La increíble historia de Jorge “Chucky” Giménez, testigo de identidad reservada en el caso “Leones Blancos”, que desató un escándalo judicial-policial en San Isidro; el dealer murió en la cárcel y nunca más se supo de la droga ni de la misteriosa mujer cuyo amor quería recuperar
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“Otro día más que empieza sin vos, pero no importa, porque mientras no estuviste hice cosas para los dos. Estoy recontento. Cuando te fuiste, vino Dios y me dio una información, fui, tuve la desesperación de no tenerte, me sentí acabado, solo, intranquilo, perdido. Pero de golpe el muñequito fue, puso los huevos y se vino con 8600 kilos. Me puso muy contento y pensé en vos, y en todas esas vacaciones que nos faltaron y no pudimos tener”.
Ese mensaje le envió Jorge Eduardo Giménez, alias Chucky, a su expareja. El objetivo, obvio: reconquistarla. Pero esta declaración no entraba en un pasacalles, como suele verse en los barrios: el video que le mandó, revelado aquí por LA NACION, demuestra que él necesitaba probarle a esa mujer lo que era capaz de hacer para recuperar su amor: compartir las ganancias de un inmenso cargamento de casi nueve toneladas de marihuana.
“Mirá todo eso, me salió bien, es para vos también. Aprovechalo ¿Querés una casa? Te la compro. Me llevé una buena plata y me pagaron. Ahora voy a buscar un resto, 150 mil dólares, a Chile. Las cosas que podemos hacer con esto, negra, yo no te voy a decir nada de por qué te fuiste, te entiendo, estábamos muertos de hambre, pero fijate, acá tenés todo, no te va a faltar nada”.
El origen
Giménez era uno más entre los traficantes de la zona oeste, pero se convirtió en Chucky, como el muñeco maldito, cuando la mujer se fue con un policía y los compañeros de armas de él le allanaron la casa.
El narco denunció todo en 2016: “En 2012 esos policías inventaron haber visto un auto en La Plata, en una casa donde se vendía droga, y que ese vehículo terminó en mi domicilio, por lo que me robaron dinero, secuestraron a un amigo, fueron a su casa y le sacaron 5000 dólares”, afirmó. Un tribunal sentenció a 7 años de prisión a esos hombres por hacerle un “cortito” al amigo de Chucky.
La conexión con “la banda del fiscal”
En aquella época, el 14 de noviembre de 2012, otros policías se acercaron a un taller mecánico de Virreyes por haber visto entrar un auto de alta gama para la zona y una camioneta con patente paraguaya. Esos indicios les bastaron para abordar a sus objetivos, identificarlos y, tras “sentir” olor a marihuana, trasladarlos a una comisaría de Tigre.
De la investigación se hizo cargo el fiscal de San Isidro Claudio Scapolan. Al revisar exhaustivamente el vehículo encontraron “ladrillos” de cannabis. El fiscal ordenó allanar la casa del dueño de uno de los vehículos: era, justamente, de Chucky. Pero allí no encontraron ni un gramo de droga.
Los policías no habían buscado testigos para que presenciaran las detenciones en el taller de Virreyes. Recién consiguieron a uno en una parada de colectivos en Tigre. El fiscal ni siquiera confirmó las identidades de los arrestados: uno de ellos aportó un documento falso. Giménez, en tanto, afirmó que un amigo suyo había usado el vehículo sin su permiso. De allí que no supiera que lo utilizara para mover los paquetes. O, al menos, era una coartada verosímil.
La jueza federal de San Isidro Sandra Arroyo Salgado anuló la causa el 20 de mayo de 2016, sobreseyó a los “transas” y ordenó extraer testimonios para investigar al fiscal y a los uniformados.
“Leones blancos”
“Leones blancos”
Los acusados terminaron libres y los acusadores, en problemas. Pero Jorge Eduardo Giménez nunca se olvidaría del fiscal. Un mes después, el 14 de junio de 2016, Chucky declaró como testigo de identidad reservada ante el fiscal federal de San Isidro Fernando Domínguez.
“Luna me pidió 50 mil pesos, en nombre de Scapolan, y que declarara a favor de los policías que yo había denunciado. El comisario hablaba con el fiscal por teléfono. Presionaba con meterme preso. Yo no puse plata ni declaré a favor de nadie. Sostengo en esta denuncia que el fiscal Scapolan es el jefe de una organización compuesta por policías que se dedican a extorsionar a narcotraficantes fraguando causas”, lanzó.
Giménez hizo algo más: le aseguró al fiscal Domínguez que si algo le llegaba a pasar, se lo atribuiría a la jueza Arroyo Salgado porque “encubrió todo desde un principio”.
Pero lo que no sabía “Chucky” era que Domínguez y la jueza federal avanzaban en secreto con una explosiva investigación. En tanto, el 26 de agosto de 2016 el Tribunal Oral Federal N°5 San Martín anuló el caso “Leones Blancos” luego de constatar irregularidades por parte de un fiscal de San Isidro y de policías de Quilmes en el secuestro de media tonelada de cocaína en la Panamericana y en una quinta de La Reja, el 29 de diciembre de 2013. Los jueces liberaron a los traficantes y ordenaron investigar a los investigadores.
