que el piloto arroja los bultos en una ubicación establecida por GPS para que quienes deben ir a buscarlos tengan la ubicación precisa y puedan encontrarlos en terrenos inhóspitos.
La Procuraduría de Narcocriminalidad (Procunar) no logró determinar qué había detrás de esta operación. Verificaron si en Paraguay había información para determinar si Marset estuvo detrás de ese vuelo, pero no pudieron avanzar.
La droga se hace visible de forma misteriosa, como ocurrió en este caso, cuando algo falla, por un error de los narcos. Eso explica muchos secuestros que parecen casuales, por lo que los investigadores enfrentan dificultades para orientar las pesquisas y avanzar hacia los dueños de los cargamentos. Por ese motivo los narcos eligen este tipo de territorios desolados, donde no hay cámaras ni testigos que puedan aportar información.
El “sindicato narco” del Cono Sur
Marset es un hombre clave dentro de la logística del tráfico de drogas por la Hidrovía. Usa a su PCU como una franquicia del poderoso Primer Comando Capital, que se expande desde hace más de 20 años desde Brasil. Es una “hermandad criminal” –como la definió el escritor y sociólogo Gabriel Feltran en su libro Irmãos– que nació como una especie de “sindicato” desde las cárceles de San Pablo, donde tras una serie de matanzas internas los reclusos empezaron a reclamar mejores condiciones de alojamiento.
El líder de esa “hermandad criminal” nacida en San Pablo es Marcos Willians Herbas Camacho. “Marcola” tiene 57 años y está preso desde 1999, condenado a más de 300 años de prisión.
Logró construir una organización criminal “moderna”, en redes, que moldeó con la ayuda de las nuevas tecnologías, sobre todo los smartphones y las aplicaciones de mensajería. Creó la red de presos más grande del mundo. Así consiguió estar en contacto con miles de “hermanos” en las cárceles a partir de comunicaciones encriptadas; creó una red gigantesca, con un liderazgo fuerte en las prisiones de Brasil y otros países de la región, como Paraguay, Bolivia, Uruguay y de manera incipiente en la Argentina. El PCC es hoy la organización criminal más grande de Sudamérica, y en parte, se debe, a los teléfonos celulares.
Marcola se presenta aún hoy como una especie de profeta. Se jacta de ser culto. “Yo leo mucho; leí 3000 libros, entre ellos al Dante”, dijo en una de las últimas entrevistas que dio, antes de ser enviado a otra cárcel con mayor seguridad en 2019, a la prisión de Porto Velho, en el estado de Rondonia, cerca del Amazonas.
“Mis soldados son extrañas anomalías del desarrollo torcido de este país. No hay más proletarios, o infelices, o explotados. Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad. Ya surgió un nuevo lenguaje. ¿Ustedes no escuchan las escuchas judiciales? Es eso. Es otra lengua. Está delante de una especie de post miseria, que genera una nueva cultura asesina, ayudada por la tecnología, satélites, celulares, Internet, armas modernas. Es la mierda con chips, con megabytes. Mis comandados son una mutación de la especie social. Son hongos de un gran error sucio”, planteó Marcola, con el tono de un predicador apocalíptico, en una entrevista en O Globo.
Marset, en cambio, tiene otro perfil. Se transformó en un narco célebre durante los últimos años al protagonizar huidas cinematográficas de Dubai y de Bolivia, donde demostró que con su fortuna puede evadir todo lo que se le ponga enfrente. En la Argentina, Marset no tiene ninguna causa abierta, aunque su sombra comienza a aparecer indirectamente a partir de algunos secuestros de droga, como ocurrió en julio del año pasado, en un campo cerca de Roque Saénz Peña, donde se estrelló una avioneta con 324 kilos de cocaína, una aeronave de la flota del Clan Lima Lobo, ligado a Marset en Santa Cruz de la Sierra.
