Fue hallada atada de pies y manos, y con dos puntazos en el cuello, en el tercer piso de un edificio situado a metros de las Barrancas, el 11 de enero de 1994; un florista, policía retirado, fue el único sospechoso, pero sin pruebas en su contra, el caso quedó impune
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Ninguna de las puertas y ventanas del departamento de cuatro ambientes en el que Charlotte Roland vivía habían sido forzadas. El olor pestilente que salía por la ventana abierta del balcón del tercer piso había llamado la atención de los vecinos del edificio de 11 de Septiembre 2121 que alertaron a un policía de la comisaría 33a. asignado la vigilancia de las adyacencias de la estación Belgrano C del ferrocarril Mitre.
Cuando el cerrajero que había convocado el comisario a cargo de la seccional logró abrir la puerta, los detectives recorrieron el departamento de tres dormitorios en busca del foco del olor nauseabundo. No tuvieron que andar mucho. Desde el palier privado, los detectives pasaron por el living y llegaron al baño. Dentro de la bañera, atada de pies y manos, boca abajo y rodeado por una gran cantidad de sangre, estaba el cuerpo de una mujer enjuta y de pelo castaño.
Según la autopsia, la víctima, norteamericana y de 50 años, había sido asesinada de dos puñaladas en el cuello, a la altura de los pabellones auditivos. Con un cuchillo doméstico, el asesino le asestó dos cortes de 3 centímetros y le seccionó la carótida. El cuerpo fue hallado el 11 de enero de 1994, minutos después del mediodía. Los forenses que realizaron la autopsia concluyeron que el homicidio había ocurrido entre cuatro y cinco días antes de que se encontrara el cadáver. El ambiente cerrado en el que estuvo el cuerpo habría retrasado la descomposición, en medio de las altas temperaturas de ese verano.
A partir de las declaraciones de los testigos, los policías determinaron que Roland había llegado al país en 1984, luego del fallecimiento de su esposo. Su objetivo era hacerse cargo del cuidado de sus tíos. Pero en el trayecto a la Argentina uno de ellos falleció. Entonces, Charlotte se hizo cargo del familiar que había quedado con vida. Pasados unos años, y ante la imposibilidad de cuidarla sola, decidió alojar a su tía en una residencia de San Miguel.
En 1990, al quedarse sin familiares, Roland se instaló en el departamento del tercer piso que balconeaba a la calle 11 de Septiembre, a metros de Juramento, en una zona muy transitada de Belgrano.
Consultados por este cronista, los vecinos indicaron que Roland no recibía visitas y casi no se advertía actividad en el departamento. Debido a que no había signos que indicaran que algunos de los accesos a la morada hubiese sido violentado, los investigadores dedujeron que el asesino formaba parte del reducido grupo de conocidos de Charlotte.
El encargado del puesto de flores situado en la esquina de Juramento y 11 de Septiembre habría visitado el departamento de la víctima en los días del homicidio. En el living, en medio de un ambiente revuelto, los investigadores hallaron restos de flores. Aunque fue el principal sospechoso, señalado por los testigos como la última persona que habría visto con vida a Roland, nunca fue detenido. No había ninguna huella o prueba que ubicara al florista -que era policía retirado- en la escena del crimen en el momento en que la mujer extranjera fue asesinada.
Además de las puñaladas, al revisar el cuerpo los forenses hallaron hematomas que indicarían que el asesino habría golpeado a la víctima. A partir de este elemento, los investigadores abonaron la hipótesis de que, supuestamente, le habría dado una paliza para obligarla a que dijera dónde guardaba el dinero que habría cobrado por la pensión de su esposo, un gerente de un empresa multinacional con sede en Nueva York que había fallecido a fines de la década del ‘80.
Ante el fallecimiento de sus tíos, Roland se había quedado sin familia en nuestro país. Nadie reclamó el cuerpo de la mujer hallada asesinada en la bañera de su departamento. Debido a que faltaban elementos de valor en la propiedad de la víctima, el juez de instrucción Norberto Brotto calificó el expediente como robo y homicidio.
Por entonces, no había en la zona cámaras de seguridad que hubiesen permitido establecer quiénes circularon por la cuadra en el momento del homicidio. Los identikits de los hombres que fueron vistos en la puerta del edificio no constituyeron una prueba contundente para que el magistrado fundara una orden de captura. Tampoco ayudó a los investigadores el relato del portero del edificio donde vivía la víctima, que denunció haber sido amenazado por una pareja que circulaba en un Peugeot 504 con las ópticas traseras recortadas.
El portero dijo que le habían advertido que lo matarían si seguía hablando del caso, pero no pudo describir a la pareja que lo amenazó.
Roland no tenía parientes con vida en la Argentina. Nadie reclamó su cuerpo. Nunca hubo detenidos y el asesinato de la ciudadana norteamericana quedó impune.
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