El fiscal en la mira no era otro que Scapolan. Y, entonces, Giménez volvió a declarar. A esta altura, dijo que un policía se le aparecía por su casa para aportarle datos sobre “la caja” de la Bonaerense. Decía no saber su nombre ni su dirección, pero confiaba en la información que le daba. Y así como se la decía a él, así lo declaraba.
Dio nombres, patentes y datos de operativos. El más interesante, justamente, el de “Leones Blancos”. El fiscal Domínguez pudo reconstruir eso mismo con otros testigos, más información y medidas de prueba. Y la jueza Arroyo Salgado lo consideró suficiente para indagar a Scapolan por el robo de la mitad de la cocaína que tenían en su poder los narcos.
La imputación al fiscal Scapolan fue estruendosa: “Jefe de una asociación ilícita que administró, gestionó y reguló el tráfico de estupefacientes en la zona norte del conurbano bonaerense”.
Tan grande se hizo el expediente que muchos, para zafar, quisieron hablar. Tres lo hicieron como “imputados colaboradores”: los policías Carlos Daniel Maidana y Gabriel Cabral, y el financista Diego Xavier Guastini, que fue el que le dio el dato a su amigo policía, Adrián Gonzalo Baeta, para que pudiera seguir a los narcos y así cimentar el camino de lo que terminó siendo la operación “Leones Blancos”.
Enterado de la participación del financista en el operativo, Chucky contó lo que sabía sobre él: “Según me informaron, Guastini estuvo involucrado en la desaparición de Hugo Díaz, el empresario de Lanús que, me dijeron, que fue asesinado por hinchas de Boca y policías bonaerenses exonerados”. Para que no quedaran dudas de que al hombre desaparecido el 9 de marzo de 2015 en realidad lo habían matado, agregó un dato escalofriante: “La fuente quedó en suministrarme la información del lugar geográfico donde se encuentran los restos de Díaz”.
Los fiscales que intervinieron en ese caso, Estela Andrades y Pablo Recchini, aún no allanaron la “cueva” de Guastini en Florida 520.
El crimen del financista
Un hombre que supo moverse por esas “cuevas” de la city y que, por eso mismo, conoció los secretos mejor guardados de Guastini, reveló a LA NACION cómo fueron los minutos finales de la víctima: en uno de los departamentos de Florida 520 estuvieron Guastini, Gerónimo Eduardo “Coco” Gerez, un individuo apodado “Cable” y, obviamente, Díaz. No hablaron mucho. Guastini se enojó con Díaz. Alguien lo estranguló. Alguien lo acuchilló. Solo ellos saben quién fue. Solo ellos saben si murió asfixiado o desangrado. En ese momento, “Guastini pensó en poner el cuerpo en el incinerador del sexto piso”, pero luego recordó que no funcionaba desde la última vez. Entonces, “ordenó cortarlo para sacarlo en pedazos lo más rápido posible”.
Solo “Cable” queda para explicar qué fue lo que pasó allí dentro con Díaz. Coco Gerez murió en 2019 al caerse de una escalera. A Guastini también le llegó su hora: alguien muy pesado ordenó su ejecución, concretada la mañana del 28 de octubre de 2019 en Quilmes. Recién este año arrestaron a Marcelo Fabián Padovani por ayudar al sicario a escapar de la escena del crimen.
Pero mientras delataba a narcos y a policías en la Justicia, Chucky volvió a hacer de las suyas: el 8 de mayo de 2018 secuestró a un hombre, le plantó 3 kilos de marihuana y le exigió 100.000 pesos para que no le armaran una causa. Lo hizo en complicidad con dos policías federales: Ricardo Luis Pérez y Gonzalo Martín Ricardo De Armas.
Uno de esos uniformados era su custodio, que le habían puesto por estar en el Programa Nacional de Protección a Testigos e Imputados.
El 10 de diciembre de 2019, el Tribunal Oral Federal N°7 porteño los sentenció a 5 años de prisión.
Enterado de que Giménez había caído de nuevo, alguien le robó lo más preciado que tenía: su BMW Z4. Él, en las redes sociales, dio otra versión, para mantener limpia su imagen. Junto a una foto suya con el coche, escribió: “Hola, gente linda. Si lo ven, avisen. Aprovecharon mi situación de estar internado, entraron a mi casa y me lo robaron”. Era cierto: Chucky estaba enfermo, pero encerrado en la cárcel. Murió en 2020.
Su madre no se olvidó de quienes abandonaron a su hijo: “A cada chancho le llega su fin [sic]. Ya saben dónde vivo. No me asustan los traidores. [Firma] mamá de Jorge Eduardo Giménez”.
Como pasa, a veces, en las historias del narcotráfico, de la mujer que Chucky quiso reconquistar nunca se supo nada más. Y de los 8600 kilos que tenía en su casa para convencerla de volver con él, tampoco.
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