El narco que, desde la cárcel, ordenó a sus sicarios que ejecutaran a un testigo protegido
Lo hizo seguir por las calles para matarlo antes de que declarara contra otro traficante, también preso en el penal de Piñero; fueron detenidos once miembros de su banda, que realizaba crímenes por encargo y manejaba una red de búnkeres administrada por mujeres
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ROSARIO.- “Mirá amor… para todos los giles”, le dedicó Nahuel Riveros a su novia mientras se grababa con el celular y le mostraba tres poderosas armas: dos pistolas 9 mm -una de ellas con un cargador largo, de 31 proyectiles- y una réplica calibre .22 de un fusil de asalto.
El arsenal que exhibía con jactancia este joven, que aparece con su rostro protegido por el barbijo del Guasón, era el que utilizaba un grupo de sicarios para ejecutar los planes que Alejandro Núñez, el jefe de la organización, delineaba desde el pabellón Nº4 de la cárcel de Piñero, a 20 kilómetros de Rosario.
“Chucky Monedita”, como se lo conoce en el ambiente del hampa a Núñez -que fue condenado por homicidio en 2015-, desarrollaba una paleta de actividades delictivas desde la prisión: manejaba el negocio de una red de búnkeres que atendía, sin restricciones horarias, un grupo de mujeres –a las que llaman “las bunkeras”–, ordenaba la usurpación de casas para convertirlas en puntos de venta de drogas, y planeaba ataques sicarios, cuyas tareas de inteligencia llevaba adelante un taxista.
Tras una extensa investigación que realizaron los fiscales Pablo Socca y Valeria Haurigot, que derivó en un operativo en el que fueron detenidos siete miembros del clan, este lunes estaba previsto que fueran imputados por asociación ilícita once integrantes de esta organización, que dominaban territorios, donde se llevaban adelante homicidios y se administraban puntos de venta de drogas
La investigación se inició en octubre pasado, cuando fue detenido Jonatan Ribles, el jefe de los sicarios de la banda, con dos pistolas 9 mm y una moto con pedido de secuestro. El peritaje informático del celular de Ribles fue clave para avanzar sobre la estructura de la organización liderada por Chucky Monedita desde el pabellón Nº4 de Piñero. Allí tiene como compañero a Mauricio Laferrara, otro sicario, pero de la banda que encabeza Esteban Alvarado, el principal rival de la banda de Los Monos en el mapa narco de Rosario.
El enemigo
Laferrara está preso por cinco asesinatos. Fue imputado por el triple crimen de Gerardo Abregú, Ezequiel Fernández y José Fernández, que fueron acribillados dentro de un auto en Granadero Baigorria el 16 de abril del de 2018. También fue acusado de haber participado del secuestro de Cristian Enrique, de 22 años, quien luego apareció muerto, el 10 de noviembre de 2018, y del crimen del prestamista Lucio Maldonado, asesinado un día después, por orden de Alvarado.
Por el historial que Laferrara carga sobre sus espaldas, los investigadores creen que uno de los blancos que Chucky Monedita tenía agendado podría haber sido un encargo de su compañero de pabellón: la ejecución del mecánico Carlos Argüelles. Este hombre de 47 años fue detenido y luego salió de la cárcel como testigo protegido tras haber declarado contra su jefe, Esteban Alvarado. Debían matar a Argüelles antes de que declarara en la causa contra uno de los principales narcos de Rosario.
Matar a Argüelles no parecía una tarea sencilla: por su condición de testigo protegido contaba con custodia policial. Según la investigación que realizaron los fiscales Socca y Haurigot, el encargado de concretar el crimen era Ribles, que contaba con la “ayuda” del taxista Jorge Ojeda para realizar las tareas de inteligencia. El joven usaba ropa de la Empresa Provincial de Energía y de Aguas Provinciales, para evitar ser descubierto cuando hacía los seguimientos de las víctimas, según describieron los fiscales en la audiencia.
Ribles y Ojeda siguieron los pasos del “blanco” durante varios días. El taxista le enviaba por WhatsApp detalles de cómo se movía el mecánico al que debían matar. “Dos veces tocó bocina. Le abrieron al toque [el portón] al viejo. Se ve que manda un mensaje antes”, describió Ojeda a Ribles en uno de los mensajes que le envió al celular.
Desde la cárcel, Chucky Monedita debía apurar al sicario para que actuara. Lo presionaba para que llevara adelante el atentado, pero Ribles no encontraba el momento apropiado para matar a Argüelles. La custodia policial era una complicación infranqueable.
Cansado de tantas idas y vueltas, desde el pabellón Nº4 de Piñero, el jefe de la banda le ordenó a Ribles: “Andá a ver al tachero y seguilo. Andá y ponelo de cheto. No le podés errar”. El 28 de octubre, a las 14.29, Ribles admitió que había vuelto a perder a la víctima.
Finalmente, a Argüelles no lograron asesinarlo porque el ataque falló. En enero pasado, cinco días antes de su declaración, el mecánico fue blanco de una emboscada cuando se trasladaba con su familia en una Ford EcoSport. Le dispararon desde una moto y una camioneta Peugeot Partner, pero salió ileso.
“Es la tercera vez que me amenazan o bien me entero de que van a matarme. Cuando tomé la decisión de declarar en el futuro juicio a Alvarado sabía a lo que me arriesgaba; pero creo que es un acto justo declarar y que Dios me protege”, admitió el mecánico, según publicó el diario La Capital.
A la par de las misiones de sicariato, Chucky Monedita maneja el negocio de los búnkeres ubicados en distintas zonas de Rosario, atendido por un grupo de mujeres a las que llaman las “bunkeras”, cuya coordinación está a cargo de Tamara Muñoz, La Mona. La novia de Ribles, Florencia Aguirre, forma parte de este grupo de mujeres que cumple horarios y se reparte los turnos de atención de los lugares de venta de drogas. Los puestos de expendio de cocaína funcionan desde la mañana hasta la madrugada, sin restricciones horarias.
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