Conexión argentina
La palabra “Argentina” aparece en la desgrabación de escuchas telefónicas de Marset y Miguel Ángel Isfrán, alias Tío Rico, un paraguayo que le aportaba al uruguayo los contactos políticos en Asunción para sacar la droga sin problemas por la Hidrovía. En una charla del 20 de setiembre de 2020 hablaban de un cargamento de cocaína. Entonces, el hallazgo en la isla frente a Rosario no sería una simple casualidad.
Marset alimenta todo el tiempo su perfil público, como si fuera una celebridad. En esa búsqueda se inscribe su última aparición pública desde la clandestinidad, en noviembre pasado. Lo hizo a su modo, al brindar una entrevista a un canal de televisión uruguayo desde un lugar en el este de Paraguay.
En el reportaje que le hizo Patricia Martín, periodista del programa Santo y Seña, el narco uruguayo reconoció que alguien le había informado que estaban por atraparlo en Bolivia: “Me avisaron, sí, me avisaron. Armé dos valijas con ropa mía, de los niños, y me fui”, aseguró.
En esa nota, llamativamente, defendió a los funcionarios uruguayos que le dieron el pasaporte en Dubai que le sirvió para volver a huir. No hizo lo mismo con los bolivianos. Marset explicó que tras su fuga de Santa Cruz de la Sierra las autoridades de ese país informaron que en la mansión que habitaba con su familia no había quedado nada. “Se quedaron con 400.000 dólares”, afirmó, y acusó de “corrupto” al ministro de Gobierno de Bolivia Eduardo Del Castillo.
El 24 de octubre de 2020, Marset llamó a su socio paraguayo para avisarle que acababa de asesinar a su primo Diego Andrés Olivera Cabrera. Le dijo Isfrán que lo había matado cuando lo llevaba en su camioneta. Dos tiros a sangre fría, como si hubiese sido un trámite.
El crimen de este hombre pareció algo inesperado, pero luego se supo que el capo narco planeaba ejecutarlo desde hacía tiempo. Sospechaba que había revelado información importante del negocio del tráfico de drogas en la Hidrovía Paraná-Paraguay, la ruta que usa para sacar grandes cargamentos de cocaína.
Unos días antes, Marset le había preguntado a Isfrán “si tenía un lugar para desaparecer un cuerpo, meterlo en ácido o en cal”.
“Mi bro. Le di un tiro y se tiró del auto. Lo llevaba convencido y lo iba a matar ahí, llegando”, apuntó el narco uruguayo. Olivera Cabrera cayó de la camioneta tras recibir el primer disparo y quedó tirado en un camino polvoriento de la ciudad de Mariano Roque Alonso, en las afueras de Asunción.
“Pero le di dos buenos tiros”, agregó Marset, que luego le pidió disculpas a su socio porque el cadáver de su primo había quedado tendido en la calle, cerca de su mansión. “¡Le tendría que haber puesto la tranca en la puerta! Una cagada que haya caído, pero bueno, lo más importante es que marchó, si no iba a nombrarme”, advirtió Marset.
Estos diálogos, a los que accedió LA NACION, forman parte de la imputación por lavado de dinero contra “Tío Rico” Isfrán, el hombre que le garantizó a Marset que durante un tiempo nadie le impediría sacar gigantescos cargamentos de cocaína por el río Paraná rumbo a Europa. En los puertos de Amberes, Bélgica, y Rotterdam, Países Bajos, fueron incautadas 53 toneladas de cocaína provenientes de esa ruta.
Es un récord a nivel global que encendió las alarmas. Las barcazas que trasladaban esos cargamentos hicieron trasbordo de cargas en aguas argentinas, donde en ningún momento se descubrió la cocaína, que la mayoría de los embarques iba camuflada en contenedores que llevaban harina de soja o azúcar, como ocurrió con el reciente Operativo Dulzura, el secuestro de 4013 kilos de cocaína encontrados en un puerto paraguayo justo antes de que zarpara a través de la Hidrovía.
Es usual que productos como la harina de soja se envíen a granel, y no en contenedores, por lo cual la mayoría de aquellos despachos deberían haber despertado alguna sospecha, sugirieron fuentes del Ministerio de Seguridad de la Nación.
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